Contraofensivas eclesiásticas

La ideología ultra conservadora de los cuadros de poder eclesiásticos no representa ninguna novedad para alguien que haya analizado mínimamente la conducta de esta institución en los últimos 500 años, por poner una fecha de partida. Desde el control y otorgamiento de bulas y concesiones en la era de los descubrimientos hasta la propia estructura dual-estamental del Estado Moderno pasando por los mecenazgos y acopio de inmensas riquezas que conformaban el patrimonio eclesial, el enorme poder político y económico de la Iglesia ha sido uno de los rasgos fundamentales que han definido a esta institución. Su ideario político social, lejos de la fachada de amor y fraternidad, se circunscribe perfectamente en un marco reaccionario y tradicionalista defensor de privilegios y prebendas para una oligarquía dominante con la cual comparte intereses comunes fundiéndose en complacientes lazos fraternales. España representa quizás uno de los ejemplos más claros y notorios de esta sintonía ideológica entre la Iglesia y los representantes políticos de las ideas tradicionalistas y conservadoras. En este marco definido, podemos explicar el comportamiento de la Conferencia Episcopal Española en referencia al asunto de la Ley de Memoria Histórica, de reciente tramitación parlamentaria. De sobra es conocida la postura de rechazo del Partido Popular hacia la aprobación de dicha Ley, arguyendo motivos inconsistentes y faltos de fundamento. Si a tal postura, sumamos las últimas declaraciones de Mayor Oreja, uno de los pesos pesados de PP, en defensa y justificación de la dictadura franquista, el resultado de la operación no por esperado deja de sorprendernos a 30 años vista de la muerte del general golpista. Una vez más, en el ámbito político, el Partido Popular se ha vuelto a quedar solo frente a la mayoría de la Cámara y, como era previsible, la Ley ha salido adelante. Sin embargo, en el ámbito ideológico, el PP nunca ha estado solo. A su lado se encuentra, como es de suponer, la Iglesia Católica. Al cerrarse las expectativas políticas de la derecha, la Iglesia ha querido sumarse a la contraofensiva antimemoria histórica iniciada, seguramente, por una legión de pseudo historiadores al servicio del bando vencedor. Su contribución a la causa se concreta, de momento, en la beatificación de casi 500 personas represaliadas durante la Guerra Civil. Cuestión esta que llama poderosamente la atención al excluirse los mártires religiosos ocasionados por la represión franquista en la persona de curas defensores de la justicia social y comprometidos con las clases trabajadoras . Dicha exclusión, define perfectamente la actitud sectaria con la que se ha afrontado el proceso beatificador y la presenta como una maniobra bien orquestada de la Conferencia Episcopal para contrarrestar la susodicha Ley de Memoria Histórica. No obstante, dentro del propio seno de la Iglesia, se han levantado voces incriminatorias que ven en tales maniobras lo que realmente se esconde detrás del susodicho proceso. Evidentemente, La Iglesia puede beatificar y canonizar a quien le venga e gana. Sin embargo, por coherencia ideológica con el catecismo que predica, debería ser más cuidadosa con sus candidatos a subir a los altares. Dentro de esa gran masa de futuros beatificados, se encuentra la antítesis a una persona merecedora de tal distinción. Se ha demostrado documentalmente como, al menos uno de esos candidatos, participó en torturas y vejaciones a prisioneros de las cárceles filipinas. Y es que cuando se hacen las cosas atropelladamente surgen contradicciones tan sangrantes como la expuesta. Lejos de reconocer su error, la Iglesia se ratifica en la beatificación del torturador alegando que, para tal institución, no cuenta lo que el homenajeado haya hecho en vida sino en las circunstancias de la muerte como redentoras de todos los horribles pecados anteriormente cometidos. Suponemos que los torturadores de Abú Graib, los especialistas en sacar información de Guantánamo y resto de fauna con trabajo similar, estarán de enhorabuena. Por fin, gracias a la magnanimidad de la Iglesia Española, tendrán un colega en los altares para dirigirle sus plegarias. Salúos.

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