La teleología divina



© Bernat Ribot Mulet
Especial para Razón Atea

Hace unos días, apareció, así como de sopetón, un artículo -de cuyo autor no puedo ni quiero acordarme- en [las publicidades de] este blog que hacía alardes de haber demostrado la existencia de Dios a base de presentar las incoherencias de las teorías de la evolución darvinista. No soy quien para discutir la validez o invalidez de dicha teoría, ya que no soy ni biólogo ni científico. Pero no importa, ya que eso es lo de menos.

En dicho artículo –por aquello de llamarle algo, puesto que hay artículos de pesca, artículos de deporte, artículos de labranza, pues aquello era un artículo de entretenimiento– se burlaba, su autor, de las pretensiones por parte de la ciencia de que la vida hubiera surgido por azar. Se decía, el autor, que cómo es posible que un orden, que se ve tan claro, como el de todos los órganos del cuerpo humano –haciendo hincapié una vez más en el ojo–, como el de los astros, como la colocación «adrede» del sol y de la luna y un largo etcétera de «ajustes», que según él era imposible que sucedieran si no es por una clara intención divina, pudieran haberse producido sin más por puro azar. Una vez más salió a colación el asunto tan manoseado del reloj y el relojero, pero, una vez más, se cumplió la regla: se olvidó del «diosero» esto es, el creador de dioses. No puede existir un reloj sin relojero. Y es cierto, por ello, se dicen esos pseudofilósofos, no puede haber un universo sin Dios. No vamos a hablar una vez más del principio de parsimonia ni de la navaja de Occam –que, a ese paso, no les vale ni la cuchilla de Guillotine– ya que no sirve de nada. Ya sabemos que los principios de la lógica sólo son válidos cuando benefician al creyente, pero no cuando esos mismos principios son esgrimidos por el ateo en contra de los «argumentos» de los creyentes. Simplemente me dedicaré a quejarme de un dios tan chapucero e impotente como el que resultaría si tal universo hubiera sido hecho con toda la sana intención y sana teleología divina.

Pues bien. Hay algo que no me cuadra. Si Dios hubiera planeado crear al hombre –a saber para qué un Dios quisiera la compañía de un ser tan insignificante como el humano– con todas sus necesidades, no entiendo por qué tuvo que crear a todo un universo como medio de apoyo logístico. Me explico. Está bien que si crea a un bicho orgánico como el hombre, lo haga a partir de barro. Eso está chupado para un Dios todopoderoso. Está bien que para crear a su pareja lo haga a través de una costilla del hombre, al fin y al cabo, para un mago como Dios, la hubiera podido crear de un simple moco nasal, eso es lo de menos. Lo que no acabo de entender es que para que el hombre tuviera luz creara una bombilla de enormes dimensiones que llevaba quemando la tira de siglos antes de que apareciera dicho bicho viviente y lo colocara a ciento cincuenta millones de kilómetros de la tierra, con el consiguiente despilfarro de energía. Si lo hubiera colocado a unos pocos miles de kilómetros, no habría sido necesario que el sol fuera tan bestial. Pero no le bastó con eso, sino que se sacó de la manga otra bombillita –bastante menos potente, claro– para la noche, pero, eso sí, no todas las noches, sólo algunos pocos días al mes, que la energía va cara. A todo eso, hay que decir que no es moco de pavo, quiero decir que el hombre puede estar agradecido a su creador por tanto «detalle de la casa».

Pero sigamos. Quien es capaz de crear a todo un universo de la nada, quien es capaz de crear a un humano del barro, ¿no podía haberle dotado de unos ojos infrarrojos tanto para el día como para la noche? No entiendo tanto despilfarro detrás de un simple e insignificante ser. ¿Y las estrellas? ¡¡De adorno, leche!! ¡Acaso no son bonitas las estrellitas por la noche! ¡Qué detalle! Luego los ateos van por ahí despotricando contra ese Dios. ¡Qué desagradecidos! Millones y millones de estrellas para «hacer bonito». No importa que haya cientos de millones de ellas cuya luz no nos llega, Dios no quiso escatimar nada a su amando bichito. Bien. Veamos más cositas. No debemos olvidar que ese mago creó al hombre del barro y éste de la nada. Pues no se le ocurre otra cosa que hacerlo venir al mundo desnudo y sin casa, ni automóvil, ni barco, ni avión. El hombre tiene frío, pero, eso sí, el mago le proporciona fieras con piel de oso… que para robar esa piel, primero hay que quitársela al oso ¿cómo? Pues ya sabéis. En aquellos tiempos no existían los «kalasnikof». Así que a afilar cuchillos y a ponerse bien con el Creador porque el abrigo de oso podía salir caro, claro, el oso también lo quería, al fin y al cabo era suyo y le iba bien para el frío. ¿No os suena algo raro eso de que a unos sí y a otros no? ¿Acaso a quien Dios le ha puesto a su disposición todo un astro de helio, una luna y a todo un sinfín de bombillazas enormes repartidas por el firmamento, no podía hacerle un armario lleno de modelos de primavera, verano, otoño e invierno sin que tuviera que ir a joder al prójimo oso? Pues no. A ese dios no le iba bien eso de darle demasiados caprichos al humano, o sea que se dijo a sí mismo: yo lo pongo en el planeta, le doy luz, pero el resto ¡que se apañe! Pues qué bien. Y eso es lo que ha tenido que hacer el hombre: ¡apañarse el solito! Sigamos.

Si no le concedió una piel peluda como al oso, al menos ¿no podía haber hecho un clima primaveral todo el año para poder ir en pelotas? Claro, es que la inclinación del eje de la tierra con respecto del sol, dan lugar a las estaciones ¡Y acaso un mago como Dios no podía haber hecho un planeta plano en lugar de esférico y cuya vertical no anduviera alocada como una peonza! Parece ser que ese mago sacó la Tierra de rebajas, o de segunda mano. Con tanto dios, no sería de extrañar que hubiera pillado algún planeta ya usado con varios millones de siglos en su haber. Claro, después de tanto girar, las holguras en los cojinetes se notan y de ahí lo del eje inclinado.

Hablemos ahora de la manduca. ¿No se alimentan las plantas de agua y luz solar y de minerales sólo? Yes, digo sí. Pues al hombre lo jodió vivo. El hombre no puede vivir sólo de la luz solar y del agua, sino que tiene que comer algo más sustancioso. Para ello, Dios, le puso el gusto en la lengua a través de unas papilas gustativas que hacen que al nene le guste el asado de cabra, de ternera, de pollo, de faisán etc. No se contentó con hacerle vegetariano como a las cabras o a las vacas y, encima, no le proporcionó restaurantes, sino que tuvo que practicar el «self service» corriendo detrás de los conejos, de las cabras o de cualquier otro animalejo que se pusiera a tiro. Bueno, a veces era al revés: empezaba el hombre corriendo detrás de algún bicho, pero como no se habían inventado las gafas graduadas, al estar cerca, era el bicho quien perseguía al hombrecillo, ya que ese mismo dios no tuvo otra ocurrencia que crear a otros animalitos carnívoros, con lo cual, se giraban las tornas y el enchufado de dios era zampado por alguna bestia hambrienta. No sé. No acabo de entender la intención de ese dios. Por un lado, derrocha ingentes cantidades de energía creando todo un universo para su bichito, pero, luego, le escatima comida o abrigo; le provoca enfermedades, pone en peligro su integridad física al tener que matar a bestias gigantescas, etc. Luego, después de todo eso, no se conforma con seguir creando hombrecillos del barro y mujercillas de sus correspondientes costillas, sino que se echa una siesta y les dice que lo hagan ellos ¿Cómo? ¡A joder tocan! No se le ocurre otra cosa que crear un sistema de reproducción infalible. ¡Vaya si es infalible! Ya no corre detrás de las fieras, sino que corre ahora detrás de todas las féminas y la cabra que se ponga por delante… y, claro, sucedió lo que tenía que suceder, que de tanto «correr» detrás de las hembras, el planeta se pobló y se pobló y se pobló. Ahora somos demasiados. Tenemos problemas muy graves y todo gracias a ese sistema infalible divino. Y, eso, se llama teleología. Sí, esa que con toda intención creó el universo para un bichito insignificante. O sea, que todo el universo fue creado para el ser humano como una gracia divina. ¿Y para qué necesitaba el hombre, antes de nacer, ser creado? ¡Ah! Eso son los misterios de Dios, cuyos caminos son inescrutables.

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