Me cuesta trabajo

Me cuesta mucho trabajo entender que jamás volveré a conversar con David. Sobre todo porque siempre fui yo el que disfrutó de su conversación y siempre fue él quien la procuró. Siempre, desde aquella tarde en que, siendo yo estudiante, repasaba los ejercicios de diseño de estructuras de concreto en un escritorio de la biblioteca de la escuela. Yo acostumbraba estudiar en los escritorios protegidos entre los estantes de libros, tratando de evitar ruidos y distracciones, cuando el muchacho que acomodaba los libros en los estantes se me acercó y me preguntó qué era lo que yo estaba estudiando.

–Diseño de estructuras de concreto, –le respondí, intentando descubrir por que el acomodador de libros me preguntaba eso.
–Eso ya lo sé –me dijo– ¿Estudias ingeniería o arquitectura?
–¡Ah! Ingeniería civil.
–Yo también, pero en la uni.
–¿Sí? ¿En qué grado estás?
–En sexto semestre. Pero trabajo aquí.
–Ya veo, –le dije, mientras pensé que quizá hacíamos demasiado ruido para estar dentro de la biblioteca– ¿Cómo ves si vamos a platicar un rato allá afuera? Me sirve para descansar un rato.

De ese encuentro fortuito nació una amistad muy grande. Con el tiempo conocí a sus padres, novia, amigos y casa. Seguimos en contacto incluso durante los tres años en los que me fui a vivir a una ciudad a más de mil kilómetros de Monterrey. Fui a su boda, con mi novia, y fue a mi boda con su esposa. Platicábamos sin cansarnos nunca. Siempre que dejábamos la conversación era porque ya no era posible continuar. En cierta ocasión le describí toda la obra de Asimov, sólo para descubrir, al terminar, que no le interesaba en lo más mínimo, pero que no dejaba de ponerme atención.

Lo cuento entre mis 6 mejores amigos. Pasó malas épocas. Creo que nunca vivió en la abundancia, pero era un tipo al que siempre le gustó aprender. Nunca coincidimos en opiniones y gustos. Creo que eso hacía las conversaciones con él tan interesantes. David manifestaba poseer un pragmatismo demasiado exagerado para mi gusto. Admiraba a los alemanes y a Hitler. Le gustaba leer, pero sólo compartíamos lecturas profesionales. Se sabía de memoria la segunda guerra mundial. Su papá decía que, escuchándolo hablar parecía que hubiera vivido en la Alemania nazi. Pero no pudo haber estado ahí. Nació en 1969.

Renunció a su primer trabajo como ingeniero para aceptar otro con mejores condiciones. Me comentó que su primer patrón, un doctor en estructuras que era muy buen maestro pero pagaba como si hiciera un favor y exigía como si pagara de verdad, se molestó mucho al recibir la renuncia. Meses después conocí al doctor por casualidad, cuando un contratista me llevó a su empresa para mostrarme el grado de avance que llevaba la ingeniería de cierto proyecto. Como David platicaba todo con mucho detalle, al entrar a esa oficina sospeché que era el sitio en el que él había trabajado tiempo antes. Al despedirme del doctor, le comenté que yo tenía un amigo que había trabajado con él. Cuando le dije el nombre, el doctor no paraba de deshacerse en halagos. David era brillante y tenaz. No lo digo yo. Lo dijo el jefe que se enojó al recibir su renuncia.

Cuando yo vivía lejos, solía recibir los chistes que mandaba por correo electrónico. Los imprimía y los pegaba en el pizarrón de la oficina de mi jefe. Todos llegaban y leían los chistes. Ya todos los conocían como “los chistes de David, el amigo de Toño”.

Cuando me casé, fui de luna de miel a Cancún. Aunque ya llevaba años casado, David decidió que era un buen momento para llevar a su esposa de luna de miel, y se fue a Cancún también. Las dos parejas nos encontramos allá y salimos juntos. Fuimos a cenar y después decidimos reventarnos. Queríamos ir a una disco que, decían los guías, era propiedad del Shuartzeneger, pero había una cola interminable para entrar, así que fuimos a la disco de enfrente, en la que había que pagar quinientos pesos a la entrada. Decidimos que pagaríamos quinientos pesos por única vez en nuestra vida para entrar a un antro, así que pedimos que nos tomaran una foto soltando el billete.

Durante algún tiempo trabajamos en un mismo proyecto, en la misma empresa, pero en áreas muy diferentes. Había que manejar más de 100 kilómetros desde el campamento del proyecto hasta Monterrey. En una ocasión David me llevó a Monterrey. Por ese entonces yo empecé a tener un problema familiar que cambió mi vida. Recuerdo que le dije a David como me sentía. Yo estaba derrotado y sentía que ya no podría volver a levantarme.

–No puedes hacer eso, Toñito –me dijo–, Tienes que ser como el papá de la película “La vida es bella”. Tienes que hacer como que todo es perfecto. Tienes que hacer que tu familia crea que todo es perfecto.

No he dejado de vivir una vida perfecta desde entonces.

Fuimos a cenar unos tacos, o algo así, en el pueblo en donde estaba la base de operaciones del proyecto. Estaba David, otro amigo de él y yo. David nos platicó todo lo que hacía los trabajadores de la cuadrilla que él supervisaba. Las conversaciones de la hora del almuerzo. Las bromas. Era una carcajada continua. Creo que hay muy pocas personas que puedan reír así estando sobrias. Era una carcajada contagiosa. Era un disfrute de la vida. Cualquiera que no lo conociera pensaría que no tenía problemas.

Pero los tenía. Y fuertes. Su situación económica nunca fue holgada. Se ganó cada peso que entró en su bolsa con talento y trabajo honrado. Siempre manifestaba preocupación por su futuro. En alguna ocasión se metió a estudiar una segunda carrera.

–Me gusta mucho la ingeniería civil, pero no paga bien.

Sí, empezó. Se inscribió en ingeniería mecánica, en la Universidad, hizo algunos semestres, pero no podía dedicarse mucho. Siempre estaba muy ocupado. Entre su empleo, los trabajos de ingeniería por su cuenta y la atención de su familia. En 2006 fui a la fiesta de su hijo. Llevaba la playera de la selección de Alemania.

–¡Je je! Ya sabes que es mi equipo.
–Tú deberías apoyar al Peje –le dije –, ¿Qué no lo comparan con Hitler?

No recuerdo una sola conversación en los últimos 10 años en los que no manifestara alguna preocupación por el futuro.

–Ya nos estamos haciendo grandes Toñito –solía decir –, y tenemos que hacer un patrimonio. Después de los 40, si te quedas sin trabajo ya no te contratas tan fácil. Hay que poner un negocito. Vender hamburguesas o algo así.

Hace unas semanas llamé a su oficina. No estaba pero después se reportó. Platicamos sobre varias cosas. La familia, los amigos. La preocupación por el futuro.

Pero David ya no tiene que preocuparse por el futuro. La semana pasada, un tumor en el cerebro acabó con su vida de 40 años. Me cuesta mucho trabajo ver este mundo como si David todavía estuviera en él. Se nota que falta algo importante. Me cuesta mucho trabajo, pero lo voy a hacer. Voy a vivir fingiendo que el mundo sigue siendo un lugar perfecto.

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