SERÁ QUE LA CIENCIA VUELVE OBSOLETA LA CREENCIA EN DIOS?

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Fotografía Alejandra Santos
Traducción libre del artículo de respuesta de Steven Pinker a la pregunta “Does science make belief in God obsolete”?, que hace parte de una publicación de John Templeton Foundation.


Steven Pinker: Sí, si por ciencia entendemos la empresa secular del conocimiento basada en la razón (incluyendo la historia y la filosofía), y no solamente a las personas con tubos de ensayo y batas blancas de laboratorio.

Tradicionalmente, la creencia en un dios era atractiva porque prometía explicar las preguntas más espinosas y profundas acerca de nuestros orígenes. De dónde viene el mundo? Cuál es la base de la vida? Cómo puede el cuerpo crear la mente? Por qué debemos ser seres morales?

Con el paso del tiempo, ha habido una tendencia inexorable: mientras más profunda es nuestra respuesta a esas preguntas, y mientras más entendemos del mundo en el que vivimos, menos serán las razones para creer en dios.

Empecemos con el origen del mundo. Hoy, ninguna persona informada y honesta puede sostener que el universo se hizo en unos miles de años y que llegó a ser como lo conocemos en cosa de seis días (para no hablar de absurdos como que el día y la noche existían antes de la creación del sol). No hay un papel más abstracto para dios que el de ser la figura central del comienzo de todas las cosas. La siempre difícil pregunta “De dónde viene el universo?” podría entonces voltearse a la “De dónde viene dios?”.

Y qué de la fantástica diversidad de la vida y sus ubicuos signos de diseño? En un tiempo era entendible apelar a un diseñador divino para explicar todo. Ya no más. Charles Darwin y Alfred Russel Wallace mostraron cómo la complejidad de la vida podía surgir del proceso físico de la selección natural y luego Crick y Watson mostraron como la replicación de la vida podía explicarse por el mecanismo también físico de la auto división del ADN. A pesar de toda la propaganda creacionista, la evidencia a favor de la evolución es enorme, incluyendo el registro fósil, nuestro ADN, la distribución de la vida en la tierra y nuestra propia anatomía y fisiología.

Para muchas personas el alma humana es como un soplo divino. Pero la neurociencia ha mostrado que nuestra inteligencia y emociones son el resultado de un intrincado y complejo patrón de actividad de miles de millones de conexiones en nuestro cerebro. Bueno, es verdad que los académicos no están de acuerdo en cómo explicar la existencia de las experiencias interiores –algunos dicen que es un seudo-problema, otros que es un problema científico aún no resuelto y otros que puede ser tan sólo una muestra de nuestras limitaciones cognitivas. Aún así, darle nombre al problema con la palabra “alma” no añade nada a nuestro entendimiento.

Las personas pensaban que la biología no podría explicar por qué tenemos una conciencia. Pero el sentido moral humano puede ser estudiado como cualquiera otra de nuestras facultades mentales como la sed, la visión en colores o el miedo a las alturas. La sicología evolutiva y la neurociencia están mostrando cómo trabajan nuestras intuiciones morales, por qué evolucionaron y cómo están organizadas dentro del cerebro.

Esto deja a la moralidad a su propio aire: somos nosotros quienes tenemos que criticar y mejorar nuestras intuiciones morales. Es verdad que la ciencia, en términos generales, no puede decidir entre el bien y el mal. Pero tampoco lo puede hacer cualquier apelación a dios. No es sólo que el dios judeocristiano tradicional apoye el genocidio, la esclavitud, la violación y, la pena de muerte por faltas triviales. Es que la moralidad no puede cimentarse en un decreto divino, menos aún en un principio divino. Por qué dios designa unos actos morales y otros inmorales? Si él no tiene razón alguna sino es un capricho, por qué debiéramos tomarnos sus órdenes en serio? Y si de verdad tiene razón, por qué no apelar a esas razones directamente?

Esas razones no se van a encontrar en la ciencia empírica, pero se podrán buscar en la naturaleza racional que es ejercitada por cualquier sociedad inteligente. La esencia de la moralidad es la posibilidad de intercambio de perspectivas: el hecho de que en el momento que yo busco que el otro me trate de cierta manera (ayudarme cuando lo necesito o no hacerme daño sin razón), yo tengo que estar dispuesto a hacer lo mismo para ser tomado en serio. Esta es la única política que tiene una consistencia lógica y nos deja satisfechos. Y dios no juega ningún papel en esta toma de decisiones.

Por todas estas razones, no es una coincidencia que las democracias occidentales hayan experimentado tres limpiezas grandes durante las pasadas centurias: prácticas bárbaras (como la esclavitud, castigos salvajes y el maltrato a los niños) han disminuido considerablemente; el conocimiento científico se ha incrementado exponencialmente; y la creencia en dios se está desvaneciendo. La ciencia, en el sentido más amplio, está volviendo obsoleta la idea de creer en dios, y nos alegramos por ello.

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