La religión de algunos a la vista de todos
Creo que estaremos de acuerdo si digo que una sociedad que se precie de equitativa y pluralista debe perseguir, entre otras tantas cosas, el principio fundamental de la coherencia. Es decir, que no puede pretender proyectar una imagen de justicia y respeto para todos cuando, a la vez, vulnera de alguna forma las normas que la definen.
De plano, esa sociedad actúa con total hipocresÃa cuando es, al mismo tiempo, parcial e imparcial, tolerante y fanática, deferente y desconsiderada, ¿Y no lo es, acaso, cuando se declara decididamente laica siendo, en simultáneo, la protectora indolente de los deseos de una religión?
Precisando el tema: asumo que habremos pisado una repartición pública, sea ésta nacional, provincial o municipal, y que allà habremos encontrado un tÃpico crucifijo colgado en la pared desnuda, o a lo mejor una imagen de la Virgen MarÃa, San José, o el mismo Cristo arrumbada en un rincón o toda la parafernalia navideña decorando los ficheros y estanterÃas. Y estos objetos, que son tan obviados que uno ni se acuerda si realmente los vio o no en ese lugar, no deberÃan ser pasados ligeramente por alto, porque el hecho de que cualquier sÃmbolo religioso sea parte del mobiliario de las dependencias públicas de un Estado independiente de todo culto es, no sólo ese acto absurdo de contradicción del que hablaba, sino también la muestra flagrante de que el mismo Estado excluye a unos en favor de otros. Por tanto no puede llamarse pluralista y justo, no siéndolo.
Haciendo valer el cliché, si entendemos que un espacio público es propiedad de uso y disfrute de todos, deberÃamos comprender que la simbologÃa que representa a tan sólo una parte no puede permanecer en ese espacio sin atentar, al menos hipotéticamente, contra la sensibilidad del resto que no profesa la misma religión. Con justa razón entonces, judÃos, musulmanes, budistas, hinduistas, kementistas, mazdeÃstas, etc. podrÃan sentirse ofendidos y segregados con ver una simple cruz dispuesta en un lugar que también les pertenece.
Y si hablamos del lugar de todos, lo religioso en contacto con lo público no se circunscribe a las oficinas estatales, sino también a plazas y parques en las que se encuentran ermitas, vÃrgenes y santos, algunas sin una justificación clara de por qué están allÃ; y también en varias escuelas públicas donde, paradoja de paradojas, se supone que se enseña a respetar la diversidad de cultos y culturas. Descontando, por supuesto, los feriados religiosos nacionales, y los dÃas de festejo de los “patronos†de varias municipalidades del paÃs, temas estos últimos que quisiera desarrollar en un próximo artÃculo.
Pero quisiera aclarar tres puntos antes de continuar con la discusión, y pido disculpas si resultan muy obvios: Primero, que no soy tan ingenuo como para suponer que ésta es la injusticia, habida cuenta que Argentina sufre todos los dÃas tan horrendas iniquidades que el temita puede resultar una discusión de infantes, pero no por eso deja de ser un acto injusto, y por tanto, lejano a lo que se aspira como sociedad democrática (si eso es lo que queremos); Segundo, que no estoy a favor que a las personas se les prohÃba profesar su culto, o se les restrinja el derecho de llevar públicamente las vestimentas, tocados o accesorios que consideren necesarios para la práctica de sus creencias, caso este último que ha causado discusiones de envergadura dada la polÃtica gubernamental francesa de impedir en sus escuelas públicas el uso del shador, la kipá, cadenas con crucifijos, etc.; y Tercero, el análisis no cuenta, de la misma manera, cuando hablamos de la presencia de escudos o pabellones nacionales en lugares públicos; no puede haber ofensa cuando el propio Estado, nacional o provincial, se representa asimismo en tales espacios. Del mismo modo no puede ofender que una iglesia católica o protestante incluya cruces o cristos en su arquitectura, o una sinagoga haga lo propio con la estrella de David. Tampoco planteo abiertamente el paralelismo en relación a determinadas personalidades destacadas de la historia con que se denominan algunas instituciones y espacios públicos, dado que se concibe como un reconocimiento a su trayectoria, aunque en algunos casos se tiñan de color polÃtico. Pero sÃ, lo mismo podrÃa aplicarse este análisis, a las imágenes de lÃderes polÃticos que identifican la ideologÃa del poder de turno, resultando otra contradicción más en las funciones del Estado.
Dicho esto, y jugando con soluciones de consenso, tal vez lo que resulte más fácil es incluir en los mismos espacios públicos las representaciones de todas las religiones amparadas por la SecretarÃa de Culto (aproximadamente unas 470). Pero al poco de andar en esta respuesta, seguro mucho más democrática, caemos en la falta de practicidad, el barroquismo, la contradicción y en más absurdos. ¿Cuántos objetos de cada culto se necesitan para emparejar la presencia de los sÃmbolos cristianos en aquellos lugares donde se encuentren? ¿AlcanzarÃan las paredes y rincones en una oficina municipal para incorporar tal profusión de objetos y que la oficina siga cumpliendo la misma función? ¿QuedarÃa algo de espacio libre real si eso se lleva a cabo? ¿Y que pasa con aquellos sÃmbolos de una religión que no son igualmente interpretados por sus diversas facciones? ¿Cómo se pueden representar aquellas religiones que no tienen un sÃmbolo especÃfico? ¿Y como estaremos representados nosotros, ateos o agnósticos, en dicho lugar?
Conclusión simple, llana, práctica y pluralista: Dejando completamente desnudo los espacios públicos de cualquier concepto religioso estamos apostando al respeto de cada uno de los cultos vigentes en el paÃs, y también a la consideración de aquellos que no desean profesarlos.
En definitiva es cuestión de abrir un poco la mente para dejar entrar la interpretación del derecho de uno que, contradiciendo el dicho popular, no acaba donde empieza el del otro. La frase es, a lo menos, soberanamente desacertada, porque con ella se afirman privilegios en un instante dado que en la equidad no deben existir nunca. Los derechos son simultáneos, y ninguno puede ser tan irrelevante, por insulso que nos parezca, como para que cese en favor de un derecho distinto. O dicho más simplemente: Si su derecho a respirar no puede ser coartado por mi derecho a respirar, entonces… ¿Por qué su libertad de ser creyente invade y limita mi libertad de no serlo?





























