El progreso de nuestra ignorancia
Llevamos dos millones de años asombrándonos de lo que vemos todos los dÃas. Durante todo este tiempo, nos hemos hecho miles de preguntas y también hemos fabricado miles de respuestas a ellas. Y aún no podemos decir que estamos satisfechos.
¿De verdad serÃa satisfactorio obtener todas las respuestas? Tal vez haya una razón para que no las sepamos. Y hemos logrado vivir y tener un desarrollo como civilización sin saber los motivos últimos de todo esto. No tenemos forma de saber cómo cambiarán nuestras vidas si llegamos a saber todo lo que necesitamos. Tal vez todo cobre sentido por fin; tal vez nos sentiremos felices de haber llegado al final de la búsqueda. Tal vez nos decepcionemos. El hecho es que no lo sabemos. Y, sin saber qué esperar, seguimos preguntando y seguimos buscando, arriesgándonos a lo que podamos descubrir. Sólo queremos saber; hacerle una pregunta al mundo y ver lo que pasa.
¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Existirá alguna verdad oculta que nos haga cambiar todas nuestras perspectivas o que desafÃe los postulados que tenemos por ciertos?
Nada de lo que sabemos es seguro mientras no lleguemos a la última respuesta. Y, a medida que descubrimos más secretos, surgen más preguntas. ¿Qué nos hace pensar que realmente podremos abarcar todo el conocimiento posible? A este paso de nuestro progreso cultural, nos empieza a asaltar la duda acerca del final del camino; llegamos a pensar que nunca acabaremos de averiguarlo todo o que las incógnitas se multiplican cada vez que hallamos algo nuevo. Y, aun conscientes de nuestras limitaciones, no nos detenemos.
¿Qué logrará detenernos?
Es claro que, debido a nuestra naturaleza, siempre desearemos entender los porqués de nuestra realidad y de todas las que se presenten. Ya sea por simple curiosidad, afán investigador, interés filosófico o el más profundo deseo de saber, parece como si la naturaleza se complaciera en escondernos sus secretos hasta que alguien busca la verdad en la forma adecuada. Y celebramos y nos sentimos orgullosos de ser criaturas tan sedientas de respuestas y exaltamos nuestros logros. E, inmediatamente, nos damos cuenta de lo paradójico de nuestra situación, pues vemos que, a pesar de todo el camino que hemos recorrido, cada paso que avanzamos, cada puerta que abrimos nos lleva a una nueva habitación, con muchas más puertas por abrir.
Y terminamos descubriendo que, en realidad, sabemos mucho menos de lo que creÃamos saber.
¿Por qué esta búsqueda interminable no nos desanima? Puede que el motivo de nuestra insistencia sea simplemente la emoción constante de encontrarnos con algo nuevo; o la esperanza oculta de llegar en algún momento a la última de las verdades.
Abrir esa última puerta supone varios riesgos, los cuales tendremos que aceptar por el hecho mismo de estar emprendiendo nuestra búsqueda. Y no tendremos derecho a reprocharnos si el final con el que nos encontremos no resulta satisfactorio. Nos guste o no, ésa será la verdad. Y, si se muestra sólida, fundamentada e irrefutable, será nuestro deber acogernos a su significado.
Este primer riesgo sólo es tal si hallamos que la esencia de la realidad, que tanto deseamos, frustra nuestras expectativas sobre lo que quisiéramos que ella fuera. Varias veces en nuestra historia ha ocurrido lo mismo con cada descubrimiento que desafÃa la verdad que creÃamos absoluta o definitiva. En algún momento, puede que volvamos a encontrarnos con que estábamos equivocados. ¿Qué edificio de teorÃas tendremos que derrumbar? ¿Será necesario reformar todo lo que sabemos? Posiblemente, esa obvia inseguridad de nuestras convicciones es la fuerza que nos mantiene constantemente queriendo comprobar lo que creemos cierto y descubrir lo que hay más allá de los lÃmites de nuestro bagaje intelectual. ¿Se estará escondiendo acaso entre las verdades que aún no sabemos la respuesta definitiva a nuestras preguntas? ¿Cuán lejos podrá estar? ¿Tendremos que recorrer otro camino todavÃa más largo que el que llevamos, este flujo incontenible de averiguaciones, sorpresas y más dudas, este camino extenso que empezó con aquella primera fuente de luz, cuando nos dimos cuenta de que éramos dueños de nuestro destino y pusimos a rodar nuestros deseos?
No sabemos cuánto tiempo nos tome llegar hasta el final, si lo hay. ¿Valdrá la pena todo nuestro esfuerzo? Si las verdades definitivas de nuestro universo nos hacen sentir desilusionados o, por el contrario, muestran una explicación demasiado incómoda sobre la realidad, ¿qué tendremos que hacer? ¿Arrepentirnos? ¿Resignarnos a aceptar lo que hemos llegado a saber? ¿Qué sentido le darÃamos a la vida en adelante? ¿A qué nos dedicarÃamos? Incluso si la verdad resulta ser agradable o similar a lo que esperamos, ¿qué harÃamos con ella? Nos hemos acostumbrado a apoyarnos en lo que sabemos para hacer conjeturas y alcanzar otros conocimientos. Pero aquà estamos hablando de la última de las verdades. Ya no nos quedarÃa nada más por descubrir. ¿Se detendrÃa nuestro progreso? ¿Qué más nos dedicaremos a hacer? ¿Nos sentaremos a considerar las dificultades que hemos tenido y llegaremos a la conclusión de que la vida era mejor cuando habÃa una meta que ahora, cuando ya no tenemos más terreno que avanzar? PodrÃamos llevarnos una gran desilusión si pretendemos que la última de las verdades nos lleve a la felicidad absoluta o al fin de todos los problemas de la humanidad y nos encontramos con que la explicación que tanto ansiamos es más bien sencilla y no nos sirve de mucho. Tal vez nos estamos haciendo demasiadas ilusiones innecesariamente.
¿Estaremos descuidando problemas mucho más importantes por dedicarnos a calmar nuestra sed de conocimientos? Todas las personas que sufren, que odian, que son olvidadas, que enferman, que se pierden y que mueren todos los dÃas... ¿valen la pena? ¿Estaremos acaso demasiado ocupados en aspiraciones más nobles? ¿Estamos acaso mirando demasiado lejos, apartados de nuestra realidad próxima? Debemos considerar con mucho cuidado dónde ponemos nuestras metas. Si ahora, cuando nos sentimos tan orgullosos de nuestro progreso, seguimos descuidando los problemas básicos de nuestra sociedad, ¿qué nos puede garantizar que los atenderemos cuando termine la cadena de los descubrimientos?
Esperemos que, si algún dÃa nos interesamos en resolver nuestras dificultades internas, sea por un deseo genuino de mejorar nuestras vidas y no por la triste sensación de no tener nada más que hacer.
¿De verdad serÃa satisfactorio obtener todas las respuestas? Tal vez haya una razón para que no las sepamos. Y hemos logrado vivir y tener un desarrollo como civilización sin saber los motivos últimos de todo esto. No tenemos forma de saber cómo cambiarán nuestras vidas si llegamos a saber todo lo que necesitamos. Tal vez todo cobre sentido por fin; tal vez nos sentiremos felices de haber llegado al final de la búsqueda. Tal vez nos decepcionemos. El hecho es que no lo sabemos. Y, sin saber qué esperar, seguimos preguntando y seguimos buscando, arriesgándonos a lo que podamos descubrir. Sólo queremos saber; hacerle una pregunta al mundo y ver lo que pasa.
¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Existirá alguna verdad oculta que nos haga cambiar todas nuestras perspectivas o que desafÃe los postulados que tenemos por ciertos?
Nada de lo que sabemos es seguro mientras no lleguemos a la última respuesta. Y, a medida que descubrimos más secretos, surgen más preguntas. ¿Qué nos hace pensar que realmente podremos abarcar todo el conocimiento posible? A este paso de nuestro progreso cultural, nos empieza a asaltar la duda acerca del final del camino; llegamos a pensar que nunca acabaremos de averiguarlo todo o que las incógnitas se multiplican cada vez que hallamos algo nuevo. Y, aun conscientes de nuestras limitaciones, no nos detenemos.
¿Qué logrará detenernos?
Es claro que, debido a nuestra naturaleza, siempre desearemos entender los porqués de nuestra realidad y de todas las que se presenten. Ya sea por simple curiosidad, afán investigador, interés filosófico o el más profundo deseo de saber, parece como si la naturaleza se complaciera en escondernos sus secretos hasta que alguien busca la verdad en la forma adecuada. Y celebramos y nos sentimos orgullosos de ser criaturas tan sedientas de respuestas y exaltamos nuestros logros. E, inmediatamente, nos damos cuenta de lo paradójico de nuestra situación, pues vemos que, a pesar de todo el camino que hemos recorrido, cada paso que avanzamos, cada puerta que abrimos nos lleva a una nueva habitación, con muchas más puertas por abrir.
Y terminamos descubriendo que, en realidad, sabemos mucho menos de lo que creÃamos saber.
¿Por qué esta búsqueda interminable no nos desanima? Puede que el motivo de nuestra insistencia sea simplemente la emoción constante de encontrarnos con algo nuevo; o la esperanza oculta de llegar en algún momento a la última de las verdades.
Abrir esa última puerta supone varios riesgos, los cuales tendremos que aceptar por el hecho mismo de estar emprendiendo nuestra búsqueda. Y no tendremos derecho a reprocharnos si el final con el que nos encontremos no resulta satisfactorio. Nos guste o no, ésa será la verdad. Y, si se muestra sólida, fundamentada e irrefutable, será nuestro deber acogernos a su significado.
Este primer riesgo sólo es tal si hallamos que la esencia de la realidad, que tanto deseamos, frustra nuestras expectativas sobre lo que quisiéramos que ella fuera. Varias veces en nuestra historia ha ocurrido lo mismo con cada descubrimiento que desafÃa la verdad que creÃamos absoluta o definitiva. En algún momento, puede que volvamos a encontrarnos con que estábamos equivocados. ¿Qué edificio de teorÃas tendremos que derrumbar? ¿Será necesario reformar todo lo que sabemos? Posiblemente, esa obvia inseguridad de nuestras convicciones es la fuerza que nos mantiene constantemente queriendo comprobar lo que creemos cierto y descubrir lo que hay más allá de los lÃmites de nuestro bagaje intelectual. ¿Se estará escondiendo acaso entre las verdades que aún no sabemos la respuesta definitiva a nuestras preguntas? ¿Cuán lejos podrá estar? ¿Tendremos que recorrer otro camino todavÃa más largo que el que llevamos, este flujo incontenible de averiguaciones, sorpresas y más dudas, este camino extenso que empezó con aquella primera fuente de luz, cuando nos dimos cuenta de que éramos dueños de nuestro destino y pusimos a rodar nuestros deseos?
No sabemos cuánto tiempo nos tome llegar hasta el final, si lo hay. ¿Valdrá la pena todo nuestro esfuerzo? Si las verdades definitivas de nuestro universo nos hacen sentir desilusionados o, por el contrario, muestran una explicación demasiado incómoda sobre la realidad, ¿qué tendremos que hacer? ¿Arrepentirnos? ¿Resignarnos a aceptar lo que hemos llegado a saber? ¿Qué sentido le darÃamos a la vida en adelante? ¿A qué nos dedicarÃamos? Incluso si la verdad resulta ser agradable o similar a lo que esperamos, ¿qué harÃamos con ella? Nos hemos acostumbrado a apoyarnos en lo que sabemos para hacer conjeturas y alcanzar otros conocimientos. Pero aquà estamos hablando de la última de las verdades. Ya no nos quedarÃa nada más por descubrir. ¿Se detendrÃa nuestro progreso? ¿Qué más nos dedicaremos a hacer? ¿Nos sentaremos a considerar las dificultades que hemos tenido y llegaremos a la conclusión de que la vida era mejor cuando habÃa una meta que ahora, cuando ya no tenemos más terreno que avanzar? PodrÃamos llevarnos una gran desilusión si pretendemos que la última de las verdades nos lleve a la felicidad absoluta o al fin de todos los problemas de la humanidad y nos encontramos con que la explicación que tanto ansiamos es más bien sencilla y no nos sirve de mucho. Tal vez nos estamos haciendo demasiadas ilusiones innecesariamente.
¿Estaremos descuidando problemas mucho más importantes por dedicarnos a calmar nuestra sed de conocimientos? Todas las personas que sufren, que odian, que son olvidadas, que enferman, que se pierden y que mueren todos los dÃas... ¿valen la pena? ¿Estaremos acaso demasiado ocupados en aspiraciones más nobles? ¿Estamos acaso mirando demasiado lejos, apartados de nuestra realidad próxima? Debemos considerar con mucho cuidado dónde ponemos nuestras metas. Si ahora, cuando nos sentimos tan orgullosos de nuestro progreso, seguimos descuidando los problemas básicos de nuestra sociedad, ¿qué nos puede garantizar que los atenderemos cuando termine la cadena de los descubrimientos?
Esperemos que, si algún dÃa nos interesamos en resolver nuestras dificultades internas, sea por un deseo genuino de mejorar nuestras vidas y no por la triste sensación de no tener nada más que hacer.





























