JAM Montoya, “ángel indómito”

Foto: "El sexto dios negro de incertidumbre y muerte"

No hay ni buen ni mal uso de la libertad de expresión, sólo un uso insuficiente
(Raoul Vaneigem)

I. En marzo de 2007, el Centro Jurídico Tomás Moro presentó una querella contra JAM Montoya, contra los responsables del Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura y contra Francisco Muñoz Ramírez, consejero de Cultura de la Junta y candidato socialista a la alcaldía de Badajoz, por un “delito contra los sentimientos religiosos”, tipificado en el artículo 525.1 del Código Penal. La querella se fundaba en que tanto la Universidad como la Junta habían publicado dos libros del fotógrafo en los que se contenían fotos “gravemente ofensivas”. El partido fascista “Alternativa Española” presentó posteriormente un escrito ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, exigiendo la retirada y la prohibición de los volúmenes por contener “pornografía católica”. El diario Siglo XXI, en un artículo de opinión, resumía con exactitud la campaña contra Montoya y la reducía a una cuestión de intereses políticos. “Esto pasa –escribía el periodista- por no saber definir lo que es arte y tener la idea medieval de que el arte tiene que ser respetuoso con las religiones”.

El 16 de marzo, Montoya denunció amenazas de muerte, y la periodista ultra Nuria Van Den Berghe, esposa del traficante de arte Erik el belga, le calificó de “puerco” y de “no tener cojones”, al tiempo que el Sindicato de Funcionarios Públicos “Manos Limpias” presentaba otra querella en la Fiscalía del Estado, acogiéndose al escabroso artículo 525. El cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, calificó a la obra del fotógrafo de “increíblemente abominable”, añadiendo con rubor que le costó “un gran trabajo llegar al final sin vomitar”. Simultáneamente, el nuncio apostólico del Papa en España, Monseñor Manuel Monteiro de Castro, se erigía en experto crítico de arte y consideraba que “las cosas sagradas deben ser tratadas de un modo sagrado”, añadiendo que las fotografías “no tienen ningún valor artístico”. Los musulmanes de Córdoba aprovecharon la ocasión para indignarse en público, y su Presidente, Kamal Mekhelef, sugirió a un periodista que “los que se hacen llamar artistas no se pueden escudar en la libertad de expresión para insultar y ofender a los demás”. Poco después, el mega-obispo Cañizares convocaba un “Via crucis” en Talavera (Toledo), en desagravio por las ofensas sufridas por la Iglesia.

Carlos Floriano, senador del PP y candidato a la presidencia de la Junta, exigió en el Senado al Presidente del Gobierno, por mediación de la Ministra de Cultura, Carmen Calvo, que expresara públicamente su rechazo al controvertido catálogo. La diputada popular Ana Belén Vázquez acusó a Zapatero de liderar una “cruzada contra los católicos” y exigió el cese inmediato del consejero Muñoz. La “Hermandad de la Sagrada Cena” arreció el paso y publicó un comunicado en el ABC, en el que recordaba que la libertad de expresión “debe tener y tiene límites claros, que no deben nunca transgredir doctrinas, creencias, normas y dogmas”.

“Horrendas fotografías que nos humillan y que maltratan a la Virgen”. Así se expresaba el cardenal primado de España en medio de un gran aplauso, en la Eucaristía de apertura del Año Jubilar Guadalupense, ante quince mil peregrinos. Entre ellos, el entonces presidente-monaguillo de la Junta, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y el aspirante a la alcaldía Francisco Muñoz. El Obispo, imbuido de autoridad espiritual, y tras reprender enérgicamente a los representantes de la Junta por las debilidades y pecados de sus consejeros, descendió lentamente del púlpito y ofreció la paz y el perdón al poder temporal, en la propia persona de Rodríguez Ibarra, ese genuflexo incorregible que, casualmente, acababa de firmar una partida presupuestaria de un millón y medio de euros para promocionar a la Virgen de Guadalupe.

II.

Este relato, directamente relacionado con el Sanctorum de JAM Montoya, sitúa su último trabajo en un contexto revelador. Las “horrendas fotografías” fueron tratadas de blasfemia porque el universo dogmático del catolicismo mostraba en ellas su tremendo contenido sexual, alumbrando así la íntima relación que existe entre lo orgánico y lo místico, entre lo erótico y lo religioso. Se tiende, todavía hoy, a equiparar derecho y moral sexual, o, mejor dicho, a asociar la actividad sexual con el concepto de inmoralidad. Pero la “religión del amor” presenta una torva fisonomía. Y es precisamente ésta, persuadida de hablar como verdad absoluta, la que “contamina”, en Sanctorum, la naturaleza radical del sexo, su tajante independencia frente a códigos impositivos y normas morales.

“Símbolos y sonámbulos” constituye, de algún modo, una ruptura estética y una “blasfemia” no menos evidente. La carne, la materia, está aquí despojada ya de cualquier atisbo de metafísica. Recupera, brutalmente, su autonomía con respecto a lo “espiritual”, frente al espejismo de una sobrenaturaleza imaginaria que regiría sobre ella. Lo crudo no surge ahora de la mezcla anecdótica o del claroscuro extremo, sino del impacto directo de la materia que somos, de nuestra condición de únicos. Por ello, Montoya, ese ángel indómito, recrea fondos no definidos, geometrías equívocas y cuerpos orgullosos. Azotados, mutilados, sufrientes, rotos… sí. Pero orgullosos. El equilibrio en ellos no es un estado de reposo, sino de tensión. La vida y la muerte son, aquí, amenaza y acto, rebelión y grito. Y, como en una mezcla homogénea, la parasomnia se descubre en tanto que manipulación y sombra. Precisamente, la equivalente a aquella en la que los Estados –las instituciones, las iglesias, las culturas, el poder, “lo terapéutico”- inducen al pueblo dormido a perpetrar crímenes, a aceptar indulgencias, a someterse al guión diseñado por tales aberraciones ingrávidas, soñadas por filósofos enfermos. Frente a ello, contra ello, la gravedad, el peso, la sustancia y la rebelión propia del “universo Montoya”.

Welles, Munch, Bacon, Murnau, Wiene… Las influencias pictóricas y cinematográficas de Montoya son fácilmente perceptibles. Pero rebasan inmediatamente su condición de referencia para afirmarse como elementos personales, al catalizar un universo pétreo y a la vez gaseoso, efímero, ilusorio. La sombra es luz, y la cólera afirmación de sí. La imagen, sonido, y el silencio, alarido. Fotografías que dejan muy atrás la simple captación de lo real, porque aquí lo real es el corazón de lo orgánico, su certeza incuestionable. Fotografías que sumergen al espectador en actitudes confusas, en escenarios que abordan lo primigenio: el recuerdo impreso de la materia, el fondo somático de toda existencia. La herida es indudable. Montoya no es solamente un ojo tras la cámara; destruye dogmas y consignas, rasgando con afilado estilete el hígado nauseabundo de la conformidad. Y de tales entrañas brota la santa hiel, el anhelado azufre rojo (al-Kibrït al-Ahmar), trazando así un sendero levógiro inmerso en una geografía simbólica plena de fobias y filias.

¿Reconocerán los fundamentalistas religiosos que la “blasfemia” es ahora mucho mayor y más lacerante? ¿Sabrán ver que el sâher Montoya ha “matado” definitivamente a sus dioses? El talibanismo no se distingue, precisamente, por una aguda inteligencia. JAM Montoya “el Hereje”, identificado por algunos con el mismo “diablo” (véase por ahí el escrito “Quién o qué es Montoya”, un ejemplo de la mentalidad más oscura de nuestra época neogótica), recorre en “Símbolos y sonámbulos” una arquitectura modélica, la de la desnuda materia en toda su complejidad psicológica. Un zumbido de fondo parece surgir tras cada imagen: se trata de una pulsión vital del todo irreverente, que se rebela ante la represión interiorizada y la cultura dominante.

Era preciso que una obra como la de JAM rompiera ética y estéticamente con toda esa mierda. Y no es fácil, habituados como estamos a un cerrilismo extremo y a la humillación histórica del artista frente a las instituciones. Pero Montoya no cede un ápice. Por algo sigue siendo por excelencia un autor “maldito”. La oficialidad biempensante de la política y la religión tiene motivos para temer su obra, que es, ante todo, contra-institucional y contra-tradicional. La peste cristiana queda aquí revelada como putrefacción, enfermedad y muerte. Sólo el individuo, el cuerpo, sus jugos, su pasión finalmente imbatida, bastan para reducir a la nada dos mil años de necedades. Como en aquella vieja historia, es la mirada más simple la que puede descubrir que el “emperador” está desnudo, que la asfixia de nuestra civilización está causada por un finísimo velo, y que, al ser rasgado, como el del sanctasanctórum, permite la irrupción final de lo único, del misterio constituido por la pura materia humana.

Rien n'est sacré, tout peut se dire.

Publicado en "Símbolos y Sonámbulos", catálogo de la exposición del mismo nombre, JAM Montoya, 2009.

Los comentarios han sido cerrados para esta nota