Perder nuestras espinas dorsales para salvar nuestros cuellos

© Sam Harris

Traducción de Stergios Korfiatis
Publicado en ArgAtea

Geert Wilders, político holandés conservador y provocador, se ha convertido en el proyectil más reciente en la guerra cultural más importante del mundo: el conflicto entre la sociedad civil y el Islam tradicional. Wilders, que vive bajo continua protección armada debido a amenazas de muerte, lanzó recientemente una película de 15 minutos titulada Fitna («conflicto» en árabe) en la Internet. La película ha sido juzgada como ofensiva porque yuxtapone imágenes de violencia musulmana con pasajes del Corán. Dado que los perpetradores de tal violencia citan frecuentemente estos mismos pasajes como justificación para sus acciones, el simple hecho de describir esta conexión en una película no parecería algo controversial. Polémico o no, uno seguramente esperaría que políticos y periodistas en cada sociedad libre defendieran vigorosamente el derecho de Wilders de hacer tal película. Pero en ese caso uno estaría viviendo en otro planeta, uno en el que la gente no niega alegremente sus más básicas libertades en nombre de la «sensibilidad religiosa».

Atestigüen la respuesta del mundo libre ante Fitna: el gobierno holandés intentó prohibir la película explícitamente, y los ministros de asuntos exteriores de la Unión Europea la condenaron públicamente, al igual que Ban Ki-moon, secretario general de la O.N.U. La televisión holandesa rechazó transmitir Fitna sin editar. Cuando Wilders declaró su intención de lanzar la película en la Internet, su servidor de red en Estados Unidos, Network Solutions, retiró su página web.



Disonando en este tema apareció Liveleak, un sitio web británico de videos compartidos, que finalmente transmitió la película el 27 de marzo. Recibió más de 3 millones de opiniones en las primeras 24 horas. El día siguiente, sin embargo, Liveleak retiró Fitna de sus servidores, habiendo sido aterrorizado hacia una auto-censura debido a amenazas contra su personal. Pero la película se había difundido demasiado en la Internet para ser suprimida (y Liveleak, después de tomar mayores medidas de seguridad, la ha colocado de nuevo en su página también).

Por supuesto, de inmediato hubo llamadas para un boicoteo de productos holandeses a través del mundo musulmán. En respuesta, las corporaciones holandesas colocaron anuncios en países como Indonesia, denunciando la película en señal de autodefensa. Varios países musulmanes bloquearon YouTube y otros sitios de videos compartidos en un esfuerzo por evitar que la blasfemia de Wilders penetrara las mentes de sus ciudadanos. También ha habido protestas y ataques aislados contra embajadas, y demandas abiertas por el asesinato de Wilders. En Afganistán, mujeres en burkas podían ser vistas quemando la bandera holandesa; el Taliban realizó por lo menos dos ataques de venganza contra tropas holandesas, dando por resultado cinco muertes holandesas; y preocupaciones de seguridad han hecho que los Países Bajos cierren su embajada en Kabul. Hay que recordar, sin embargo, que nada todavía ha ocurrido que equipare la feroz respuesta en contra de las caricaturas danesas.

Mientras tanto Kurt Westergaard, uno de los dibujantes daneses, ha amenazado demandar a Wilders por infracción de copyright, ya que Wilders utilizó su dibujo de un Mahoma bomba-Laden sin su permiso. Westergaard vive oculto desde 2006 debido a las amenazas de muerte dirigidas hacia él, por lo cual la Unión Danesa de Periodistas se ofreció voluntariamente a llevar este caso en su favor. Obviamente, hay algo divertido acerca de un hombre amenazado, incapaz de arriesgarse a aparecer en público por temor a ser asesinado por religiosos lunáticos, amenazando con demandar a otro hombre en la misma situación sobre violaciones de copyright. Pero es comprensible que Westergaard no quisiera ser lanzado al enemigo repetidamente sin su consentimiento. Westergaard es un hombre extraordinariamente valiente cuya vida ha sido arruinada tanto por el fanatismo religioso como por la sumisión del mundo libre ante él. En febrero, el gobierno danés arrestó a tres musulmanes que al parecer se preparaban para asesinarlo. Otros daneses bastante desafortunados al también llamarse «Kurt Westergaard» han tenido que tomar medidas para evitar ser asesinados en su lugar. (Desde entonces Wilders ha retirado la caricatura de la versión oficial de Fitna.)

Wilders, al igual que Westergaard y los otros dibujantes daneses, ha sido calumniado ampliamente por «intentar provocar» a la comunidad musulmana. Incluso si ésta había sido su intención, esta crítica representa una coincidencia casi supernatural de ceguera moral e imprudencia política. El punto no es (y nunca lo será) que cualquier persona libre hable, escriba o dibuje en tal manera que provoque a la comunidad musulmana. El punto es que solamente la comunidad musulmana reacciona de la manera en que lo hace. La controversia alrededor de Fitna, como todas tales controversias, delata un hecho especialmente sobresaliente sobre nuestro mundo: Los musulmanes parecen estar mucho más preocupados sobre los desaires percibidos hacia su religión que sobre las atrocidades que diariamente se cometen en su nombre. Nuestra comodidad ante esta sicopática bifurcación de prioridades ha tomado, más y más, la forma de un cobarde y cerrado consentimiento.

Hay aquí una asombrosa ironía que muchos han notado. La posición de la comunidad musulmana ante todas las provocaciones parece ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no es así, le mataremos. Por supuesto, la verdad es a menudo más variada, pero ésta es tan variada como pudiera ser: El Islam es una religión de paz, y si usted dice que no lo es, los musulmanes pacíficos no podemos asumir la responsabilidad de lo que hagan nuestros hermanos y hermanas menos pacíficos. Cuando quemen sus embajadas o secuestren y maten a sus periodistas, sepan que les haremos a Uds. principalmente responsables y dedicaremos nuestra mayor energía a criticarlos por «racismo» e «Islamofobia».

Nuestras sumisiones ante estas amenazas han tenido lo que a menudo se llama un «efecto congelante» sobre nuestro ejercicio de libre expresión. He experimentado, en mi propia pequeña forma, esta frialdad de primera mano. Primero, y más importante, mi amiga y colega Ayaan Hirsi Ali se encuentra entre los que están siendo cazados. Debido al fracaso de gobiernos occidentales en hacer que sea seguro que la gente pueda hablar abiertamente sobre el problema del Islam, yo y otros debemos reunir una cantidad de fondos privados para ayudar a pagar su protección permanente. El problema no es, como se alega a menudo, que los gobiernos no pueden permitirse proteger a cada persona que hable abiertamente contra la intolerancia musulmana. El problema es que tan pocas personas hablen abiertamente. Si hubiera diez mil Ayaan Hirsi Ali, el riesgo de cada uno sería reducido radicalmente.

En cuanto a infracciones de mi propio discurso, mi primer libro, El fin de la fe, casi no llegó a ser publicado por miedo a ofender las sensibilidades (probablemente sin haberlo leído) de fanáticos religiosos. W.W. Norton, que publicó el libro, fue ampliamente visto como arriesgándose –riesgo atenuado probablemente por el hecho de que soy un ofensor en las mismas condiciones de toda fe religiosa. Sin embargo, cuando llegó la hora de hacer las correcciones finales a El fin de la fe, muchas de las personas a quienes había agradecido por nombre en mis reconocimientos (incluyendo a mi agente en ese entonces y mi redactor en Norton) independientemente me pidieron que quitara sus nombres del libro. Sus preocupaciones eran explícitamente de seguridad personal. Dada nuestra respuesta vergonzosamente ineficaz al fatwa contra Salman Rushdie, sus preocupaciones eran perfectamente comprensibles.

Nature, posiblemente el diario científico más influyente en el planeta, publicó recientemente un extenso encubrimiento de faltas del Islam (Z. Sardar «Más allá de la relación problemática». Nature 448, 131-133; 2007). El autor comenzó, como si estuviera encima de un minarete (torre de una mezquita), simplemente declarando que la religión del Islam era «intrínsecamente racional». Entonces procedió a sostener, en medio de una altamente idiosincrásica lectura de historia y teología, que la convulsión actual de esta religión racional en las profundidades violentas de la sin-razón se puede atribuir completamente a la herencia del colonialismo. Después de una cierta negociación, Nature también acordó publicar una breve respuesta mía. Lo que los lectores de mi carta al editor no podían saber, sin embargo, era que fue publicada solamente después de que oraciones, perfectamente basadas en hechos, juzgadas ofensivas al Islam fueron expurgadas. Entendí las preocupaciones de los redactores en ese entonces: no sólo tienen las leyes de difamación británica de la cual preocuparse, sino que médicos e ingenieros musulmanes en el Reino Unido acababan de revelar una tendencia hacia los atentados suicidas. Estuve agradecido de que Nature publicara mi carta.

En un estremecedoramente irónico giro de acontecimientos, una versión más corta del mismo ensayo que usted ahora está leyendo fue encargada originalmente por la página de opinión del Washington Post y después rechazada porque fue juzgada demasiado crítica al Islam. Por favor notar que este ensayo era destinado a la página de la opinión del periódico, el cual había solicitado mi respuesta a la controversia sobre la película de Wilders. La ironía de su rechazamiento parecía enteramente perdida en el Post, el cual respondió a mi subsiguiente expresión de asombro ofreciendo pagarme un «honorario de compensación». Lo rechacé.

Podría enumerar, al igual que muchos escritores, otros ejemplos de encuentros con redactores y editores, todos ilustrando un solo hecho: Mientras sigue siendo tabú el criticar la fe religiosa en general, se considera especialmente imprudente criticar al Islam. Solamente los musulmanes persiguen y buscan y asesinan a sus apóstatas, infieles y críticos en el siglo XXI. Hay, con seguridad, razones por las que esto ocurre. Algunas de estas razones tienen que ver con accidentes de historia y geopolítica, pero otras se pueden remontar directamente a las doctrinas que santifican la violencia que son únicas en el Islam.

Un punto de la comparación: La controversia sobre Fitna fue seguida inmediatamente por una extendida cobertura de los medios sobre un escándalo que implicaba a la Fundamentalista Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (FSUD). En Texas, la policía intervino en un complejo de FSUD y tomó a centenares de mujeres y muchachas menores de edad en custodia para protegerlas de las continuadas, sacramentales agresiones de sus miembros. Mientras que el Mormonismo predominante es ahora considerado como una de las religiones importantes en los Estados Unidos, su rama fundamentalista, con su adhesión a la poligamia, abuso conyugal, unión forzada, niñas novias (y, por lo tanto, violación de menores) se retrata a menudo en la prensa como un culto depravado. Pero uno podría discutir fácilmente que el Islam, considerado tanto en general como en relación a sus casos más negativos, es mucho más despreciable que el Mormonismo fundamentalista. El mundo musulmán puede emparejar al FSUD pecado por pecado –los musulmanes practican comúnmente la poligamia, matrimonios forzados (a menudo entre muchachas menores de edad y hombres mayores), y violencia conyugal— pero agreguen a estas indiscreciones los incomparables males de las matanzas por honor, la «circuncisión femenina», el amplio apoyo al terrorismo, una fascinación pornográfica con videos que muestran matanzas de infieles y apóstatas, una vibrante forma de anti-semitismo que es explícitamente genocida en sus aspiraciones, y una habilidad para producir libros y programas de televisión para niños en los que se glorifican atentados suicidas y se representa a judíos como «monos y cerdos».

Cualquier comparación honesta entre estas dos fes revela un extraño doble criterio en nuestro tratamiento de la religión. Podemos celebrar abiertamente la marginalización de los hombres de FSUD y el rescate de sus mujeres y niños. Pero, dejando a un lado la imposibilidad práctica y política de hacerlo, ¿podríamos incluso permitirnos contemplar la liberación de mujeres y niños del Islam tradicional?


¿Qué hay de todos los musulmanes civiles, amantes de la libertad, moderados que están tan horrorizados ante la intolerancia musulmana como yo? No hay duda que millones de hombres y mujeres encajan en esta descripción, pero elocuentes moderados son muy difíciles de encontrar. Dondequiera que el «Islam moderado» se anuncie, uno descubre a menudo un Islamismo franco que está al acecho apenas uno o dos eufemismos debajo de la superficie. La evasiva es ofrecida al público en general por la corrección política, el optimismo a ultranza, y el «sentimiento de culpa blanco». Aquí es donde encontramos a gente siniestra presentándose con éxito como «moderados» –gente como Tariq Ramadan quien, frecuentado por europeos liberales como el epitome del Islam cosmopolita, no puede llegar a condenar realmente las matanzas por honor de manera contundente (él recomienda que la práctica sea suspendida, hasta que finalice un estudio pendiente). Moderación también se atribuye a los grupos como el Consejo sobre las Relaciones Americano-Islámicas (CAIR), una firma islámica de relaciones públicas que se presenta como lobby de los derechos civiles.

Incluso cuando uno encuentra una voz verdadera de moderación musulmana, a menudo aparece caracterizada por una preponderante carencia de honestidad. Por ejemplo alguien como Reza Aslan, autor de Ningún Dios, excepto Dios: debatí con Aslan para Book TV sobre el tema general de la religión y la modernidad. Durante el curso de nuestra discusión, dije algunas palabras muy duras sobre la Sociedad de los Hermanos Musulmanes. Mientras admitía que hay una diferencia entre esta fraternidad y una verdadera organización jihadista como Al Qaeda, dije que su ideología estaba «bastante cercana» como para preocuparnos. Aslan respondió con un grandioso argumento ad hominem diciendo, «eso indica la profunda simpleza con la que Ud. ve a esta región. Usted no podría estar más equivocado» y afirmando que mi opinión sobre el Islam la había tomado de Fox News. Tales maniobras, viniendo de un iraní erudito sobre el Islam, acarrea el peso de autoridad, especialmente ante una audiencia que está desesperada por creer que la amenaza del Islam ha sido toscamente exagerada. El problema, sin embargo, es que el credo de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes realmente es «Alá es nuestro objetivo. El profeta es nuestro líder. El Corán es nuestra ley. Jihad es nuestra vía. Morir por Alá es nuestra más alta esperanza».

La conexión entre la doctrina del Islam y la violencia islámica simplemente no está abierta al debate. No es que los críticos de la religión como yo especulemos que tal conexión pueda existir: el punto es que los propios islamistas reconocen y demuestran esta conexión en cada oportunidad y negarlo es recluirse en un mundo de fantasía de cortesía política y defensas religiosas. Muchos eruditos occidentales, como la muy admirada Karen Armstrong, parecen estar justamente en ese punto. Todo su discurso acerca de cuan benigno «realmente» es el Islam y de cómo el problema del fundamentalismo existe en todas las religiones, sólo ofusca lo que podría ser el más urgente tema de nuestro tiempo: el Islam, tal como es entendido y practicado actualmente por un extenso número de musulmanes en el mundo, es antitético a la sociedad civil. Una encuesta reciente demostró que treinta y seis por ciento de los musulmanes británicos (edades 16-24) creen que una persona debería ser ejecutada por abandonar la fe. Sesenta y ocho por ciento de musulmanes británicos sienten que vecinos que insulten al Islam deberían ser arrestados y ser procesados, y setenta y ocho por ciento piensan que los dibujantes daneses debieron ser llevados a los tribunales. Y éstos son musulmanes británicos.

De vez en cuando, sin embargo, una voz solitaria se puede oír reconociendo lo que es innegable. Hassan Butt escribió en el Guardian:

Cuando era todavía miembro de lo que es probablemente mejor conocido como la Red Británica de Jihad, una serie de grupos terroristas musulmanes británicos semi-autónomos unidos por una sola ideología, recuerdo cómo reíamos siempre que la gente en la TV proclamaba que la única causa de los actos islámicos terroristas como el 9/11 y los bombardeos de Madrid y Londres era la política extranjera occidental. Al culpar al gobierno por nuestras acciones, hicieron nuestro trabajo de propaganda por nosotros. Más importante, también ayudaron a evitar cualquier investigación crítica del verdadero motor de nuestra violencia: la teología islámica.


Es asombroso cuan poco frecuente se oye tal honestidad entre las voces públicas del Islam «moderado». Esto es lo que le debemos a los verdaderos moderados del mundo musulmán: debemos considerar a sus co-religiosos con los mismos estándares de civismo y sensatez que suponemos en el resto de la gente. Solamente nuestra voluntad de criticar abiertamente al Islam en sus demasiado obvios defectos hará que sea seguro para los musulmanes moderados, los seculares, los apóstatas –y, de hecho, las mujeres– levantarse y reformar su fe.

Y si a alguien en esta discusión se le puede acusar de racismo, es a los defensores occidentales y «multiculturalistas» quienes juzgan a árabes y musulmanes demasiado inmaduros para cargar con las responsabilidades del discurso civil. Como Ayaan Hirsi Ali ha precisado, hay una forma calamitosa de «acción afirmativa» en el trabajo, especialmente en Europa occidental, en donde eximen a inmigrantes musulmanes sistemáticamente de estándares occidentales de orden moral en nombre del «respeto» a las garrafales patologías en su cultura. Hirsi Ali también ha observado que hay un cuasi-racista, doble-moral pensamiento que se muestra siempre que potencias occidentales pregonan que «el Islam es paz», al mismo tiempo que toman medidas heroicas para protegerse de la próxima vez en que los bárbaros enloquezcan en respuesta a una película, historieta, ópera, novela, desfile de belleza –o el mero nombramiento de un oso de peluche.

¿Ha visto Ud. las caricaturas danesas que tanto irritaron al mundo musulmán? Probablemente no, ya que su publicación fue suprimida por casi cada periódico, revista, y estación de televisión en los Estados Unidos. Dada su candente recepción –centenares de millares de musulmanes furiosos, centenares de personas asesinadas– su simple banalidad debe haber dado a estos dibujos una extraordinaria notabilidad. Una revista que sí los imprimió, Free Inquiry, (para la cual estoy orgulloso de haber escrito), tuvo sus ejemplares prohibidos en todas las librerías del país. Ésta es precisamente la clase de capitulaciones que debemos evitar en el futuro.

La lección que debemos obtener de la controversia sobre Fitna es que necesitamos más crítica del Islam, no menos. Dejemos que haya en tales cantidades que ni siquiera el más fanático islamista pueda concebir el contenerlo. Como Ibn Warraq, autor del inspirado Porqué no soy musulmán, dijo en respuesta a eventos recientes:

Es perverso que los medios occidentales lamenten la carencia de una reforma islámica y obstinadamente ignoren trabajos como la película de Wilders, Fitna. ¿Cómo piensan que habrá reforma si no es con crítica? No existe tal cosa como el «derecho a no ser ofendido»; de hecho, yo estoy profundamente ofendido por el contenido del Corán, con su odio abierto hacia cristianos, judíos, apóstatas, no-creyentes y homosexuales, pero no puedo exigir su supresión.


Es tiempo que reconozcamos que los que exigen el «derecho a no ser ofendido» también han anunciado su odio a la sociedad civil.

Los comentarios han sido cerrados para esta nota