La aventura equinoccial


Por alguna razón que no acierto a explicar, me gustan los equinoccios. Más incluso que los solsticios. En el equinoccio, en cada punto del planeta, el día dura doce horas, igual que la noche, incluso en los polos, en donde en esa fecha se pasa del día a la noche o de la noche al día. No hay acontecimiento que iguale más a todo el planeta. Simetría pura.

Nos dicen que con el equinoccio de otoño acaba oficialmente el verano y comienza el otoño, pero, hasta donde yo sé, ningún organismo oficial ha decretado nunca el comienzo y final de las estaciones. De toda la vida, en los climas templados, el verano es la época de calor, el invierno la de frío, la primavera de la plantar y el otoño la de recoger (más o menos). Según en qué lugar, el calor empieza antes o después. En cada lugar había una fecha por la cuál se convenía el comienzo de cada estación. En países de tradición católica, solía ser algún santo que le quitó su puesto a algún dios.

Sólo recientemente vino esta costumbre de dividir las cuatro estaciones en periodos exactos de tres meses cada una y, más recientemente aún, de hacer coincidir el comienzo de cada una con un solsticio o un equinoccio. Esto último queda muy astronómico y muy preciso (y a alguien de debió de parecer muy científico) y es lo que nos recuerdan cada tres meses en la prensa.

Si de otorgar tres meses exactos cada estación se trata, hay varias alternativas. Explicaré dos, una basada en la luz y la otra en el calor.

Si nos basamos en la luz, deberemos tomar el solsticio de verano como el punto medio de la estación. Al ser este solsticio el punto que marca el día más largo, los siguientes días más largos del año estarán 45 días hacia atrás y 45 días hacia adelante. Con este criterio definiremos también las demás estaciones. Así, el verano empezaría aproximadamente el 7 de mayo y llegaría hasta el 7 de agosto en el hemisferio norte, que serían también las fechas para el invierno del sur.

Si nos basamos en el calor las cosas cambian. El máximo de calor no coincide con el máximo de luz, por aquello de que a la Tierra le lleva tiempo calentarse (tanto a la tierra como al océano). El máximo de calor viene a coincidir, en una buena aproximación, con la mitad del mes de julio, así que el verano coincidiría con lo que todo el mundo tiene en la cabeza (tal vez en el cuerpo) en el hemisferio norte, es decir, con los meses de junio, julio y agosto.

Como la fauna y la flora nos guiamos más por estas diferencias de calor que por las diferencias de luz, me gusta más la segunda definición. Si ha de haber una definición oficial, que sea esta. Si no la hay, propongo dar la lata a quien haga falta para que se deje de maltratar a los solsticios y equinoccios y hacerles decir cosas que no quieren.

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