Entrevista con Sam Harris (1)

© Blair Golson

Traducida del inglés por Anahí Seri para Razón Atea

Con la publicación en 2004 de The End of Faith, superventas según el New York Times, libro que constituye un ataque despiadado a la religión, Sam Harris se convirtió en el ateo más conocido de Estados Unidos.
Para muchos, eso sería un honor más que dudoso. De acuerdo con un reciente estudio nacional realizado por investigadores de la Universidad de Minnesota, los ateos son la minoría de la cual la gente más desconfía; más que de los musulmanes, de los inmigrantes recientes y de los homosexuales. El estudio afirma, además, que las personas con las que menos dispuestos están los usamericanos a que se casen sus hijos son los ateos.
Pero Harris, licenciado en filosofía por Stanford, quien está ahora trabajando sobre su tesis doctoral en neurociencias, no estaba intentando ganar un concurso de popularidad, ni mucho menos. En su libro, Sam Harris se propone avergonzar a las personas creyentes de todo el mundo, sacarlas de sus casillas y debatir con ellos para que abandonen sus sistemas de creencias basados en la fe, sistemas que en opinión de Harris nos pueden llevar al apocalipsis. Dice así:

«No podemos seguir ignorando el hecho de que miles de millones de nuestros vecinos creen en la metafísica del martirio, o en la verdad literal del Libro de las Revelaciones, o en alguna otra de las nociones fantásticas que llevan milenios acechando en las mentes de los creyentes; pues nuestro vecinos disponen ahora de armas químicas, biológicas y nucleares».
Destilando 20 años de estudios de las disciplinas religiosas occidentales y orientales, junto con las lecciones, empapadas de sangre, de miles de años de violencia religiosa, Harris quiere incitar una revolución, basada en la razón, en las mentes de los creyentes de doquier. Y de hecho sus críticas van mucho más allá del fundamentalismo. Harris también se lo pone difícil a las personas religiosas moderadas, quienes, en su opinión, allanan el camino al fundamentalismo al insistir en la tolerancia y el respeto hacia todas las creencias religiosas, cualesquiera que sean sus implicaciones. A saber:

«Hablar con claridad y honor a la verdad del estado del mundo; decir, por ejemplo, que la Biblia y el Corán contienen montañas de sandeces que suponen una amenaza para la vida; es la antítesis de la tolerancia tal como la conciben ahora mismo los moderados. Pero no podemos seguir permitiéndonos el lujo de este tipo de corrección política. Ya es hora de que reconozcamos el precio que estamos pagando por mantener la iconografía de nuestra ignorancia».
Tratándose de alguien que está formulando cargos contra aproximadamente el 97% de Estados Unidos (el restante 3% son los ateos), se podría pensar que Harris es un tipo excéntrico. Pero la fuerza retórica de su forma de escribir se nutre de su estilo coloquial, cargado de sarcasmo cáustico y de ironía. He aquí un extracto del primer capítulo:

«[…] 120 millones de nosotros sitúan el big bang 2.500 años después de que los babilonios y los sumerios aprendieran a hacer cerveza. Si nuestras encuestas son de fiar, casi 230 millones de estadounidenses creen que un libro que no muestra ni unidad de estilo ni coherencia interna tiene por autor a un deidad omnisciente, omnipotente y omnipresente».
Ganador, en 2005, del premio PEN/Martha Albrand de ensayo, el libro de Harris ha recogido reseñas apasionadas de personajes tan variados como el catedrático de derecho de Harvard Alan Dershowitz y Joseph Hough Jr., presidente del Unión Theological Seminary, quien afirmó que «la llamada de Harris dirigida a los liberales religiosos da en el clavo».
A finales del año pasado, Harris adaptó y amplió algunos de los argumentos de su libro en un ensayo para Truthdig, titulado «Un manifiesto ateo», que sigue dando lugar a comentarios ardientes […] meses después de su publicación. El redactor jefe de Truthdig, Blair Golson, recientemente le pidió a Harris que defendiera sus argumentos y los aplicara a los furiosos conflictos inspirados por la religión que se están viviendo en Irak y otros lugares.
Durante el debate, Harris habló por primera vez públicamente de una fundación que está creando para promover en todo el mundo los valores laicos; de su último libro, Letter to a Christian Nation (Knopf); sobre cómo se las arregla en las cenas para no quedar como el Anticristo; y sobre el «efecto Salman Rushdie» que trae consigo su fama como ateo.
–¿Qué lo movió a escribir The End of Faith (El fin de la fe)?
–Fue mi reacción inmediata después del 11 de septiembre; el momento en el que se vio que estamos entrando en un conflicto global, de inspiración teológica, con el mundo musulmán, y que nos íbamos a decir lo contrario, basándonos en el respeto que le otorgamos a la fe. Lo último que íbamos a admitir era que había personas que estrellaban aviones contra nuestros edificios por la idea que tenían de Dios. Nos inventamos eufemismos diciendo que es una guerra contra el terror, que el Islam es una religión de paz, y de este modo se acentúa aún más nuestra propia religiosidad como nación. En el momento en que se hizo patente esta dinámica, y se hizo patente en el plazo de 24 horas, comencé a escribir el libro.
–¿En 24 horas?
–Los primeros días, había personas dispuestas a llamarle al pan, pan y al vino, vino, y a hablar críticamente del Islam, pero enseguida empezamos a hablar de Osama Bin Laden y de los extremistas del mundo islámico como si fueran excepciones, personas que habían secuestrado una religión pacífica y la habían distorsionado totalmente. Muchos compararon a Osama Bin Laden con el Reverendo Jim Jones, David Koresh, o algún otro personaje marginal, y no hay nada de verdad en todo eso. La interpretación del Islam que hace Osama Bin Laden es una versión mucho más central y plausible de lo que la gente suele admitir. El análisis que hago del Islam en mi libro es una respuesta a esta negación.
–¿A qué temores tuvo que enfrentarse antes de escribir un libro así, firmarlo con su nombre y poner su foto en él?
–Obviamente, me preocupa la cuestión de la seguridad. Mientras escribía el libro, el efecto Salman Rushdie no me era totalmente ajeno, pero llega un momento en el que uno tiene que escribir con sinceridad de estas cosas, y yo he tomado unas medidas razonables para garantizar mi seguridad.
–¿Puede decir algo más al respecto?
–He recibido algunos correos electrónicos de los que dan un poco de miedo, pero nada que haya llegado al nivel de una amenaza de muerte.
–¿Cómo suele reaccionar la gente cuando usted les explica la tesis de su libro? Cuando conoce a alguien en una cena, por ejemplo.
–Depende de cómo empiece la conversación. Si yo comienzo con mi crítica del Islam, los que están en el lado conservador del espectro normalmente lo comprenden, y los liberales lo ven como que estoy rompiendo un tabú, repudiando su corrección política y su multiculturalismo.
A la inversa, si empiezo con mis preocupaciones sobre la intrusión de la religión es nuestra propia vida política, a los liberales en general les encanta, pues comparten mis temores, pero los conservadores cristianos empiezan a protestar. De forma que puedo establecer una conexión, o no, según en que aspectos insista.
–Pero lo que tal vez sea la tesis más central de su libro, el ataque a la propia fe irracional, ¿no ofende a la gente en ambos extremos del espectro político?
–El aspecto más controvertido de mi libro ha sido las críticas que hago a los creyentes moderados. La mayoría piensa que, si bien el extremismo religioso es peligroso y genera discrepancias, la tolerancia religiosa es absolutamente intachable y es el remedio para todos nosotros en este frente. Pero los creyentes moderados están amparando a los fundamentalistas por el respeto que exigen los moderados que se dispense al discurso basado en la fe. La moderación religiosa no nos permite decir las cosas realmente críticas que debemos decir sobre la vil estupidez del fundamentalismo religioso. Como resultado de ello, el fundamentalismo sigue en el candelero, y los fundamentalistas utilizan de modo muy cínico y astuto la cobertura que les proporciona la corrección política de nuestro discurso.
–Usted dice también que la moderación religiosa impide acceder a un enfoque más sofisticado de la espiritualidad, la ética y la construcción de comunidades fuertes. ¿Qué quiere decir con ello?
–La moderación religiosa no es, en última instancia, más que entresacar de las escrituras lo que más interesa. No es más que filosofía diluida de la Edad del Hierro. No se trata de un planteamiento propio del siglo XXI para hablar de la vida contemplativa, o de la experiencia espiritual, o de normas éticas, o de esos aspectos que mantienen el vigor y la salud de una comunidad. La moderación religiosa consiste en relajar los estándares de adhesión a los antiguos tabúes y supersticiones. No es más que eso. Los cristianos moderados han acordado no leer la Biblia literalmente, e ignorar totalmente ciertos pasajes, y así llegan a una versión mucho más progresista, tolerante y ecuménica del cristianismo. Sólo escuchan a Jesús cuando está predicando el Sermón de la Montaña, y afirman que eso es el auténtico cristianismo. Pues no, eso no es el auténtico cristianismo. Es una lectura selectiva de ciertos aspectos del cristianismo. La otra cara del cristianismo siempre está esperando en el libro a que se la resucite. Se puede encontrar el Jesús de Tesalonicenses 2, el que regresará y echará a los pecadores a la fosa. Ese es el Jesús que se celebra en las novelas Left Behind. Ese es el Jesús que la mitad de la población usamericana espera que descienda de las nubes.
–Cambiando de tónica: ¿hasta qué punto piensa usted que la religión, y no el tribalismo o el mero deseo de vengarse de los males pasados, es responsable de la violencia sectaria que está desestabilizando Irak?
–No creo que se pueda trazar una línea de división nítida, pues lo chiítas y los suníes, por ejemplo, han definido sus comunidades morales en términos de su afiliación religiosa. Estas comunidades tienen una larga historia de tratos discriminatorios mutuos sobre esa base, de forma que su conflicto tiene las características de una enemistad tribal. Pero en realidad la única diferencia entre estos dos grupos es su identidad religiosa, y es, a lo sumo, una diferencia marginal. Son dos grupos que de verdad adoran al mismo Dios. Sólo que no consiguen ponerse de acuerdo para adorarlo de la misma manera, y esta es la razón por la que llevan siglos matándose.
–¿En qué medida será Estados Unidos responsable si una teocracia se hace con el poder en Irak?
–Muchas personas extraen una lección del caos que reina actualmente en Irak; una lección que sugiere que fuimos unos colonizadores codiciosos, ávidos de petróleo, que entramos de forma inepta en un infierno sectario e incendiamos el lugar. Pero creo que merece la pena dar un paso atrás y preguntarse cuál sería la mejor salida hipotética posible; si hubiéramos entrado por motivos puramente altruistas, para liberar a 25 millones de personas de Sadam Huseín y sus hijos diabólicos. Pienso que es muy posible que viéramos exactamente el mismo caos. Con ello no pretendo negar que hemos hecho muchas cosas de forma inepta y terrible, y pagamos un alto precio por Abu Ghraib. Pero es probable que tuviéramos una porcentaje significativo de musulmanes que estarían dispuestos a luchar a muerte simplemente para expulsar a los infieles de Babilonia, por altruistas que fueran los motivos de los infieles. Estas consideraciones creo que mitigan un poco nuestra culpabilidad, pues creo que había un argumento muy bueno para intentar crear una democracia modélica en el corazón del mundo musulmán, e Irak era un lugar verosímil para hacerlo. Pero nada de lo que he dicho debe interpretarse como que estuviera negando el hecho de que lo hemos hecho de forma horrible, y que estamos pagando un terrible precio por nuestros fracasos. Es probable que tengamos que continuar pagando por estos fracasos durante mucho tiempo.
–Muchos temen que Irak adopte la sharia. ¿Es eso preferible a un régimen laico totalitario?
–No, en absoluto. Son dos males. Pero si se consigue colocar a un déspota auténticamente ético, un déspota benevolente, eso puede ser el mecanismo de transición necesario hacia la democracia. Debería estar bastante claro que gran parte del mundo musulmán no está preparado para la democracia, y tenemos que enfrentarnos a esta realidad. Muchos musulmanes están preparados para arrancar de cuajo su libertad en cuanto les dan la oportunidad de decidir sobre su destino. Cómo realizar la transición hacia una democracia en Oriente Próximo, una auténtica democracia, es un problema muy difícil. Deberíamos considerar los ejemplos de las comunidades musulmanes que viven en Europa occidental, y su incapacidad para asimilar los valores democráticos. Si hiciera falta un ensayo para ver hasta qué punto una comunidad puede ser inmune a los encantos de la democracia, no hay más que fijarse en las comunidades musulmanas en Holanda o en Francia o en Dinamarca. Véanse las multitudes que quieren que se decapiten a los redactores de periódicos y a los humoristas. Son personas que viven en Europa Occidental, muchos de ellos llevan toda la vida viviendo allí.
–Así pues, ¿usted piensa realmente que el Islam es fundamentalmente incompatible con la democracia?
–En su mayor parte, sí. No hay más que ver el caso del apóstata de Afganistán que se convirtió al cristianismo y fue condenado a muerte. Luego, después de que todas las naciones de la Tierra presionaran a Hamid Karzai, lo hicieron desaparecer. Ésa es la realidad del Islam: criticar la fe supone poner en peligro tu vida. Un musulmán no tiene la libertad de despertarse un día y decidir que ya no quiere ser musulmán. Esta decisión se castiga con la muerte. O sea que a menos que los musulmanes reformen este aspecto de su religión, como mínimo, no se pueden depositar muchas esperanzas en la democracia musulmana. No solemos hablar de todos los que acechan en la corriente dominante de la teología del Islam e infringen los acuerdos. Hacemos como si no estuvieran allí, e invadimos países y creamos democracias constitucionales, aparentemente ignorando el hecho de que una mayoría de la población sigue queriendo que se mate a sus vecinos por crímenes de pensamiento. Hasta que no se cambie la opinión de la gente sobre este tema (hasta que no se consiga que se planteen otra ética, una ética en la que las viñetas dejen de ser lo que más los mueve, y el auténtico referente de su moralidad sea una compasión genuina por el sufrimiento de los demás), no veo cómo el implantar las estructuras democráticas puede ayudar a nadie. Hace falta una sociedad civil para lograr una democracia.
–En su libro, usted dice que cuando un terrorista se suicida haciendo estallar su bomba, se pasa por alto, invariablemente, el papel que desempeñaba la fe en sus acciones. Se dice que sus motivaciones eran «políticas, económicas o totalmente personales». ¿Por qué se le da carta blanca a la fe?
–Este es uno de los puntos interesantes de nuestro discurso actual. Nuestro propios demagogos religiosos, los fundamentalistas como Jerry Falwell y Pat Robertson, le llaman al pan, pan, y al vino, vino, y observan que hay un vínculo entre el Islam y el tipo de violencia que vemos en el mundo musulmán. Si bien yo no estoy de acuerdo con esta gente en ningún otro aspecto, de hecho ofrecen en relación con el Islam un diagnóstico mucho más cándido y preciso del problema que todo lo que procede de la izquierda. Los izquierdistas, los laicistas, los creyentes moderados y los creyentes liberales no están en posición de darse cuenta de que cuando alguien mira a una cámara de video y dice «Yo amo la muerte más de lo que el infiel ama la vida» y luego hace estallar su bomba, está siendo sincero en cuanto a su estado de ánimo. No se trata de propaganda, no se trata de política ni de desesperación económica disfrazada de religión. A la gente realmente le motiva el contenido de sus creencias religiosas, y hay gente que realmente está deseosa y dispuesta a saltar por los aires porque piensan que van a ir al paraíso. Los creyentes moderados y los laicistas no lo comprenden porque no saben qué significa, en realidad, creer en Dios. No saben qué significa estar seguro de que Dios está ahí escuchando tus oraciones, estar seguro de que Él dictó un libro, y de que ese libro es perfecto hasta la última sílaba, y de que es una hoja de ruta al paraíso. Y los fundamentalistas sí comprenden qué significa creer en estas cosas absurdas.
–Usted afirma que los terroristas suicidas islámicos no están usando la religión como pretexto de sus agravios políticos o económicos. ¿Cómo lo sabe usted?
–En primer lugar, los secuestradores del 11 de septiembre no daban en absoluto muestras de ser gente preocupada por la pobreza o los problemas de los palestinos; no eran esas sus motivaciones. Hablaban de la maldad de la cultura de los infieles, y de los placeres que aguardan a los mártires en el paraíso. Cuando uno lee lo que estaban haciendo con sus vidas, parece que estas personas no se identificaban con ninguna idea política en absoluto. Y no se trata de personas que fueran personalmente víctimas de la opresión de USA, de los británicos o de Israel. Osama Bin Laden es otro ejemplo de esto. Él mismo no es víctima de ninguna injusticia o discriminación, y leyendo sus diatribas se ve que no es alguien que dedique mucho tiempo a pensar en los pobres. De hecho, sólo añadió la causa palestina a su lista de afrentas a posteriori. En un principio, lo que de veras le preocupaba eran las ofensas teológicas, el hecho de que hubiera botas de infieles pisando la tierra cercana a los santos lugares de Meca y Medina.
Así pues, tenemos a personas que disfrutan, sin lugar a dudas, de una buena posición económica, que claramente han gozado de una buena educación, y que están dispuestos a estrellarse contra una pared a 600 km por hora. Y pasan mucho tiempo hablando del paraíso y las vírgenes. Así pues, es un razonamiento realmente tortuoso argumentar que la religión no es lo que motiva sus actos, que sus motivos son económicos o políticos; están diciendo justamente eso, y están haciendo cosas que sólo son racionales a la luz de estas creencias religiosas, y ellos mismos no tienen quejas de índole económica o política.
–Usted dedica una largo capítulo a las creencias en cuanto «principios de acción»; el hecho de que, dado el conjunto adecuado de creencias, cualquier persona actuará, casi inexorablemente, de una determinada forma. Aplicando esto al Islam, usted dice que dados los principios de una religión que garantiza un lugar en el paraíso para los mártires, no es de extrañar que haya tantos terroristas islámicos suicidas. Sin embargo, si la correlación entre la creencia y la acción es tan absoluta, ¿cómo explica usted que no todos los musulmanes sean terroristas suicidas?
–Siempre está la cuestión de si uno realmente cree en aquello en lo que dice creer. Las creencias y la certeza tienen grados. Obviamente, si uno estuviera seguro de que el paraíso existe, y si uno estuviera seguro de que la muerte en defensa de la fe le lleva a uno y a todas las personas a las que uno ama a pasar la eternidad en el paraíso, es perfectamente racional morir en esas circunstancias. Lo que ocurre es que hay gente que está realmente segura, o al menos tiene una certeza funcional en estas proposiciones, y están dispuestos a volar por los aires matando a infieles porque están seguros de que el creador del universo quiere que los infieles ardan eternamente. Por supuesto que todos los musulmanes que casualmente mueran en el proceso también irán al paraíso, y estarán muy agradecidos de que los hayan mandado allí. Cuando uno se llega a imaginar qué significa realmente creer en estas cosas, este comportamiento se vuelve totalmente razonable. Nos encontramos con madres de terroristas suicidas que literalmente celebran la muerte de sus hijos, los cuales han volado por los aires en una discoteca rodeados de otros jóvenes. Es el comportamiento humano más obsceno e inexplicable; y sin embargo es totalmente razonable en vista de lo que muchos musulmanes dicen que creen sobre el martirio.

Segunda parte.

Artículo original en Truthdig.

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