De cómo Darwin perdio su fe
Nick Spencer
Es más fácil hacer una pelÃcula sobre el hombre que mató a Dios que sobre uno que pasó ocho años estudiando percebes. La nueva pelÃcula sobre Charles Darwin hace lo primero y aunque ha sido criticada por sus imprecisiones históricas, sigue suendo una bella y disfrutable pelÃcula.
El mismo Darwin nunca pensó que su teorÃa mataba a Dios, escribiendo al final de sus dÃas que «me parece absurdo dudar que un hombre puede ser ardiente teÃsta y evolucionista». Ni siquiera acabó con su propia fe religiosa. Aunque la hirió de muerte.
Hasta que volvió con el Beagle en 1836 Darwin se consideraba a sà mismo un Cristiano ortodoxo. No hay motivo para dudarlo aunque hay que reconocer que esa ortodoxia es justo el tipo de ortodoxia racional, demostrable, civilizada y caballeresca habitual a comienzos del siglo XIX. En particular habÃa sido muy influenciado por William Paley quien en su Natural Theology proponÃa que la naturaleza contiene «manifestaciones de un diseño, que debe proceder de un creador, que ese creador ha de ser una persona y que esa persona es Dios». Para Darwin el Cristianismo debÃa ser probado, y Paley era la prueba.
Pero tan pronto su teorÃa emergente empezó a minar esas ideas, también empezó a minar el Cristianismo imbricado en él. No ocurrió inmediatamente. Los cuadernos de Darwin le demuestran intentando acomodar una idea de Dios intelectualmente creible y su nueva teorÃa. Con éxito, en cierto sentido.
La Evolución hacÃa innecesaria la idea de que Dios habÃa creado cada una de las especies por separado. ¿No debe fascinar más la idea de que la vida emerge desde un proceso continuo gobernado por las leyes de la Evolución, que la de pensar que Dios lleva desde el Silúrico diseñando distintos tipos de moluscos? La creación especial ya no tenÃa nada que hacer. «Es una idea indigna de alguien capaz de decir, hágase la luz, y que la luz se haga».
El sufrimiento era sin embargo un problema. La selección natural enfatiza la ubicuidad y aparente necesidad de sufrimiento en el mundo natural. Para alguien crecido en la idea del «mundo feliz de existencias encantadas» de Paley este era un duro asunto.
No era de todas formas un callejón sin salida. Al terminar el primer borrador de lo que luego serÃa El Origen de las Especies, Darwin puso en equilibrio el dolor inherente a la selección natural con la extraordinaria grandeza de sus resultados. «De la muerte, hambruna, rapiña, de esa secreta guerra que es la naturaleza conseguimos el mejor resultado que podemos concebir, la creación de las formas de vida animales superiores».
Ahà estaba la cuestión. Si los animales superiores, en todo su esplendor, con toda su gracia, grandeza y sofisticación, con mentes capaces de metafÃsica y moralidad, si son «el mejor resultado que podemos concebir» entonces quizás la selección natural no es simplemente compatible con la idea de Dios sino que le da apoyo. Colgando de cómo se equilibran la grandeza de la vida y su potencial para el fracaso.
Esto facilitó cierto escepticismo durante la primera década posterior al desarrollo de la teorÃa de Darwin que permitió un equilibrio. Siguió siendo teÃsta Cristiano pasados los cuarenta aunque ya con una fe poco intensa. Si esa fe lo hubo sido más antes es cuestionable, como ya reconocÃa su mujer Emma antes de casarse.
Cuando sin embargo su hija Annie murió en 1851 a los 10 años, el sufrimiento pasó de ser un problema teorético a uno personal y real. La mayor parte de las familias victorianas perdÃan hijos, y el mismo Darwin perdió dos más durante su infancia. Pero Annie era su favorita y, contra lo habitual en otros padres de la época, fue testigo de su degradación y de todos y cada uno de los últimos dÃas de su corta vida. La experiencia pulverizó lo que quedaba de su fe Cristiana.
La idea de que la Evolución destruyó la fe de Darwin es sólo media verdad, habitualmente utilizada para intentar demostrar que la Evolución aniquila la idea de Dios. De la misma forma, proclamar que la Evolución no tuvo nada que ver con su pérdida de fe y que ésta es sólo achacable a la muerte de su hija no es demasiado menos precisa. Y también es utilizada en ocasiones para crear polémica, usualmente para demostrar que la Evolución no es un desafÃo a las creencias religiosas de nadie.
En realidad la pérdida de fe de Darwin fue, tal y como él mismo reconoce, gradual y compleja. Los motivos no eran nuevos, y el sufrimiento siempre ha sido y siempre será un serio desafÃo al Cristianismo, pero recibieron un nuevo foco. Muchos de los contemporáneos cientÃficos de Darwin, como John Stevens Henslow, Charles Lyell, Asa Gray, George Wright, Alexander Winchell y James Dana, acomodaron fácilmente sus creencias Cristianas con la nueva teorÃa. De hecho, como el historiador James Moore ha remarcado, «con pocas excepciones los principales pensadores Cristianos en Gran Bretaña y los Estados Unidos no han tenido especiales problemas en reconciliarse con Darwin y la Evolución».
Sólo que Darwin, habiendo crecido con esa armoniosa y satisfactoria visión de la creación de Paley, no pudo.
Visto en The Guardian.
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Es más fácil hacer una pelÃcula sobre el hombre que mató a Dios que sobre uno que pasó ocho años estudiando percebes. La nueva pelÃcula sobre Charles Darwin hace lo primero y aunque ha sido criticada por sus imprecisiones históricas, sigue suendo una bella y disfrutable pelÃcula.
El mismo Darwin nunca pensó que su teorÃa mataba a Dios, escribiendo al final de sus dÃas que «me parece absurdo dudar que un hombre puede ser ardiente teÃsta y evolucionista». Ni siquiera acabó con su propia fe religiosa. Aunque la hirió de muerte.
Hasta que volvió con el Beagle en 1836 Darwin se consideraba a sà mismo un Cristiano ortodoxo. No hay motivo para dudarlo aunque hay que reconocer que esa ortodoxia es justo el tipo de ortodoxia racional, demostrable, civilizada y caballeresca habitual a comienzos del siglo XIX. En particular habÃa sido muy influenciado por William Paley quien en su Natural Theology proponÃa que la naturaleza contiene «manifestaciones de un diseño, que debe proceder de un creador, que ese creador ha de ser una persona y que esa persona es Dios». Para Darwin el Cristianismo debÃa ser probado, y Paley era la prueba.
Pero tan pronto su teorÃa emergente empezó a minar esas ideas, también empezó a minar el Cristianismo imbricado en él. No ocurrió inmediatamente. Los cuadernos de Darwin le demuestran intentando acomodar una idea de Dios intelectualmente creible y su nueva teorÃa. Con éxito, en cierto sentido.
La Evolución hacÃa innecesaria la idea de que Dios habÃa creado cada una de las especies por separado. ¿No debe fascinar más la idea de que la vida emerge desde un proceso continuo gobernado por las leyes de la Evolución, que la de pensar que Dios lleva desde el Silúrico diseñando distintos tipos de moluscos? La creación especial ya no tenÃa nada que hacer. «Es una idea indigna de alguien capaz de decir, hágase la luz, y que la luz se haga».
El sufrimiento era sin embargo un problema. La selección natural enfatiza la ubicuidad y aparente necesidad de sufrimiento en el mundo natural. Para alguien crecido en la idea del «mundo feliz de existencias encantadas» de Paley este era un duro asunto.
No era de todas formas un callejón sin salida. Al terminar el primer borrador de lo que luego serÃa El Origen de las Especies, Darwin puso en equilibrio el dolor inherente a la selección natural con la extraordinaria grandeza de sus resultados. «De la muerte, hambruna, rapiña, de esa secreta guerra que es la naturaleza conseguimos el mejor resultado que podemos concebir, la creación de las formas de vida animales superiores».
Ahà estaba la cuestión. Si los animales superiores, en todo su esplendor, con toda su gracia, grandeza y sofisticación, con mentes capaces de metafÃsica y moralidad, si son «el mejor resultado que podemos concebir» entonces quizás la selección natural no es simplemente compatible con la idea de Dios sino que le da apoyo. Colgando de cómo se equilibran la grandeza de la vida y su potencial para el fracaso.
Esto facilitó cierto escepticismo durante la primera década posterior al desarrollo de la teorÃa de Darwin que permitió un equilibrio. Siguió siendo teÃsta Cristiano pasados los cuarenta aunque ya con una fe poco intensa. Si esa fe lo hubo sido más antes es cuestionable, como ya reconocÃa su mujer Emma antes de casarse.
Cuando sin embargo su hija Annie murió en 1851 a los 10 años, el sufrimiento pasó de ser un problema teorético a uno personal y real. La mayor parte de las familias victorianas perdÃan hijos, y el mismo Darwin perdió dos más durante su infancia. Pero Annie era su favorita y, contra lo habitual en otros padres de la época, fue testigo de su degradación y de todos y cada uno de los últimos dÃas de su corta vida. La experiencia pulverizó lo que quedaba de su fe Cristiana.
La idea de que la Evolución destruyó la fe de Darwin es sólo media verdad, habitualmente utilizada para intentar demostrar que la Evolución aniquila la idea de Dios. De la misma forma, proclamar que la Evolución no tuvo nada que ver con su pérdida de fe y que ésta es sólo achacable a la muerte de su hija no es demasiado menos precisa. Y también es utilizada en ocasiones para crear polémica, usualmente para demostrar que la Evolución no es un desafÃo a las creencias religiosas de nadie.
En realidad la pérdida de fe de Darwin fue, tal y como él mismo reconoce, gradual y compleja. Los motivos no eran nuevos, y el sufrimiento siempre ha sido y siempre será un serio desafÃo al Cristianismo, pero recibieron un nuevo foco. Muchos de los contemporáneos cientÃficos de Darwin, como John Stevens Henslow, Charles Lyell, Asa Gray, George Wright, Alexander Winchell y James Dana, acomodaron fácilmente sus creencias Cristianas con la nueva teorÃa. De hecho, como el historiador James Moore ha remarcado, «con pocas excepciones los principales pensadores Cristianos en Gran Bretaña y los Estados Unidos no han tenido especiales problemas en reconciliarse con Darwin y la Evolución».
Sólo que Darwin, habiendo crecido con esa armoniosa y satisfactoria visión de la creación de Paley, no pudo.
Visto en The Guardian.
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