Por qué no soy cristiano, por Bertrand Rusell (1927) – 5ª parte
El carácter de Cristo
Ahora tengo que decir unas pocas palabras acerca de un asunto que creo que no ha sido suficientemente tratado por los racionalistas, y que es la cuestión de si Cristo era el mejor y el más sabio de los hombres. Generalmente, se da por sentado que todos debemos estar de acuerdo en que era asÃ. Yo no lo estoy. Creo que hay muchos puntos en que estoy de acuerdo con Cristo, muchos más que aquellos en que lo están los cristianos profesos. No sé si podrÃa seguirle todo el camino, pero irÃa con Él mucho más lejos de lo que irÃan la mayorÃa de los cristianos profesos. Recuérdese que Él dijo: «Yo, empero, os digo, que no hagáis resistencia al agravio; antes, si alguno te hiriese en la mejilla derecha, vuelve también la otra.» No es un precepto ni un principio nuevos. Lo usaron Lao-Tsé y Buda quinientos o seiscientos años antes de Cristo, pero este principio no lo aceptan los cristianos. No dudo que el actual primer ministro2, por ejemplo, es un cristiano muy sincero, pero no les aconsejo que vayan a abofetearlo. Creo que hallarÃan que él pensaba que el texto tenÃa un sentido figurado.
Luego, hay otro punto que considero excelente. Se recordará que Cristo dijo: «No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados.» Ese principio creo que no se hallará en los tribunales de los paÃses cristianos. Yo he conocido en mi tiempo muchos jueces que eran cristianos sinceros, y ninguno de ellos creÃa que actuaba en contra de los principios cristianos haciendo lo que hacia. Luego Cristo dice: «Al que te pide, dale: y no le tuerzas el rostro al que pretenda de ti algún préstamo.» Ese es un principio muy bueno. El presidente ha recordado que no estamos aquà para hablar de polÃtica, pero no puedo menos de observar que las últimas elecciones generales se disputaron en torno a lo deseable que era torcer el rostro al que pudiera pedirnos un préstamo, de modo que hay que suponer que los liberales y los conservadores de este paÃs son personas' que no están de acuerdo con las enseñanzas de Cristo, porque, en dicha ocasión, se apartaron definitivamente de ellas. Luego, hay otra máxima de Cristo que yo considero muy valiosa, pero que no es muy popular entre algunos de nuestros amigos cristianos. Él dijo: «Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres.» Es una máxima excelente, pero, como dije, no se practica mucho. Considero que todas estas máximas son buenas, aunque un poco difÃciles de practicarse. Yo no hago profesión de practicarlas; pero, después de todo, no es lo mismo que si se tratase de un cristiano.
Defectos en las enseñanzas de Cristo
Concediendo la excelencia de estas máximas, llego a ciertos puntos en los cuales no creo que uno pueda ver la superlativa virtud ni la superlativa bondad de Cristo, como son pintadas en los Evangelios; y aquà puedo decir que no se trata de la cuestión histórica. Históricamente, es muy dudoso el que Cristo existiera, y, si existió, no sabemos nada acerca de Él, por lo cual no me ocupo de la cuestión histórica que es muy difÃcil. Me ocupo de Cristo tal como aparece en los Evangelios, aceptando la narración como es, y allà hay cosas que no parecen muy sabias. Una de ellas es que Él pensaba que Su segunda venida se producirÃa, en medio de nubes de gloria, antes que la muerte de la gente que vivÃa en aquella época. Hay muchos textos que prueban eso. Dice, por ejemplo: «No acabaréis de pasar por las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre.» Luego dice: «En verdad os digo que hay aquà algunos que no han de morir antes que vean al Hijo del hombre aparecer en el esplendor de su reino»; y hay muchos lugares donde está muy claro que Él creÃa que su segundo advenimiento ocurrirÃa durante la vida de muchos que vivÃan entonces. Tal fue la creencia de sus primeros discÃpulos, y fue la base de una gran parte de su enseñanza moral. Cuando dijo: «No andéis, pues, acongojados por el dÃa de mañana» y cosas semejantes, lo hizo en gran parte porque creÃa que su segunda venida iba a ser muy pronto, y que los asuntos mundanos ordinarios carecÃan de importancia. En realidad, yo he conocido a algunos cristianos que creÃan que la segunda venida era inminente. Yo conocà a un sacerdote que aterró a su congregación diciendo que la segunda venida era inminente, pero todos quedaron muy consolados al ver que estaba plantando árboles en su jardÃn. Los primeros cristianos lo creÃan realmente, y se abstuvieron de cosas como la plantación de árboles en sus jardines, porque aceptaron de Cristo la creencia de que la segunda venida era inminente. En tal respecto, evidentemente, no era tan sabio como han sido otros, y desde luego, no fue superlativamente sabio.
El problema moral
Luego, se llega a las cuestiones morales. Para mÃ, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creÃa en el infierno. Yo no creo que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno. Cristo, tal como lo pintan los Evangelios, sà creÃa en el castigo eterno, y uno halla repetidamente una furia vengativa contra los que no escuchaban sus sermones, actitud común en los predicadores y que dista mucho de la excelencia superlativa. No se halla, por ejemplo, esa actitud en Sócrates. Es amable con la gente que no le escucha; y eso es, a mi entender, más digno de un sabio que la indignación. Probablemente todos recuerdan las cosas que dijo Sócrates al morir y lo que decÃa generalmente a la gente que no estaba de acuerdo con él. Se hallará en el Evangelio que Cristo dijo: «¡Serpientes, raza de vÃboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?» Se lo decÃa a la gente que no escuchaba sus sermones. A mi entender este no es realmente el mejor tono, y hay muchas cosas como éstas acerca del infierno. Hay, claro está, el conocido texto acerca del pecado contra el EspÃritu Santo: «Pero quien hablase contra el EspÃritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra». Ese texto ha causado una indecible cantidad de miseria en el mundo, pues las más diversas personas han imaginado que han cometido pecados contra el EspÃritu Santo y pensado que no serÃan perdonadas en este mundo ni en el otro. No creo que ninguna persona un poco misericordiosa ponga en el mundo miedos y terrores de esta clase.
Luego, Cristo dice: «Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y quitarán de su reino a todos los escandalosos y a cuantos obran la maldad; y los arrojarán en el horno del fuego: allà será el llanto y el crujir de dientes.» Y continúa extendiéndose con los gemidos y el rechinar de dientes. Esto se repite en un versÃculo tras otro, y el lector se da cuenta de que hay un cierto placer en la contemplación de los gemidos y el rechinar de dientes', pues de lo contrario no se repetirÃa con tanta frecuencia, Luego, todos ustedes recuerdan, claro está, lo de las ovejas y los cabritos; cómo, en la segunda venida, para separar a las ovejas y a los cabritos dirá a éstos: «Apartaos de mi, malditos: id al fuego eterno.» Y continúa: «Y éstos irán al fuego eterno.» Luego, dice de nuevo: «Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o te incita a pecar, córtala y tÃrala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue jamás.» Esto lo repite una y otra vez. Debo declarar que toda esta doctrina, que el fuego del infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que llevó la crueldad al mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura; y el Cristo de los Evangelios, si se le acepta tal como le representan sus cronistas, tiene que ser considerado en parte responsable de eso.
Hay otras cosas de menor importancia. Está el ejemplo de los puercos de Gadar, donde ciertamente no fue muy compasivo para los puercos el meter diablos en sus cuerpos y precipitarlos colina abajo hasta el mar. Hay que recordar que SI era omnipotente, y simplemente pudo hacer que los demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los cerdos. Luego está la curiosa historia de la higuera, que siempre me ha intrigado. Recuerdan lo que ocurrió con la higuera. «Tuvo hambre. Y como viese a lo lejos una higuera con hojas, encaminose allá por ver si encontraba en ella alguna cos-a: y llegando, nada encontró sino follaje; porque no era aún tiempo de higos; y hablando a la higuera le dijo: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti"... y Pedro... le dijo: "Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado."» Esta es una historia muy curiosa, porque aquella no era la época de los higos, y en realidad, no se puede culpar al árbol. Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabidurÃa, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates.