Religulous, o el poder de la persuasión

Damon Linker

Al igual que los últimos grandes éxitos de ventas de autores como Sam Harris, Richard Dawkins o Christopher Hitchens, el documental de Bill Mahers Religulous se ensaña con la religión en cualquiera de sus formas. Cabe decir a favor de Maher que expone hilarantemente espantosos niveles de ignorancia y parroquialismo de entre los muy serios y piadosos americanos que se encuentra durante sus viajes por el país. —Las breves visitas de Maher a otras partes del mundo son mucho menos divertidas porque realmente los creyentes que se encuentra en Europa o el Medio Oriente son bastante menos idiotas—. La película alcanza su cumbre cuando el senador de Arkansas Mark Pryor defiende su creencia en una lectura literal de la biblia diciendo que «no te hacen pasar un test de inteligencia para entrar en el Senado». Con esa forma de autoculparse sin mala intención, y el devastador silencio con el que Maher la agradece, Religulous consigue el raro mérito de mezclar farsa con aguda crítica cultural.

Aún Maher demuestra ambiciones más profundas que simplemente reírse. Quiere salvar el mundo de la idiocia que demuestra el americano medio, y cree que la mejor forma de conseguirlo es atacar despiadadamente a la religión y a todos los que la apoyan. Por eso la película, como mucho de lo escrito en los últimos años por los críticos de la religión, podría considerarse un error.

Maher y el director Larry Charles son expertos en ridiculizar a sus conciudadanos. Cualquiera que viese Borat, la última película de Charles, será ya familiar con su estilo. Pónganse unos cuantos americanos medios ante la cámara, pregúnteseles sobre sus creencias, y después espérese a que alguno de ellos revele su estupidez. Aunque la técnica es simple, la respuesta psicológica que se consigue en el espectador no lo es. Reímos a la vez que agitamos disgustados la cabeza, debatiéndonos en una mezcla de piedad y repugnancia hacia los tontos piadosos en la pantalla. Por un momento, sin embargo, nos sentimos orgullosos de haber pillado la broma, dado que cada risa confirma que somos el público, y por lo tanto más listos y más sofisticados que los ignorantes que aparecen defendiendo sus convicciones. Maher está a nuestro servicio aquí, es el que hace las preguntas y el que se sonríe ante la idiocia de las respuestas, muchas veces ridiculizando explícitamente al entrevistado en su cara. No sólo en su cara. Maher y Charles son lo suficientemente amables como para repetir alguna de las burlas entre entrevistado y entrevistado, añadiendo bromas extras a expensas del último ridiculizado.

Es lo que hace de Religulous un perfecto complemento a los libros de Harris, Dawkins y Hitchens. Como estos autores, Maher da tanto abrigo al desprecio a la religión que prefiere apuntarse unos cuantos tantos rápidos que explorar la realidad de los complicados impulsos humanos —a veces sórdidos, pero casi siempre nobles— hacia la religión. Es por lo que Maher busca simplones y extremistas en lugar de teólogos y otros creyentes sólidos que expliquen y defiendan sus creencias. Es también por lo que los creyentes moderados simplemente no existen en la América de Maher, además del aproximadamente 16% de americanos que explícitamente rechazan la influencia religiosa en las instituciones, sólo parece estar poblada por fundamentalistas que esperan —incluso animan— el apocalípsis. ¿Cómo explicar de otra forma la absurdamente paranoica perorata con la que concluye la película? Sobre música omniosa e imágenes de hongos nucleares, Maher nos informa de que la creencia religiosa es un «desorden neurológico» que debe ser erradicado por el bien de la supervivencia humana. «Crece o muere» nos avisa, como si fuesen las dos únicas opciones.

No sólo esta aproximación al tema de la religión es intelectualmente fraudulento y moralmente resbaladizo —igualando como lo hace a creyentes letrados en ciencias con literalistas de las escrituras intoxicados por Dios— sino también es molesta como estrategia práctica. A principios del siglo XVIII, con la Ilustración aún naciente, podría haber resultado sensato soñar con que la religión desapareciese del mundo, con sus raíces estranguladas por la difusión de la educación científica, el dinamismo económico y el pluralismo social. Pero cientos de años después con la religión aún dando vueltas por el mundo esas esperanzas se demuestran baldías.

En lugar de dejar caer insultos y denuncias indiscriminadas hacia la religión en general, Maher y sus colegas ateos harían mucho mejor en animar al florecimiento de creencias en mentes abiertas —el tipo de creencias que pueden convivir en una tensión productiva con la ciencia moderna y el pluralismo cultural—. Al hacerlo, se estaría siguiendo el ejemplo de Thomas Jefferson y los constitucionalistas americanos, quienes querían una forma de piedad liberal y escéptica como la clase de religión más adecuada para una sociedad libre.



¿Cómo de probable es que los «nuevos ateos» moderen su ira anti-religiosa, abandonen sus inútiles esperanzas de un mundo sin Dios, y empiecen a contribuir de una forma más positiva a mejorar la religión que ya tenemos. Si Religulous es una indicación, realmente no lo parece, ya que podría pedírsele un cambio fundamental en su vistazo moral e intelectual a la cuestión. Maher y sus aliados deberían abandonar su molesta condescendencia a cambio de generosidad de espíritu. Deberían comprometerse a la persuasión y abandonar la urgencia por entretener. Lo que es más, deberían conceder que lo que América hoy necesita no es abandonar la fe. Es fe inteligente.

Visto en el blog de Sam Harris.

Sam Harris aclara que la estadística del 16% citada incluye instituciones teístas no afiliadas de varias clases. En realidad el número real de personas que se describen a sí mismas como ateos o agnósticos en América es mucho menor, apenas el 4% de la población.

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