Juan Pablo II cerró el infierno pero mantuvo al demonio Marcial Maciel
En momentos donde se habla de la beatificación de Juan Pablo II muchos recuerdan que este papa, contrariando a muchos anteriores afirmó que el infierno no existe.
Afrima el columnista colombiano Julio César Londono en El Espectador:
"En lo referente al dogma, introdujo una novedad más trascendente que la aceptación de la fabilidad papal, debida al innovador Juan XXXIII, al declarar urbi et orbi que el cielo y el infierno eran estados de conciencia, no lugares fÃÂsicos.
La pregunta que nos hemos hecho todos estos años los teólogos y los columnistas es: ¿qué fue, entonces, del alma de Juan Pablo II después de su muerte? Cerrados ya el cielo y el infierno, es lÃÂcito suponer que su alma vagó como un barco en un mar sin orillas, como la pobre Marie Simon en los difusos laberintos del parkinson, hasta que SS Benedicto volvió a abrirlos en un súbito rapto de lucidez. Una grey sin infierno, debió pensar, es tan peligrosa como un paÃÂs sin cárceles.
¿Dónde estará Juan Pablo II ahora? Quizá purga sus herejÃÂas en un limbo de escarnio. O se arrellana a la diestra de un Padre que ya perdonó sus errores. O gira per secula seculorum en la rueda del eterno retorno. O canta, reencarnado en almuecÃÂn, la magnificencia de Alá. O acata, humildÃÂsimo y orgánico, las leyes de la materia corruptible."
Pero sin duda el aspecto más oscuro de Juan Pablo II fue el encubrimiento del sacerdote pederasta Marcial Maciel.
El lado oscuro de Juan Pablo II
Por: Jesús RodrÃÂguez
'Y a usted, padre, ¿cuándo le vino la idea de crear la Legión?', le preguntó Juan Pablo II a Marcial Maciel la primera vez que cenaron juntos en el comedor privado del Santo Padre. La respuesta de Maciel fue inmediata: 'Santidad, a los 15 años ya tenÃÂa claro que querÃÂa crear una congregación de sacerdotes para instaurar el reino de Cristo en la sociedad'. El Papa reflexionó y continuó: 'Pues sabe usted, padre Maciel, yo a los 15 años aún no habÃÂa sido ordenado y no se me pasaba por la cabeza llegar a ser Papa'. Según un religioso que presenció la conversación, tras esa frase del Papa los dos rompieron a reÃÂr. El Papa siempre admiró a Maciel esa seguridad absoluta que tenÃÂa en su misión. SabÃÂa que iba ser de una fidelidad absoluta.
Cuando Wojtyla accedió al papado en 1978, Maciel ya era pederasta. Ya habÃÂa tenido relaciones con mujeres; ya sufrÃÂa una adicción a los opiáceos y llevaba décadas de manejos económicos. Controlaba con mano férrea a sus chicos presos en su particular voto de silencio; era señor de mentes y haciendas en la Legión de Cristo. Pero todo su poder poco tenÃÂa que ver con lo que conseguirÃÂa de la mano del nuevo pontÃÂfice. En 1978, la Legión de Cristo era apenas una congregación profundamente conservadora creada por un ambicioso sacerdote mexicano, que aún no tenÃÂa aprobadas sus Constituciones, secretista, poderosa en México y con presencia entre las élites reaccionarias de España, Italia, Irlanda y EE UU. Con Juan Pablo II, Marcial Maciel conseguirÃÂa una influencia que nunca pudo imaginar.
Y más aún arrastrando su oscuro pasado del que nadie al parecer se percató. Maciel era un genio como recaudador, sus seminarios estaban llenos y presumÃÂa de no ir ni un paso atrás ni delante del Papa. Y, por si fuera poco, apoyaba económicamente a Solidaridad, el sindicato católico creado en Polonia en 1980 y dirigido por Lech Walesa que estaba minando los cimientos del régimen comunista de parte del nuevo Papa.
Durante el papado de Wojtyla, la Legión serÃÂa la congregación católica de mayor crecimiento. Cuando Wojtyla llegó al Vaticano, contaba con 100 sacerdotes. A su muerte tenÃÂa 800 y más de 2.000 seminaristas repartidos en 124 casas por todo el mundo. Universidades en México, Chile, Italia y España; facultades de TeologÃÂa, FilosofÃÂa y Bioética. Más de 130.000 alumnos. Y 20.000 empleados en su grupo económico Integer. La cifra que más se ha repetido sobre el valor de los activos de la Legión en los últimos años es de 25.000 millones de euros.
Después de un Papa de dudas como Pablo VI, llegó en 1978 Karol Wojtyla, un Papa de certezas. Procedente de la siempre fiel Polonia. Como México. Un catolicismo de resistencia. Ese era el proyecto que ofrecÃÂa el nuevo Papa en un tiempo de incertidumbres. Para su batalla, necesitaba un ejército incondicional. Ya no le valÃÂan los franciscanos, dominicos o jesuitas. Estaban demasiado comprometidos con los pobres. Fronterizos con el marxismo. Enemistados con los poderosos. Wojtyla encontró sus nuevos reclutas en el Opus, los Kikos, Lumen Dei, los carismáticos, Comunión y Liberación, Schoenstatt, San Egidio y en la Legión de Cristo. Juntos se montaron en la máquina del tiempo y rebobinaron hasta los años cincuenta. Hasta una Iglesia con un poder centralizado, sin lugar para la disidencia. Y decidieron que esa era la Iglesia de fin de siglo; la que tenÃÂa que reevangelizar el planeta. Maciel serÃÂa uno de los mariscales de campo.
Sus trayectorias eran casi gemelas. HabÃÂan nacido en 1920, con dos meses de diferencia, en el seno de familias conservadoras, rurales y de clase media. Criados en un catolicismo piadoso, vigoroso, excluyente, muy de resistencia polÃÂtica y unido al sentimiento nacional de México y Polonia. VivirÃÂan momentos de opresión religiosa durante su niñez que les educarÃÂa en un catolicismo de batalla. Las madres de ambos, Emilia y Maurita, serÃÂan el amor de su vida; la clave de su adoctrinamiento religioso, su modelo. Las mujeres tenÃÂan que ser para ellos madres y esposas. Y transmisoras del catecismo. Como sus madres.
Según Maciel en su libro Mi vida es Cristo, Juan Pablo II y él se conocieron en enero de 1979, dos meses después de que Wojtyla fuera elegido sucesor de san Pedro. Al nuevo Papa se le metió en la cabeza que su primer acto de masas fuera de Italia tenÃÂa que ser en México, un paÃÂs con más de 80 millones de católicos en las puertas de EE UU y la Centroamérica de la TeologÃÂa de la Liberación. HabÃÂa que arrebatar América a las garras del comunismo.
En enero de 1979, Wojtyla estaba decidido a realizar ese viaje. Pero el Gobierno mexicano no lo tenÃÂa tan claro. México y la Santa Sede no mantenÃÂan relaciones diplomáticas. México era un Estado profundamente laico con una constitución anticlerical. Pero a la vez contaba con un catolicismo muy emocional, de sangre. Su legislación implicaba que en el caso de que Juan Pablo II visitara México, no lo podrÃÂa hacer como jefe de Estado, sino como un 'turista ilustre'; no serÃÂa invitado oficialmente por el presidente José López Portillo. No podrÃÂa celebrar la misa en espacios abiertos. Con su apuesta de visitar México, Wojtyla se la jugaba. Justo al comienzo de su pontificado.
En esto apareció Maciel. Dentro de la red de amistades que el fundador de los legionarios habÃÂa tejido en México estaban Rosario Pacheco y Margarita y Alicia López Portillo. Católicas, ricas y madre y hermanas del presidente mexicano, José López Portillo. Maciel era el confesor de doña Rosario. Habló con ellas. Y ellas con el presidente. Se obró el milagro. López Portillo invitarÃÂa al Papa y le recibirÃÂa en el aeropuerto. Juan Pablo estarÃÂa autorizado a decir misa al aire libre ante cientos de miles de fieles. Y la visita serÃÂa transmitida por televisión.
Wojtyla nunca olvidarÃÂa aquel fino trabajo. A nadie en Roma le importó que corrieran los rumores contra el superior de los legionarios; que en algún rincón de la curia se escondiera un grueso dossier sobre sus andanzas. Juan Pablo II las ignoró. Y durante casi tres décadas no dejó de recompensar la lealtad de Maciel.
En los años siguientes, Wojtyla aprobarÃÂa las Constituciones de la Legión sin cambiar una coma, ordenarÃÂa en el Vaticano a 59 legionarios e invitarÃÂa a Maciel a fiscalizar varios sÃÂnodos de obispos en Europa y Latinoamérica. Favoreció la creación de la universidad pontificia de los legionarios en Roma y la implantación de la congregación en Chile. Y llegó a definir a Maciel como 'guÃÂa eficaz para la juventud'.
Y cuando las cosas se comenzaron a poner mal para Maciel tras la publicación en The Hartford Courant de las primeras denuncias por abusos sexuales, en febrero de 1997, el Papa hizo oÃÂdos sordos. En uno de los últimos actos de la Legión que presidió al final de su vida, Wojtyla aún homenajearÃÂa a los miembros de la Legión de Cristo elevando la voz y sobreponiéndose a su enorme debilidad: 'Se nota, se siente, los legionarios están presentes'.
Cuando el obispo mexicano Carlos Talavera entregó en 1999 una carta al cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y hoy Papa, que detallaba los abusos de Maciel sobre el exsacerdote legionario Juan Manuel Fernández Amenábar, la respuesta de Ratzinger fue concluyente, según declaró después ese mismo obispo: 'Lamentablemente, no podemos abrir el caso del padre Maciel porque es una persona muy querida del santo padre, ha ayudado mucho a la Iglesia y lo considero un asunto muy delicado'.
TendrÃÂa que morir Juan Pablo II en abril de 2005 para que el affaire Maciel se reactivase. Y ya nada podrÃÂa salvarle de la condena. El fuego eterno lo tenÃÂa asegurado.
Afrima el columnista colombiano Julio César Londono en El Espectador:
"En lo referente al dogma, introdujo una novedad más trascendente que la aceptación de la fabilidad papal, debida al innovador Juan XXXIII, al declarar urbi et orbi que el cielo y el infierno eran estados de conciencia, no lugares fÃÂsicos.
La pregunta que nos hemos hecho todos estos años los teólogos y los columnistas es: ¿qué fue, entonces, del alma de Juan Pablo II después de su muerte? Cerrados ya el cielo y el infierno, es lÃÂcito suponer que su alma vagó como un barco en un mar sin orillas, como la pobre Marie Simon en los difusos laberintos del parkinson, hasta que SS Benedicto volvió a abrirlos en un súbito rapto de lucidez. Una grey sin infierno, debió pensar, es tan peligrosa como un paÃÂs sin cárceles.
¿Dónde estará Juan Pablo II ahora? Quizá purga sus herejÃÂas en un limbo de escarnio. O se arrellana a la diestra de un Padre que ya perdonó sus errores. O gira per secula seculorum en la rueda del eterno retorno. O canta, reencarnado en almuecÃÂn, la magnificencia de Alá. O acata, humildÃÂsimo y orgánico, las leyes de la materia corruptible."
Pero sin duda el aspecto más oscuro de Juan Pablo II fue el encubrimiento del sacerdote pederasta Marcial Maciel.
El lado oscuro de Juan Pablo II
Por: Jesús RodrÃÂguez
'Y a usted, padre, ¿cuándo le vino la idea de crear la Legión?', le preguntó Juan Pablo II a Marcial Maciel la primera vez que cenaron juntos en el comedor privado del Santo Padre. La respuesta de Maciel fue inmediata: 'Santidad, a los 15 años ya tenÃÂa claro que querÃÂa crear una congregación de sacerdotes para instaurar el reino de Cristo en la sociedad'. El Papa reflexionó y continuó: 'Pues sabe usted, padre Maciel, yo a los 15 años aún no habÃÂa sido ordenado y no se me pasaba por la cabeza llegar a ser Papa'. Según un religioso que presenció la conversación, tras esa frase del Papa los dos rompieron a reÃÂr. El Papa siempre admiró a Maciel esa seguridad absoluta que tenÃÂa en su misión. SabÃÂa que iba ser de una fidelidad absoluta.
Cuando Wojtyla accedió al papado en 1978, Maciel ya era pederasta. Ya habÃÂa tenido relaciones con mujeres; ya sufrÃÂa una adicción a los opiáceos y llevaba décadas de manejos económicos. Controlaba con mano férrea a sus chicos presos en su particular voto de silencio; era señor de mentes y haciendas en la Legión de Cristo. Pero todo su poder poco tenÃÂa que ver con lo que conseguirÃÂa de la mano del nuevo pontÃÂfice. En 1978, la Legión de Cristo era apenas una congregación profundamente conservadora creada por un ambicioso sacerdote mexicano, que aún no tenÃÂa aprobadas sus Constituciones, secretista, poderosa en México y con presencia entre las élites reaccionarias de España, Italia, Irlanda y EE UU. Con Juan Pablo II, Marcial Maciel conseguirÃÂa una influencia que nunca pudo imaginar.
Y más aún arrastrando su oscuro pasado del que nadie al parecer se percató. Maciel era un genio como recaudador, sus seminarios estaban llenos y presumÃÂa de no ir ni un paso atrás ni delante del Papa. Y, por si fuera poco, apoyaba económicamente a Solidaridad, el sindicato católico creado en Polonia en 1980 y dirigido por Lech Walesa que estaba minando los cimientos del régimen comunista de parte del nuevo Papa.
Durante el papado de Wojtyla, la Legión serÃÂa la congregación católica de mayor crecimiento. Cuando Wojtyla llegó al Vaticano, contaba con 100 sacerdotes. A su muerte tenÃÂa 800 y más de 2.000 seminaristas repartidos en 124 casas por todo el mundo. Universidades en México, Chile, Italia y España; facultades de TeologÃÂa, FilosofÃÂa y Bioética. Más de 130.000 alumnos. Y 20.000 empleados en su grupo económico Integer. La cifra que más se ha repetido sobre el valor de los activos de la Legión en los últimos años es de 25.000 millones de euros.
Después de un Papa de dudas como Pablo VI, llegó en 1978 Karol Wojtyla, un Papa de certezas. Procedente de la siempre fiel Polonia. Como México. Un catolicismo de resistencia. Ese era el proyecto que ofrecÃÂa el nuevo Papa en un tiempo de incertidumbres. Para su batalla, necesitaba un ejército incondicional. Ya no le valÃÂan los franciscanos, dominicos o jesuitas. Estaban demasiado comprometidos con los pobres. Fronterizos con el marxismo. Enemistados con los poderosos. Wojtyla encontró sus nuevos reclutas en el Opus, los Kikos, Lumen Dei, los carismáticos, Comunión y Liberación, Schoenstatt, San Egidio y en la Legión de Cristo. Juntos se montaron en la máquina del tiempo y rebobinaron hasta los años cincuenta. Hasta una Iglesia con un poder centralizado, sin lugar para la disidencia. Y decidieron que esa era la Iglesia de fin de siglo; la que tenÃÂa que reevangelizar el planeta. Maciel serÃÂa uno de los mariscales de campo.
Sus trayectorias eran casi gemelas. HabÃÂan nacido en 1920, con dos meses de diferencia, en el seno de familias conservadoras, rurales y de clase media. Criados en un catolicismo piadoso, vigoroso, excluyente, muy de resistencia polÃÂtica y unido al sentimiento nacional de México y Polonia. VivirÃÂan momentos de opresión religiosa durante su niñez que les educarÃÂa en un catolicismo de batalla. Las madres de ambos, Emilia y Maurita, serÃÂan el amor de su vida; la clave de su adoctrinamiento religioso, su modelo. Las mujeres tenÃÂan que ser para ellos madres y esposas. Y transmisoras del catecismo. Como sus madres.
Según Maciel en su libro Mi vida es Cristo, Juan Pablo II y él se conocieron en enero de 1979, dos meses después de que Wojtyla fuera elegido sucesor de san Pedro. Al nuevo Papa se le metió en la cabeza que su primer acto de masas fuera de Italia tenÃÂa que ser en México, un paÃÂs con más de 80 millones de católicos en las puertas de EE UU y la Centroamérica de la TeologÃÂa de la Liberación. HabÃÂa que arrebatar América a las garras del comunismo.
En enero de 1979, Wojtyla estaba decidido a realizar ese viaje. Pero el Gobierno mexicano no lo tenÃÂa tan claro. México y la Santa Sede no mantenÃÂan relaciones diplomáticas. México era un Estado profundamente laico con una constitución anticlerical. Pero a la vez contaba con un catolicismo muy emocional, de sangre. Su legislación implicaba que en el caso de que Juan Pablo II visitara México, no lo podrÃÂa hacer como jefe de Estado, sino como un 'turista ilustre'; no serÃÂa invitado oficialmente por el presidente José López Portillo. No podrÃÂa celebrar la misa en espacios abiertos. Con su apuesta de visitar México, Wojtyla se la jugaba. Justo al comienzo de su pontificado.
En esto apareció Maciel. Dentro de la red de amistades que el fundador de los legionarios habÃÂa tejido en México estaban Rosario Pacheco y Margarita y Alicia López Portillo. Católicas, ricas y madre y hermanas del presidente mexicano, José López Portillo. Maciel era el confesor de doña Rosario. Habló con ellas. Y ellas con el presidente. Se obró el milagro. López Portillo invitarÃÂa al Papa y le recibirÃÂa en el aeropuerto. Juan Pablo estarÃÂa autorizado a decir misa al aire libre ante cientos de miles de fieles. Y la visita serÃÂa transmitida por televisión.
Wojtyla nunca olvidarÃÂa aquel fino trabajo. A nadie en Roma le importó que corrieran los rumores contra el superior de los legionarios; que en algún rincón de la curia se escondiera un grueso dossier sobre sus andanzas. Juan Pablo II las ignoró. Y durante casi tres décadas no dejó de recompensar la lealtad de Maciel.
En los años siguientes, Wojtyla aprobarÃÂa las Constituciones de la Legión sin cambiar una coma, ordenarÃÂa en el Vaticano a 59 legionarios e invitarÃÂa a Maciel a fiscalizar varios sÃÂnodos de obispos en Europa y Latinoamérica. Favoreció la creación de la universidad pontificia de los legionarios en Roma y la implantación de la congregación en Chile. Y llegó a definir a Maciel como 'guÃÂa eficaz para la juventud'.
Y cuando las cosas se comenzaron a poner mal para Maciel tras la publicación en The Hartford Courant de las primeras denuncias por abusos sexuales, en febrero de 1997, el Papa hizo oÃÂdos sordos. En uno de los últimos actos de la Legión que presidió al final de su vida, Wojtyla aún homenajearÃÂa a los miembros de la Legión de Cristo elevando la voz y sobreponiéndose a su enorme debilidad: 'Se nota, se siente, los legionarios están presentes'.
Cuando el obispo mexicano Carlos Talavera entregó en 1999 una carta al cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y hoy Papa, que detallaba los abusos de Maciel sobre el exsacerdote legionario Juan Manuel Fernández Amenábar, la respuesta de Ratzinger fue concluyente, según declaró después ese mismo obispo: 'Lamentablemente, no podemos abrir el caso del padre Maciel porque es una persona muy querida del santo padre, ha ayudado mucho a la Iglesia y lo considero un asunto muy delicado'.
TendrÃÂa que morir Juan Pablo II en abril de 2005 para que el affaire Maciel se reactivase. Y ya nada podrÃÂa salvarle de la condena. El fuego eterno lo tenÃÂa asegurado.