El que quiera entender que entienda


Siempre me sorprende que en muchos temas nos dejemos, aparentemente, convencer por argumentos que no son tales, sino frases hechas que no resisten un mínimo análisis. Sin duda quien las saca a colación piensa que son el resumen de un argumento más completo, aunque nunca se acabe de desarrollarlo.

La frase con que titulo la entrada es un ejemplo de lo anterior. Tal medida para desincentivar un comportamiento no funcionará, se dice, porque el que quiera hacerlo lo seguirá haciendo. ¿Prohibir el alcohol en las discotecas para menores? No servirá de nada, el que quiera beber, lo hará. ¿Promover campañas contra la violencia machista? ¿Para qué? Eso no evitará que el que vaya a maltratar a su pareja lo deje de hacer. ¿Asegurarse de cerrar bien la casa? Inútil. Si un ladrón quiere entrar, entrará.

Si uno se fija bien, la clave de la falacia está en lo que esconde ese “el que quiera”. Pero no todo el mundo quiere siempre hacer algo a toda costa. Si las cosas se ponen difíciles, se harán menos veces que si se ponen fáciles.

Evidentemente, si una casa tiene varias puertas, cerrar todas menos una apenas evitará los robos, solo alguno que otro, en los que el ladrón no tiene tiempo de probar todas las puertas y tiene que salir corriendo porque alguien se acerca. Pero si a un adolescente se le impide llegar demasiado tarde a casa, tal vez no haga algunas cosas que podría hacer a deshoras. Algunos las harán a otras, otros harán algunas menos por el menor encanto de las otras horas para según qué cosas.

Supongo que la falacia viene de pensar que, para cada actividad, la gente viene en dos grupos: los que la quieren hacer en cualquier caso y los que no quieren. En este caso el argumento funciona. En cuanto metamos a alguien en medio de los extremos, el argumento deja de funcionar.

Lo que no sé es por qué me esfuerzo en explicarlo. El que no quiera entender, no entenderá.

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