Fermi, el otoño y el milagro

En Madrid, hoy hace un día maravilloso. Fresco, luminoso. El cielo es azul, sin nubes, y la luz hace que las hojas en los árboles, a punto de caerse, aparezcan con un delicioso color tostado.

En Madrid, de unos años a esta parte, no hay primaveras ni hay otoños. Esas temporadas que nuestras mujeres, tan aficionadas a la moda, llaman entretiempo. Se pasa del frío del invierno al calor del verano, y viceversa, en apenas unos días. Este año, sin embargo, sí estamos disfrutando de un agradable tiempo otoñal que está durando unas cuantas semanas. Durante mi juventud solía disfrutar mucho de este tipo de clima, principalmente jugando baloncesto hasta que la luz del día se escapaba. A veces incluso hasta más tarde, cuando ya apenas veías la canasta y no era posible encestar tan fácilmente. El frío no era importante. El frescor del sudor secándose sobre tu piel a la más mínima ráfaga de aire hacía que te sintieras vivo. Por suerte, nunca he dejado de sentírmelo.

La diferencia entre el verano y el invierno la decide la inclinación de La Tierra. Es la que hace que tu situación sea un par de miles de kilómetros más cercana o más lejana al sol. Esos miles de kilómetros son suficientes para que la temperatura sea una o sea otra. Llévate el planeta un millón de kilómetros más cerca o más lejos de la estrella y la vida ya no sería posible. En ese sentido me permito estar muy de acuerdo con la Paradoja de Fermi. Es absolutamente improbable que en cualquier otra parte de la galaxia exista vida tal y como la conocemos aquí. O ya sabríamos de ella.

Si miras a tu alrededor, verás muchas manifestaciones de dicha vida. Verás árboles, verás animales, y verás personas. No verás bacterias, aunque sabes que están ahí. Por un momento piensa que toda la vida que ves procede de la misma molécula, creada hace miles de millones de años en una enorme sopa de materia orgánica reaccionando a la temperatura adecuada. Si lo piensas de nuevo, y sigues pensándolo durante unos minutos, verás como tu idea de yo desaparece por completo. En realidad, sólo existe el nosotros. Es el único milagro que jamás ha ocurrido. Guárdatelo para la próxima vez que te creas alguien.

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