La oración

Una de las ventajas de los dioses de las religiones populares es lo fácil que nos ponen las cosas a los ateos. Quiero decir: Cuando por ejemplo algún deísta, panteísta o agnóstico nos intenta convencer de sus creencias/dudas sobre la existencia de no se que cosa misteriosa que anda por ahí creando universos, se ocupa especialmente de no darnos detalles refutables de manera de “ocultarnos a nuestro enemigo”. Definiciones como “Dios= Misterio”, “Dios= Orden”, “Dios= Fuerza creadora” son utilizadas por aquellos que se empeñan en poner la palabra Dios en alguna idea que los ateos no tengamos intención de negar, con la esperanza de terminar con el famoso “… luego, Dios existe”. Pero los teístas religiosos nos la hacen más fácil. Nos dan detalles sobre su dios, nos cuentan cuales son sus preferencias, su plan con nosotros, conocen la historia de ese dios con los humanos, sus intervenciones, sus milagros, y si aplica, su paso por nuestro planeta. Tanto detalle nos da la posibilidad de analizar de que estamos hablando, y decidir si se trata de algo razonable o no.

Sabemos, por ejemplo, que una de las características común entre los dioses monoteístas (suena raro “dioses monoteístas” en plural, pero es que cada uno tiene el suyo) es el hecho de protegernos a pedido: Si necesitás ayuda, si tenés algún miedo, si estás enfermo, si algo te angustia o si necesitás trabajo, orarle humildemente es una buena opción en caso de que creas en él. Y parece natural… El tipo es todopoderoso, así que en caso de necesitar algo que mejor que pedirle a él que seguro tiene el poder de concedérnoslo. A primera vista la situación parece simple. Dios existe, es todopoderoso y nos ama. Luego, si le pedimos algo que realmente necesitamos, como iría a negárnoslo?.

Olvidemos a Dios por unos minutos. Imaginemos esta situación: Carlos, de profesión médico, es visitado por su hija Ana y su nieta Juana. La niña jugando en el patio del abuelo, tienen un accidente (no importa cual) y requiere asistencia médica de primeros auxilios urgentes. Simplificando: Si recibe asistencia vive, si no la recibe se muere. Tanto Ana como Carlos vieron el accidente, por lo que obviamente están al tanto de la necesidad de hacer algo de inmediato. La madre corre a socorrerla, pero la encuentra inconsciente. El abuelo se queda sentado en la silla, esperando que Ana le pida, le ruegue, le suplique que salve la vida de la nieta que tantas veces dijo amar. No solo eso, sino que Ana debe pedirlo “sinceramente”, aceptando sus limitaciones, y entregando la vida de su hija a la voluntad de Carlos quién evaluará si Ana merece que acuda a su pedido o no.

A esta altura, posiblemente algunos estén indignados con la actitud del abuelo de la niña. Lo sorprendente es que si en la historia quitamos a Carlos, y ponemos a Dios, algo sucede que para muchos la actitud de Carlos (ahora Dios) se vuelve justificable, y pasa a ser un objeto de adoración y sus decisiones se vuelven incuestionables. Lo que es una canallada para un humano, es una muestra de amor y misericordia en Dios, aún cuando de Dios se esperan actitudes más “humanitarias”.

Se vuelve razonable que Dios, que puede salvar sin mayor esfuerzo (menos incluso que el mismo Carlos, muy humano y por lo tanto limitado) a algún niño del sufrimiento y la muerte que le causa una enfermedad cualquiera, nos pida que nos humillemos reconociendo su poder, nuestras limitaciones. Que reconozcamos lo mucho que dependemos de él. Que le digamos lo que ya sabe de la manera que quiere oírlo para meditar si hicimos los méritos suficientes para atender nuestros ruegos. Y quizás no sean suficientes, y se necesiten cadenas de oraciones, o dicho de otra manera, más y más gente humillándose. De alguna manera, como si nuestro dolor fuera un alimento para su ego. Un alimento necesario, pero no necesariamente suficiente. Quizás, como tantas veces y a pesar de tanto ruego, él decida que no va a hacer nada.

Lucas 11:9

Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

 

 

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