La frase del opio en su contexto
© Rolando Gómez
Para Razón Atea
Hace unos pocos dÃas, visitando EE.UU., entré a una librerÃa y me compré un libro que me atrajo por su portada y tÃtulo llamativos: se trata de El ateo portátil, del inglés Christopher Hitchens, publicado por la editorial Da Capo Press. El libro es en realidad un compendio de obras y/o fragmentos de obras de una larga lista de autores que incluye a Benedicto de Spinoza, Karl Marx, Charles Darwin, Anatole France, Bertrand Russell, Omar Khayám, Carl Sagan, Freud, Salman Rushdie, Emma Goldman, y muchos otros, todos alrededor de un tema: la religión.
Me llamó mucho la atención el fragmento de Marx: está sacado de la Introducción a Contribución a la crÃtica de la filosofÃa del derecho de Hegel, obra escrita en 1843.
Esta es la obra donde Marx escribió aquella famosa frase: «la religión es el opio de los pueblos», que estoy seguro que todos la han escuchado, pero no tan seguro de que la hayan leÃdo en su fuente. Yo personalmente confieso que es una obra que no alcancé a leer en castellano en mi juventud.
La famosa frase ha sido reproducida millones de veces, vilipendiada, admirada y demonizada a la vez, pero creo poder asegurar que casi siempre sacada totalmente de su contexto, y juzgada casi exclusivamente por el timbre sonoro de las palabras «opio» y «pueblos» bajo los parámetros acústicos que esas palabras tienen en la sociedad de nuestra época; esto es, la asimilación con adicción, estupefacientes dañinos o narcotráfico la una, y a masas vulgares, incultas o ignorantes la otra.
Luego de leerla, decidà traducirla del inglés (no encontré «a mano» ninguna versión en castellano) y compartirla con ustedes en su contexto. Creo que vale la pena.
Acá va:
Interesante, ¿no?
Dicen que un antropólogo británico encontró que los miembros del pueblo Fang en Camerún creen firmemente en brujas que tienen un órgano interno de tipo animal, que en las noches se separa de ellas y vuela sobre los sembrados arruinando las cosechas, y que esas brujas se juntan a veces en orgÃas donde devoran a sus vÃctimas humanas. Muchos de esos campesinos jurarán que un amigo de un amigo, o un conocido, ha visto a esas criaturas en sus incursiones nocturnas, y que su existencia es una absoluta verdad indiscutible.
¿Cómo hay gente que puede creer semejantes cosas tan irracionales y sin sentido alguno?
Pues bien, hay gente que cree que algo terrible le va a pasar a uno si uno enciende un fuego exactamente un minuto después de que la primera estrella de la noche del viernes aparece en el firmamento, y que ese maleficio terrible es anulado solamente por la visión de la primera estrella en el firmamento del dÃa siguiente. Hay otros que creen que hace unos dos mil años un hombre nació del vientre de una mujer que nunca copuló; es decir, nació sin padre biológico alguno, y que este hombre sin padre biológico murió, pero a los tres dÃas volvió a la vida y desapareció, con cuerpo y todo, hacia el cielo. Hay gentes que creen que un ser todopoderoso va a leer todos los papelitos escritos que se ponen entre las grietas de las piedras del muro de un antiguo templo, y que de alguna manera ese ser todopoderoso va a responder a los pedidos escritos en esos papelitos. Hay otras gentes que creen que la imagen de una mujer vestida con un manto apareció de la nada impresa en el poncho de un indÃgena mexicano, y que ese poncho se puede encontrar hoy en dÃa acá en la ciudad de México.
Todas estas extrañas creencias dependen del entorno geográfico y social donde la persona se encuentra. Si nosotros –tanto ustedes como yo– fuéramos nacidos y criados en Kandahar, Yakarta o Mumbai, seguramente verÃamos como irracional, o por lo menos muy extraño y ajeno, la creencia en algunas de las cosas que he mencionado arriba.
En la famosa frase de Marx sobre el opio me parece que lo de la droga es lo menos relevante. Lo que todavÃa al dÃa de hoy es relevante es esa «conciencia invertida del mundo» que posibilita transformar en una virtud humana la actitud de creer en cosas extrañas, sin soporte e insoportables, sin ninguna evidencia de ningún tipo, y cuyo propósito es tratar de alcanzar una felicidad ilusoria en este valle de lágrimas, la sociedad humana.
Para Razón Atea
Hace unos pocos dÃas, visitando EE.UU., entré a una librerÃa y me compré un libro que me atrajo por su portada y tÃtulo llamativos: se trata de El ateo portátil, del inglés Christopher Hitchens, publicado por la editorial Da Capo Press. El libro es en realidad un compendio de obras y/o fragmentos de obras de una larga lista de autores que incluye a Benedicto de Spinoza, Karl Marx, Charles Darwin, Anatole France, Bertrand Russell, Omar Khayám, Carl Sagan, Freud, Salman Rushdie, Emma Goldman, y muchos otros, todos alrededor de un tema: la religión.
Me llamó mucho la atención el fragmento de Marx: está sacado de la Introducción a Contribución a la crÃtica de la filosofÃa del derecho de Hegel, obra escrita en 1843.
Esta es la obra donde Marx escribió aquella famosa frase: «la religión es el opio de los pueblos», que estoy seguro que todos la han escuchado, pero no tan seguro de que la hayan leÃdo en su fuente. Yo personalmente confieso que es una obra que no alcancé a leer en castellano en mi juventud.
La famosa frase ha sido reproducida millones de veces, vilipendiada, admirada y demonizada a la vez, pero creo poder asegurar que casi siempre sacada totalmente de su contexto, y juzgada casi exclusivamente por el timbre sonoro de las palabras «opio» y «pueblos» bajo los parámetros acústicos que esas palabras tienen en la sociedad de nuestra época; esto es, la asimilación con adicción, estupefacientes dañinos o narcotráfico la una, y a masas vulgares, incultas o ignorantes la otra.
Luego de leerla, decidà traducirla del inglés (no encontré «a mano» ninguna versión en castellano) y compartirla con ustedes en su contexto. Creo que vale la pena.
Acá va:
«El fundamento del criticismo irreligioso es: el hombre hace a la religión; no la religión al hombre. La religión es, efectivamente, la auto-conciencia y la autoestima del hombre quien, ya sea no se ha ganado a sà mismo, o se ha perdido a sà mismo de nuevo. Pero el hombre (der Mensch) no es un ser abstracto, puesto fuera del mundo. El hombre es el mundo del hombre –el Estado, la sociedad. Este Estado y esta sociedad producen la religión, la cual es una conciencia invertida del mundo, porque están en un mundo invertido. La religión es la teorÃa general de este mundo; su compendio enciclopédico, su lógica en forma popular, su point-d´honneur espiritual, su entusiasmo, su sanción moral, su complemento solemne, y su base universal de consolación y justificación. Es la realización fantástica de la esencia humana, dado que la esencia humana no posee ninguna realidad verdadera. La lucha contra la religión es indirectamente, por lo tanto, la lucha contra ese mundo cuyo aroma espiritual es la religión.
El sufrimiento religioso es, en uno y al mismo tiempo, la expresión de sufrimiento real y una protesta contra el sufrimiento real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, el alma (o el espÃritu, der Geist) de una condición desalmada. Es el opio de los pueblos.
La abolición de la religión como la felicidad ilusoria de los pueblos es la exigencia de su real felicidad. La demanda de abandono de sus ilusiones acerca de su condición es la demanda de abandonar una condición que requiere de ilusiones. La crÃtica de la religión es entonces, en embrión, el criticismo de ese valle de lágrimas del cual la religión es su santa aureola».
Interesante, ¿no?
Dicen que un antropólogo británico encontró que los miembros del pueblo Fang en Camerún creen firmemente en brujas que tienen un órgano interno de tipo animal, que en las noches se separa de ellas y vuela sobre los sembrados arruinando las cosechas, y que esas brujas se juntan a veces en orgÃas donde devoran a sus vÃctimas humanas. Muchos de esos campesinos jurarán que un amigo de un amigo, o un conocido, ha visto a esas criaturas en sus incursiones nocturnas, y que su existencia es una absoluta verdad indiscutible.
¿Cómo hay gente que puede creer semejantes cosas tan irracionales y sin sentido alguno?
Pues bien, hay gente que cree que algo terrible le va a pasar a uno si uno enciende un fuego exactamente un minuto después de que la primera estrella de la noche del viernes aparece en el firmamento, y que ese maleficio terrible es anulado solamente por la visión de la primera estrella en el firmamento del dÃa siguiente. Hay otros que creen que hace unos dos mil años un hombre nació del vientre de una mujer que nunca copuló; es decir, nació sin padre biológico alguno, y que este hombre sin padre biológico murió, pero a los tres dÃas volvió a la vida y desapareció, con cuerpo y todo, hacia el cielo. Hay gentes que creen que un ser todopoderoso va a leer todos los papelitos escritos que se ponen entre las grietas de las piedras del muro de un antiguo templo, y que de alguna manera ese ser todopoderoso va a responder a los pedidos escritos en esos papelitos. Hay otras gentes que creen que la imagen de una mujer vestida con un manto apareció de la nada impresa en el poncho de un indÃgena mexicano, y que ese poncho se puede encontrar hoy en dÃa acá en la ciudad de México.
Todas estas extrañas creencias dependen del entorno geográfico y social donde la persona se encuentra. Si nosotros –tanto ustedes como yo– fuéramos nacidos y criados en Kandahar, Yakarta o Mumbai, seguramente verÃamos como irracional, o por lo menos muy extraño y ajeno, la creencia en algunas de las cosas que he mencionado arriba.
En la famosa frase de Marx sobre el opio me parece que lo de la droga es lo menos relevante. Lo que todavÃa al dÃa de hoy es relevante es esa «conciencia invertida del mundo» que posibilita transformar en una virtud humana la actitud de creer en cosas extrañas, sin soporte e insoportables, sin ninguna evidencia de ningún tipo, y cuyo propósito es tratar de alcanzar una felicidad ilusoria en este valle de lágrimas, la sociedad humana.
Un espacio para dudar. Ateos, agnósticos, escépticos. Reflexión, ensayo, debate. Arte y literatura. Humanismo secular.