EL ABORTO: UNA GUERRA QUE NUNCA ACABA
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Ann Lohman en la tina de su casa
El asesinato de un médico que practicaba abortos en su clÃnica de atención a las mujeres es apenas un caso más en la larga guerra que los grupos que dicen defender la vida vienen dando desde hace muchos años. Se llaman grupos pro vida, defensores de las mujeres, protectores del alma y el cuerpo de los fetos, representantes de dios en este mundo, o simplemente anti abortistas.
El asesinato del Dr. George Tiller, en Kansas, es el final de un drama que llevaba años preparándose. Ya le habÃan disparado dos tiros, uno en cada brazo, con la intención de inhabilitarlo en su práctica quirúrgica. Ya le habÃan incendiado la clÃnica. Todos los dÃas, camiones estacionados frente al edificio exhibÃan fetos gigantes y en distintos niveles de crecimiento, bañados en sangre. Todos los dÃas, brigadas de voluntarios, con el cerebro bien lavado y pagados por organizaciones antiaborto bien financiadas, se dedicaban a insultar a las mujeres que entraban a la clÃnica. Todos los dÃas, algunos voluntarios lograban convencer a alguna mujer para que se hiciera una ecografÃa gratuita, en una casa cercana, para hacerle ver y sentir la vida que llevaba dentro y meterle en el cuerpo el miedo necesario para que no fuera ella a convertirse en asesina. Todos los dÃas, hasta que un voluntario decidió más bien pegarle un tiro al médico y acabar de una vez con el mal. Ahora los brigadistas están sin oficio, al menos al frente de la clÃnica del Dr. Tiller.
Los grupos antiaborto, niegan cualquier conexión con el asesino y uno de sus dirigentes, que habÃa viajado hace años desde California con familia y fanáticos incluidos para establecer su cuartel de guerra al lado de la clÃnica, tuvo el cinismo y las buenas dotes de actor para declarar “con lágrimas en los ojosâ€, que el asesino no le hizo ningún bien a la causa, que ellos repudian esos métodos. Ya se sabe que el matón tenÃa nexos con organizaciones anti aborto, y con él, particularmente. Ahora, después de ir al funeral del médico y a pesar de la protección de la policÃa, para seguir insultando con sus carteles a la familia y a los cientos de mujeres agradecidas, esos fanáticos ya planean a dónde ir para seguir con su campaña de odio y muerte.
De odio y muerte, porque dicen que defienden la vida sin entender lo que eso significa. No lo entienden porque la vida no es un ente abstracto que anida en la imaginación. La decisión de tener un hijo deberÃa ser un acto responsable. Pero resulta que la mayorÃa de las veces no lo es, las razones, por millones, como millones son las personas y millones sus problemas y ansiedades y anhelos. Para qué seguir con un embarazo no deseado, resultado de una noche de juerga, de una violación, de un entusiasmo trunco, de un amor acabado? Porque un grupo de hombres solteros, algunos de ellos sin hijos, deciden que asà tiene que ser, porque asà lo dice la ley divina. Imposiciones atávicas, inventadas por los seres humanos para auto esclavizarse.
Si no, de que otra manera se explica que cuando dos médicos brasileños hicieron la cirugÃa de una niña de nueve años doblemente embarazada por el padre violador fueran excomulgados? Los condenaron por asesinos de niños. A la niña ni caso y al padre ni juicio.
En la parte alta de Manhattan, en el Bronx, existe una clÃnica que practica abortos y que está muy cerca de la entrada del metro. En la corta distancia que tienen que caminar las mujeres, o en algunos casos las parejas, son asediadas por jóvenes que con esa sonrisa acartonada de los vendedores de seguros, les ofrecen folletos y atención gratis para el embarazo. La atención es la famosa ecografÃa disuasoria. “Es nuestra principal arma†dice una de las jóvenes. Al momento se corrige y dice, “nuestro principal instrumentoâ€. Una pareja que iba decidida a la clÃnica, ella con sólo 15 años, desiste. Un triunfo celebrado con loas al creador.
Y qué de esa niña-madre que a duras penas estará lidiando con su corta vida y experiencia, que tendrá que dejar de estudiar, que tendrá un embarazo difÃcil porque su cuerpo no se ha acabado de hacer? Quién la va a ayudar con la crianza de ese hijo que habÃa decidido no tener? Cuanta irresponsabilidad junta!
Pero esta guerra del aborto no es sólo de hoy. Viene de siglos.
Ann Lohman fue una enfermera inglesa, especializada en atención a las mujeres (en español no existe el equivalente de midwife, pues se lo traduce como partera, siendo que el oficio, en los paÃses ricos, exige estudios universitarios). Sus servicios abarcaban desde consejerÃa sexual, prevención del embarazo, traer niños al mundo, agenciar adopciones, y por supuesto, practicar abortos. Vivió su vida en una casa enorme en Nueva York, donde atendÃa por poco dinero a las mujeres pobres y mucho a las ricas. Durante los años dedicados a ayudar a sus pacientes tuvo que ir más de una vez a las cortes y pasó más de un año presa. Nunca pudieron comprobar una sola de las mil acusaciones de mala práctica médica.
Sufrió los hostigamientos y amenazas diarios con tranquilidad, aunque por ser una mujer culta y de lengua afilada contestaba con agudeza verbal y fuerza a los escritos de los fanáticos religiosos en los tabloides.
Sobre el supuesto de que el control natal y el aborto corrompÃan a las mujeres, Lohman escribió a un periódico: “Será que sus esposas, y sus hermanas y sus hijas, una vez despojadas del miedo, todas se vuelven prostitutas? No puedo entender cómo hombres que son esposos, hermanos o padres puedan darle credibilidad a una idea tan infame y suciaâ€.
Pero pudieron más el odio y la sinrazón. Amenazada con otro juicio, esta vez mayor, y temiendo hacerle daño a su familia y repetir la cárcel, una mañana de abril de 1878 se acostó en la tina y se cortó el cuello. TenÃa 66 años.
Ann Lohman en la tina de su casaEl asesinato de un médico que practicaba abortos en su clÃnica de atención a las mujeres es apenas un caso más en la larga guerra que los grupos que dicen defender la vida vienen dando desde hace muchos años. Se llaman grupos pro vida, defensores de las mujeres, protectores del alma y el cuerpo de los fetos, representantes de dios en este mundo, o simplemente anti abortistas.
El asesinato del Dr. George Tiller, en Kansas, es el final de un drama que llevaba años preparándose. Ya le habÃan disparado dos tiros, uno en cada brazo, con la intención de inhabilitarlo en su práctica quirúrgica. Ya le habÃan incendiado la clÃnica. Todos los dÃas, camiones estacionados frente al edificio exhibÃan fetos gigantes y en distintos niveles de crecimiento, bañados en sangre. Todos los dÃas, brigadas de voluntarios, con el cerebro bien lavado y pagados por organizaciones antiaborto bien financiadas, se dedicaban a insultar a las mujeres que entraban a la clÃnica. Todos los dÃas, algunos voluntarios lograban convencer a alguna mujer para que se hiciera una ecografÃa gratuita, en una casa cercana, para hacerle ver y sentir la vida que llevaba dentro y meterle en el cuerpo el miedo necesario para que no fuera ella a convertirse en asesina. Todos los dÃas, hasta que un voluntario decidió más bien pegarle un tiro al médico y acabar de una vez con el mal. Ahora los brigadistas están sin oficio, al menos al frente de la clÃnica del Dr. Tiller.
Los grupos antiaborto, niegan cualquier conexión con el asesino y uno de sus dirigentes, que habÃa viajado hace años desde California con familia y fanáticos incluidos para establecer su cuartel de guerra al lado de la clÃnica, tuvo el cinismo y las buenas dotes de actor para declarar “con lágrimas en los ojosâ€, que el asesino no le hizo ningún bien a la causa, que ellos repudian esos métodos. Ya se sabe que el matón tenÃa nexos con organizaciones anti aborto, y con él, particularmente. Ahora, después de ir al funeral del médico y a pesar de la protección de la policÃa, para seguir insultando con sus carteles a la familia y a los cientos de mujeres agradecidas, esos fanáticos ya planean a dónde ir para seguir con su campaña de odio y muerte.
De odio y muerte, porque dicen que defienden la vida sin entender lo que eso significa. No lo entienden porque la vida no es un ente abstracto que anida en la imaginación. La decisión de tener un hijo deberÃa ser un acto responsable. Pero resulta que la mayorÃa de las veces no lo es, las razones, por millones, como millones son las personas y millones sus problemas y ansiedades y anhelos. Para qué seguir con un embarazo no deseado, resultado de una noche de juerga, de una violación, de un entusiasmo trunco, de un amor acabado? Porque un grupo de hombres solteros, algunos de ellos sin hijos, deciden que asà tiene que ser, porque asà lo dice la ley divina. Imposiciones atávicas, inventadas por los seres humanos para auto esclavizarse.
Si no, de que otra manera se explica que cuando dos médicos brasileños hicieron la cirugÃa de una niña de nueve años doblemente embarazada por el padre violador fueran excomulgados? Los condenaron por asesinos de niños. A la niña ni caso y al padre ni juicio.
En la parte alta de Manhattan, en el Bronx, existe una clÃnica que practica abortos y que está muy cerca de la entrada del metro. En la corta distancia que tienen que caminar las mujeres, o en algunos casos las parejas, son asediadas por jóvenes que con esa sonrisa acartonada de los vendedores de seguros, les ofrecen folletos y atención gratis para el embarazo. La atención es la famosa ecografÃa disuasoria. “Es nuestra principal arma†dice una de las jóvenes. Al momento se corrige y dice, “nuestro principal instrumentoâ€. Una pareja que iba decidida a la clÃnica, ella con sólo 15 años, desiste. Un triunfo celebrado con loas al creador.
Y qué de esa niña-madre que a duras penas estará lidiando con su corta vida y experiencia, que tendrá que dejar de estudiar, que tendrá un embarazo difÃcil porque su cuerpo no se ha acabado de hacer? Quién la va a ayudar con la crianza de ese hijo que habÃa decidido no tener? Cuanta irresponsabilidad junta!
Pero esta guerra del aborto no es sólo de hoy. Viene de siglos.
Ann Lohman fue una enfermera inglesa, especializada en atención a las mujeres (en español no existe el equivalente de midwife, pues se lo traduce como partera, siendo que el oficio, en los paÃses ricos, exige estudios universitarios). Sus servicios abarcaban desde consejerÃa sexual, prevención del embarazo, traer niños al mundo, agenciar adopciones, y por supuesto, practicar abortos. Vivió su vida en una casa enorme en Nueva York, donde atendÃa por poco dinero a las mujeres pobres y mucho a las ricas. Durante los años dedicados a ayudar a sus pacientes tuvo que ir más de una vez a las cortes y pasó más de un año presa. Nunca pudieron comprobar una sola de las mil acusaciones de mala práctica médica.
Sufrió los hostigamientos y amenazas diarios con tranquilidad, aunque por ser una mujer culta y de lengua afilada contestaba con agudeza verbal y fuerza a los escritos de los fanáticos religiosos en los tabloides.
Sobre el supuesto de que el control natal y el aborto corrompÃan a las mujeres, Lohman escribió a un periódico: “Será que sus esposas, y sus hermanas y sus hijas, una vez despojadas del miedo, todas se vuelven prostitutas? No puedo entender cómo hombres que son esposos, hermanos o padres puedan darle credibilidad a una idea tan infame y suciaâ€.
Pero pudieron más el odio y la sinrazón. Amenazada con otro juicio, esta vez mayor, y temiendo hacerle daño a su familia y repetir la cárcel, una mañana de abril de 1878 se acostó en la tina y se cortó el cuello. TenÃa 66 años.





























