Contra el especismo
El inmortal Carl Sagan nos da una lección de humildad en su libro de 1992 Sombras de Antepasados Olvidados, del cual quiero mostrarles algunos extractos. De los capÃtulos 19, 20 y 21:
"Los hombres somos la especie dominante del planeta, una situacion confirmada por varios baremos: nuestra ubicuidad, la sumisión de muchos animales (llamémosla por cortesÃa domesticación), la expropiación de gran parte de la productividad fotosintética primaria del planeta, la alteración del medio ambiente de la superficie de la Tierra. ¿Por qué nosotros? De todas las formas de vida prometedoras --matadores implacables, artistas profesionales de la evasión, reproductores prolÃficos, seres casi invisibles que ningún depredador macroscópico puede encontrar--, ¿cómo pudo una especie de primates, desnuda, débil y vulnerable subordinar a todas las demás y convertir este mundo, y otros, en su dominio?"
(...)
"Si no podemos discernir una distinción clara en nuestra quÃmica (o en nuestra anatomÃa) que explique nuestro papel dominante, la única alternativa disponible es nuestro comportamiento. Parece lógico afirmar que la suma de nuestras actividades diarias serÃa bastante definidora, pero los simios pueden realizar un número sorprendentemene grande de tales actividades."
(...)
"¿Hay algo que nosotros hagamos y que sea exclusivamente humano, que todos o casi todos nosotros, pertenecientes a todas las culturas de la historia, hagamos y que no haga ningún otro animal? Uno puede imaginar que serÃa fácil encontrar algo que cumpla estas condiciones, pero es un tema en el que uno puede engañarse muy fácilmente. Nos jugamos demasido en la respuesta para poder decidir con imparcialidad.
Los filósofos de civilizaciones merodeadoras de alta tecnologÃa han asegurado a menudo que los hombres merecen una categorÃa distinta de los demás animales y superior a ellos. [Nota al pie: Muchos de estos filósofos no habrÃan incluido el término "demás", e incluso hoy algunos se irritan cuando se les califica de "animales", aunque lo hagan cientÃficos que hablan desde un punto de vista genérico y sin prejuicios.] No es suficiente que los hombres tengan un surtido diferente de las cualidades evidentes en los demás animales, con más de algunos rasgos y menos de otros. El hombre necesita, anhela, busca una diferencia radical de tipo y no una diferencia de grado de contornos borrosos.
La mayorÃa de filósofos considerados grandes en la historia del pensamiento occidental sostuvieron que los hombres son fundamentalmente diferentes de los demás animales. Platón, Aristóteles, Marco Aurelio, EpÃcteto, AgustÃn, Tomás de Aquino, Descartes, Spinoza, Pascal, Locke, Leibniz, Rousseau, Kant y Hegel sostuvieron siempre "la idea de que el hombre era de un tipo radicalmente diferente de [todas] las demás cosas"; con excepción de Rousseau, todos ellos consideraron que la distinción esencial humana era "nuestra razón, intelecto, pensamiento o comprensión". Casi todos ellos creyeron que nuestra distinción deriva de algo que no está compuesto de materia ni de energÃa y que reside en los cuerpos de los hombres, pero de ningún otro ser de la Tierra. No se ha suministrado nunca ninguna prueba cientÃfica de la existencia de este "algo". Sólo unos pocos de los grandes filósofos de Occidente --David Hume, por ejemplo-- afirmaron, como hizo Darwin, que las diferencias entre nosotros y las demás especies son únicamente de grado."
(...)
"Aunque no nos sintamos escandalizados personalmente por la idea de que tenemos por parientes próximos a otros animales, aunque nuestra época se haya acomodado a esta idea, la apasionada resistencia de muchos de nosotros, en tantas épocas y culturas, y por parte de estudiosos tan distinguidos, debe de estar revelando algo importante sobre nosotros. ¿Qué podemos aprender sobre nosotros a partir de un error aparente tan difundido, propagado por tantos filósofos y cientÃficos eminentes, antiguos y modernos, y con tal seguridad y satisfacción?
Una respuesta posible: Es esencial que exista una distinción clara entre hombres y "animales" para poder doblegarlos a nuestra voluntad, conseguir que trabajen para nosotros, llevarlos puestos, comerlos, sin ningún sentimiento inquietante de culpa o de pena. Con nuestras conciencias tranquilas podemos extinguir especies enteras en nombre de un beneficio imaginado a corto plazo, o incluso por simple descuido. Su pérdida tiene poca importancia: estos seres, podemos decir, no son como nosotros. Un abismo insalvable ha desempeñado asà una función práctica, aparte de halagar simplemente los egos humanos. La formulación que Darwin dio a esta respuesta fue: "No deseamos considerar iguales a nosotros a unos animales que convertimos en esclavos nuestros".
(...)
"Los hombres, que esclavizan y castran a otros animales, hacen experimentos con ellos y los convierten en filetes, tienen una tendencia comprensible a imaginar que los animales no sienten dolor. El filósofo Jeremy Bentham al discutir si debÃamos conceder un mÃnimo de derechos a los demás animales subrayó que la cuestión no consistÃa en saber lo listos que eran sino cuánto dolor podÃan sufrir. Darwin estuvo obsesionado por este tema:
«Se ha visto a perros acariciar a su amo en la agonÃa de la muerte, y todos han oÃdo la historia del perro que mientras sufrÃa la vivisección lamÃa la mano del operador; este hombre tuvo que sentir remordimientos hasta el último momento de su vida, a no ser que la operación estuviera plenamente justificada por un aumento de nuestros conocimientos o que él tuviera un corazón de piedra.»
Todos los criterios de que disponemos, la angustia bien visible de los gritos de animales heridos, por ejemplo, incluidos los de quienes normalmente apenas emiten ningún sonido [Nota al pie: Por ejemplo, los búfalos de agua del Sudeste de Asia, a los que se suele castrar aplastándoles los testÃculos entre dos piedras.], permiten dar por saldada la cuestión. El sistema lÃmbico del cerebro humano, que según se sabe es el responsable de gran parte de la riqueza de nuestra vida emocional, figura de modo prominente en todos los mamÃferos. Los mismos fármacos que alivian el sufrimiento en el hombre mitigan los gritos y otros signos de dolor de muchos animales. Es indigno pretender que sólo el hombre puede sufrir cuando nosotros mismos nos comportamos frecuentemente con tanta insensibilidad con los demás animales."
(...)
"Llegamos a la conclusión de que ninguno de estos rasgos sexuales y sociales parece servir como caracterÃstica definidora de la especie humana. El comportamiento de otros animales, especialmente de los chimpancés y de los bonobos convierte en falsas estas pretensiones. Estos animales son simplemente demasiado parecidos a nosotros.
Las pautas de conocimiento y de comportamiento que no están innatas en nuestro material genético, y que se aprenden y se transmiten dentro de un grupo dado de generación en generación, se llaman cultura. ¿PodrÃa ser la cultura la marca definidora de la humanidad?"
(...)
"Es evidente que los chimpancés tienen por lo menos los rudimentos de la cultura. En selvas diferentes tienen que tratar con geografias y ecologÃas diferentes. Recuerdan después de semanas, quizá después de años, los termiteros, los árboles de tambor o según un estudio, el lugar de un combate notable. Estos detalles son de conocimiento general. Cada grupo , con su propio terreno y su propia secuencia de acontecimientos históricos, tiene su propia historia en miniatura. Los grupos mutuamente aislados de chimpancés tienen convenciones diferentes para pescar termitas y hormigas dorilinas, para utilizar hojas como esponjas y recoger agua potable, para cogerse mutuamente cuando cuidan del pelaje, para algunos aspectos del lenguaje gestual del cortejo y para los protocolos de la caza. Y gracias a Imo, la macaco genio que descubrió la manera de separar el trigo de la arena, tenemos incluso alguna idea sobre la emergencia y difusión de nuevos descubrimientos y nuevas instituciones culturales de los primates."
(...)
"Ningún simio antropomorfo ha mostrado nunca capacidades lingüÃsticas comparables a las de un niño normal que entra en el jardÃn de infancia. Sin embargo parece que tienen una capacidad definida, pero elemental, de utilizar el lenguaje. Muchos de nosotros aceptarÃamos que un niño de dos o tres años con un vocabulario y una destreza verbal comparables a la de los chimpancés o bonobos más hábiles, por evidentes que fueran sus deficiencias de gramática y sintaxis, posee el lenguaje. Una noción convencional de las ciencias sociales es que la cultura presupone el lenguaje y el lenguaje presupone una noción de sà mismo. Tanto si esto es cierto como si no, los chimpancés y los bonobos poseen de modo evidente, por lo menos en forma rudimentaria, los tres elementos: conciencia, lenguaje y cultura. Quizá están mucho menos reprimidos que nosotros y no son tan inteligentes, pero también ellos pueden pensar."
(...)
"Nuestros sentimientos están presentes antes de que puedan reducirse a limpios paquetes gramaticales para luego tratarlos y someterlos. En estas sensaciones y asociaciones vagamente recordadas podemos vislumbrar algún elemento de la conciencia y de las vidas emocionales de los chimpancés, de los bonobos y de nuestros inmediatos antepasados prehumanos."
(...)
"Hemos salvado ya o flanqueado muchas de las barreras, fosos y campos de minas excavados penosamente para separarnos de los demás animales. Quienes creen que deben preservar para nosotros alguna caracterÃstica única, clara y definidora sienten la tentación de cambiar de nuevo las definiciones y erigir una lÃnea final de defensa alrededor de nuestros pensamientos. Si el lenguaje de los chimpancés y de los bonobos es limitado, no podemos decir muchas cosas sobre lo que ellos piensan o sienten, qué significado dan a sus vidas, si le dan alguno. Ellos no han escrito autobiografÃas, por lo menos hasta ahora, ni ensayos de reflexión, confesiones, análisis personales o memorias filosóficas. Si podemos escoger ideas y sentimientos particulares para definirnos a nosotros mismos, ningún chimpancé puede contradecirnos. Por ejemplo, podrÃamos aducir nuestro conocimiento de que todos moriremos algún dÃa o de que las relaciones sexuales son la causa de los bebés, cuestiones que los hombres comprenden ampliamente, aunque a veces nieguen. Quizá ningún simio ha vislumbrado estas verdades importantes. Quizá algunos sÃ. No lo sabemos. Pero quedarse en estas cimas homiléticas es una victoria vacua para la especie humana. Estos conocimientos ocasionales son cuestions de poca monta comparadas con las tan cacareadas distinciones de la humanidad, que se han reducido a polvo a medida que hemos aprendido más cosas sobre los demás animales. En un nivel de detalle tan fino, los motivos de quienes desearÃan definirnos por esa o aquella idea parecen sospechosos, y el chauvinismo humano evidente."
(...)
"Es evidente que no podrÃamos haber inventado la civilización sin inteligencia y tecnologÃa. Pero serÃa injusto considerar la civilización como la caracterÃstica definidora de nuestra especie, o la que determina el nivel de inteligencia y de destreza manual necesario para nuestra definición, especialmente porque el hombre pasó el primer 99% de su vida en la tierra en un estado no civilizado. Éramos hombres ya entonces, como lo somos ahora, pero no habÃamos ni siquiera soñado con la civilización. Sin embargo los restos fósiles de los primeros hombres y homÃnidos conocidos, que se remontan no a centenares de miles de años, sino a millones de años, aparecen a menudo acompañados por herramientas de piedra. TenÃamos el talento necesario, por lo menos de modo parcial. SucedÃa únicamente que no habÃamos descubierto la civilización."
(...)
"El estilo con que los chimpancés enseñan a los jóvenes a cascar nueces y pescar termitas es tranquilo, con ejemplo y no maquinalmente. El alumno juega con las herramientas e intenta varios enfoques, en lugar de copiar al pie de la letra todos los movimientos de la mano del instructor. Las técnicas mejoran gradualmente. Se ha criticado por este motivo a los chimpancés, diciendo que no tienen cultura. (Es sorprendente que un grupo de cientÃficos niegue el lenguaje a los chimpancés porque, como hemos explicado, los consideran demasiado imitadores, mientras que otro grupo de cientÃficos niegue la cultura de los chimpancés porque dicen que no son lo bastante imitadores.)"
(...)
"El progreso de la tecnologÃa humana es un continuo, y escoger como criterio de nuestra humanidad un punto especialmente importante, por ejemplo la domesticación del fuego o la invención del arco y las flechas, la agricultura, los canales, la metalurgia, las ciudades, los libros, el vapor, la electricidad, las armas nucleares o el vuelo espacial no sólo serÃa arbitrario, sino que excluirÃa de la humanidad a todos nuestros antepasados que vivieron antes de que tuviera lugar la invención o el descubrimiento en cuestión. No hay una tecnologÃa determinada que nos haga hombres; como máximo podrÃa ser únicamente la tecnologÃa en general o una propensión a la tecnologÃa. Pero esto lo compartimos con otros.
Al igual que nosotros, los primates no humanos no son todos iguales. Sus intereses varÃan de individuo a individuo y de grupo en grupo. Algunos, como Imo, son genios tecnológicos. Otros, como los machos de macaco obsesionados por la jerarquÃa están totalmente anticuados y atascados en sus maneras. Una población de chimpancés casca nueces, otra no. Algunas pescan termitas, otras sólo hormigas. Algunas utilizan tallos de hierba y trozos de enredadera para atraer y pescar insectos, otras palos y ramitas. Las hembras usan preferentemente martillos y yunques, los machos tiran preferentemente piedras. Ninguna de ellas, por lo que sabemos, ha utilizado nunca un palo para excavar una raÃz o un tubérculo nutritivo, si bien este acto deberÃa ser posible y adaptativo. Algunos individuos juzgan la tecnologÃa demasiado desagradable o demasiado exigente intelectualmente y nunca la utilizan, a pesar de las ventajas evidentes que confiere a otros miembros del grupo que se sienten cómodos con ella. Algunos grupos grandes no tienen ninguna tecnologÃa. «No me gusta decirlo --confÃa un observador de una comunidad de chimpancés de Uganda--, pero los chimpancés de Kibale parecen los patanes del mundo de los chimpancés.» El autor especula que la vida es demasiado fácil y la comida demasiado abundante en Kibale para que el desavÃo de las privaciones provoque la respuesta de la tecnologÃa."
(...)
"¡De qué manera más decisiva han borrado chimpancés y bonobos la lista de supuestas distinciones humanas: conciencia de sÃ, lenguaje, ideas y su asociación, razón, comercio, juego, eleccion, valentÃa, amor y altruismo, risa, ovulación oculta, besos, relación sexual cara a cara, orgasmo femenino, división del trabajo, canibalismo, arte, música, polÃtica y bipedismo sin plumas, además de utilizar herramientas, fabricar herramientas y muchas cosas más! Filósofos y cientÃficos ofrecen ingenuamente rasgos que suponen exclusivos del hombre y que los simios derriban como si nada acabando con la pretensión de que los hombres constituyen una especie de aristocracia biológica entre los seres de la Tierra. Actuamos más bien como nuevos ricos que no acaban de adaptarse a su reciente posición elevada, que se sienten inseguros sobre su identidad y que intentan poner la mayor distancia posible entre ellos y sus humildes orÃgenes. Es como si nuestros parientes más cercanos refutaran con su misma existencia todas nuestras explicaciones y justificaciones. Es, por lo tanto, muy conveniente que haya todavÃa simios en la Tierra y que contrarresten nuestra arrogancia y orgullo humanos.
Gran parte del comportamiento de los chimpancés y los bonobos se ha descubierto en los últimos tiempos. Sin duda tienen otros talentos que hasta ahora no hemos captado."
(...)
"¿No cabrÃa esperar que las diferencias fueran de grado y no de Ãndole, especialmente con nuestros parientes más próximos? ¿No es ésta la lección de la evolución? Si queremos ser los únicos que poseen herramientas, cultura, lenguaje, comercio, arte, danza, música, religión o inteligencia conceptual, no podremos comprender quiénes somos. En cambio, podremos conseguir algunos progresos si estamos dispuestos a admitir que lo que nos distingue de los demás animales es tener más de una propensión y menos de otra. Luego, si asà lo deseamos, podremos enorgullecernos de que las aptitudes de los primates hayan florecido de modo más completo en nuestra especie."
(...)
"Quizá nuestro carácter único no es más que esto, o sólo algo más que esto: un mejoramiento del talento preexistente y ya bien establecido para la invención, la previsión, el lenguaje y la inteligencia general, lo bastante para cruzar un umbral en nuestra capacidad, para comprender y cambiar el mundo.
De todos modos, unas capacidades mayores de razonamiento no necesariamente y en todas las circunstancias serán adaptativas y podrán mejorar la supervivencia, según sean los demás factores con los que están relacionadas. «El hombre es razón más que otra cosa», dijo Aristóteles. Mark Twain replicó:
«Creo que esto podrÃa discutirse... El argumento más fuerte contra la inteligencia [del hombre] es que con los antecedentes [históricos] que arrastra pretenda tranquilamente nombrarse el animal principal.»
Si imaginamos que somos simplemente o incluso principalmente seres racionales, no nos conoceremos nunca.
Somos demasiado débiles para destruir o poner en peligro seriamente el planeta o para extinguir toda vida en la Tierra. Esta tarea supera en mucho nuestra capacidad. Pero lo que podemos destruir es nuestra civilización mundial y es posible que podamos alterar el medio ambiente de modo que nuestra especie, y un gran número de otras especies, se extinga. Nuestra tecnologÃa nos ha dado poderes asombrosos incluso a niveles muy inferiores a los que pueden causar nuestra extinción y que nuestros antepasados habrÃan considerado divinos. Se trata de una simple declaración objetiva. No es una reconvención y no pretende definirnos, pero plantea de nuevo saber si tenemos capacidad de elección en la materia, o si hay alguna parte de nuestra naturaleza, profundamente arraigada en nosotros que, a pesar de la inteligencia relativa y de las promesas que ofrece nuestra especie, arreglará las cosas pronto o temprano de la peor manera posible."
(...)
"El peligro parece demasiado obvio. Es evidente que dentro de nosotros hay algo profundamente asentado, autónomo, y que en ocasiones puede escapar de nuestro control consciente, algo que puede hacer daño a pesar de las mejores intenciones que podamos tener y comprender: «El bien que quisiera hacer y el mal que no quisiera, pero que hago»."
(...)
"Quizá lo que tememos encontrar si miramos con demasiado detenimiento es alguna malevolencia decidida que está al acecho en el corazón humano, algún egoÃsmo y sed de sangre insaciables; que en lo hondo de todo seamos sin excepción máquinas de matar insensibles, como cocodrilos. Es una imagen de nosotros poco lisonjera y si estuviera muy difundida ayudarÃa a socavar la confianza del hombre en sà mismo. En una era en que tenemos la capacidad de arruinar el medio ambiente mundial, ésta no es una idea muy optimista sobre nuestras perspectivas futuras.
Lo extraño sobre este punto de vista --aparte de la idea de que criminales y sociópatas están entusiasmados con el descubrimiento cientÃfico de que el hombre evolucionó de otros animales--, es la selectividad con que toca los datos sobre los animales y, en especial, sobre nuestros parientes más próximos, los primates. En ellos podemos encontrar también amistad, altruismo, amor, fidelidad, valentÃa, inteligencia, invención, curiosidad, previsión y una multitud de caracterÃsticas más que podrÃan satisfacer a los hombres si los tuvieran en mayor medida. Quienes niegan o rebajan nuestras naturalezas «animales» subvaloran lo que estas naturalezas son. ¿No hay mucho de que sentirse orgulloso, además de avergonzado, en las vidas de monnos y simios antropomorfos? (...) ¿No podrÃamos tener una visión más optimista del futuro humano si estuviéramos seguros de que nuestra ética está a la altura de sus normas?"
(...)
"Matar a un enemigo con dientes y manos desnudas es emocionalmente mucho más exigente que apretar un gatillo o un botón. Al inventar herramientas y armas, al crear la civilización hemos desinhibido los controles, a veces de modo inconsciente e irreflexivo, pero otras veces con frÃa premeditación. Si los animales que son nuestros parientes más próximos se hubieran dedicado desenfrenadamente al incesto y a los asesinatos en masa se habrÃan extinguido a sà mismos. Si lo hubieran hecho nuestros antepasados no humanos, no estarÃamos nosotros aquÃ. Sólo podemos culparnos a nosotros mismos y a nuestro arte de gobernar de las deficiencias de la condición humana, no a las «bestias salvajes» ni a nuestros antepasados lejanos que no pueden defenderse contra nuestras acusaciones interesadas.
No hay motivos para sentir en todo esto desesperación o timidez. Lo que deberÃa avergonzarnos son los consejos para que evitemos toda duda sobre nosotros, incluso a costa de ocultarnos nuestra propia naturaleza. Sólo podremos resolver nuestros problemas si sabemos con quién estamos tratando, Hay un conocimiento que puede equilibrar todas las tendencias peligrosas que percibimos en nosotros mismos: que en nuestros antepasados y parientes próximos la violencia está inhibida, controlada y, por lo menos en los encuentros dentro de la especie, encaminada principalmente a fines simbólicos; que estamos bien dotados para establecer alianzas y hacer amistades, que la polÃtica es lo nuestro, que podemos conocernos a nosotros mismos y crear nuevas formas de organización social; y que podemos, mejor que cualquier especie que haya vivido jamás en la Tierra, resolver problemas y construir cosas que no existieron nunca. Incluso en los restos fósiles de las formas de vida más primitivas, hay datos inequÃvocos sobre disposiciones de vida en común y cooperación mutua. (...) Si nuestra mayor inteligencia es la nota distintiva de nuestra especie, deberÃamos utilizarla como utilizan todos los demás seres sus ventajas distintivas: para ayudar a prosperar su progenie y transmitir su herencia. Debemos procurar entender que algunas predilecciones nuestras, que son restos de nuestra historia evolutiva, combinadas con nuestra inteligencia, especialmente con la inteligencia en una función subordinada, pueden amenazar nuestro futuro. Nuestra inteligencia es imperfecta, desde luego, y de reciente creación; es inquietante la facilidad con que las demás propensiones innatas, a veces disfrazadas como la luz frÃa de la razón, pueden convencerla, abrumarla o subvertirla. Pero si la inteligencia es nuestra única ventaja debemos aprender a utilizarla mejor, a aguzarla, a comprender sus limitaciones y deficiencias, a utilizarla como los gatos utilizan el sigilo, como los insectos de palo utilizan su camuflaje, para convertirla en un instrumento de nuestra supervivencia."
(...)
"Hace 3.000 millones de años, la vida habÃa cambiado el color de los mares interiores; hace 2.000 millones de años, la composición general de la atmósfera; hace 1.000 millones de años, el tiempo atmosférico y el clima; hace un tercio de 1.000 millones de años, la geologia del suelo; y en los últimos centenares de millones de años, el aspecto detallado del planeta. Estos cambios profundos, causados todos por formas de vida que tendemos a considerar «primitivas» y desde luego por procesos que calificamos de naturales, dejan en ridÃculo los temores de quienes piensan que los hombres, con su tecnologÃa, han conseguido ahora «el fin de la naturaleza». Estamos extinguiendo muchas especies; quizá incluso consigamos destruirnos a nosotros mismos. Pero esto no es nada nuevo en la Tierra. Los hombres serán entonces únicamente los últimos de una larga secuencia de especies advenedizas que aparecen en escena, introducen algunas modificaciones en ella, matan a algunos miembros del reparto y luego abandonan la escena para siempre. Nuevos protagonistas aparecen en el acto siguiente. La Tierra continúa. Ya vio cosas semejantes."
(...)
"Es insondable, pero podrÃa acercarse a 100.000 millones, el número de geenraciones que nos vinculan a través de nuestros antepasados primates no humanos, mamÃferos, reptiles, anfibios, peces y otros todavÃa anteriores con los microbios del mar primigenio, el número de generaciones que hubo antes de las primeras moléculas orgánicas que empezaron a fabricar copias bastas de sà mismas. (...)
Muchos han considerado nuestro claro parentesco con los demás animales como una afrenta a la dignidad humana. Pero cualquiera de nosotros está mucho más estrechamente relacionado con Einstein y Stalin, con Gandhi y Hitler que con cualquier otro miembro de otra especie. ¿Hemos de tener una opinión mejor o peor de nosotros a consecuencia de ello? El descubrimiento de una relación profunda entre la naturaleza humana, entre toda la naturaleza humana y los demás seres vivos de la Tierra no ha llegado demasiado pronto, ni mucho menos. Nos sirve de ayuda para conocernos.
Al reconocer nuestras relaciones de parentesco nos vemos obligados a reconsiderar la moralidad (y la prudencia) de nuestra conducta: eliminar una especie a intervalos de unos pocos minutos, de dÃa y de noche en todo el planeta. (...) Hemos sido herederos infieles, hemos derrochado la herencia familiar sin pensar en las generaciones venideras.
Debemos dejar de aparentar que somos lo que no somos. Entre la antropomorfización romántica y poco crÃtica de los animales y una negativa angustiada y tenaz a reconocer nuestro parentesco con ellos --negativa que se expresa de modo revelador y claro en el concepto tan difundido todavÃa de creación «especial»--, entre estos dos extremos debe de haber un lugar intermedio que podamos ocupar los hombres."
(...)
"Alcanzamos cierta medida de madurez cuando reconocemos a nuestros parientes por lo que realmente son, sin sentimentalizar ni mitificar, pero también sin echarles la culpa injustamente por nuestras imperfecciones. La madurez supone estar dispuesto a mirar cara a cara los lugares largos y oscuros, las sombras temibles, por penosos y duro que esto pueda ser. En este acto de recuerdo y aceptación ancestrales podremos encontrar una luz que permitirá llevar a salvo a casa a nuestros hijos."
"Los hombres somos la especie dominante del planeta, una situacion confirmada por varios baremos: nuestra ubicuidad, la sumisión de muchos animales (llamémosla por cortesÃa domesticación), la expropiación de gran parte de la productividad fotosintética primaria del planeta, la alteración del medio ambiente de la superficie de la Tierra. ¿Por qué nosotros? De todas las formas de vida prometedoras --matadores implacables, artistas profesionales de la evasión, reproductores prolÃficos, seres casi invisibles que ningún depredador macroscópico puede encontrar--, ¿cómo pudo una especie de primates, desnuda, débil y vulnerable subordinar a todas las demás y convertir este mundo, y otros, en su dominio?"
(...)
"Si no podemos discernir una distinción clara en nuestra quÃmica (o en nuestra anatomÃa) que explique nuestro papel dominante, la única alternativa disponible es nuestro comportamiento. Parece lógico afirmar que la suma de nuestras actividades diarias serÃa bastante definidora, pero los simios pueden realizar un número sorprendentemene grande de tales actividades."
(...)
"¿Hay algo que nosotros hagamos y que sea exclusivamente humano, que todos o casi todos nosotros, pertenecientes a todas las culturas de la historia, hagamos y que no haga ningún otro animal? Uno puede imaginar que serÃa fácil encontrar algo que cumpla estas condiciones, pero es un tema en el que uno puede engañarse muy fácilmente. Nos jugamos demasido en la respuesta para poder decidir con imparcialidad.
Los filósofos de civilizaciones merodeadoras de alta tecnologÃa han asegurado a menudo que los hombres merecen una categorÃa distinta de los demás animales y superior a ellos. [Nota al pie: Muchos de estos filósofos no habrÃan incluido el término "demás", e incluso hoy algunos se irritan cuando se les califica de "animales", aunque lo hagan cientÃficos que hablan desde un punto de vista genérico y sin prejuicios.] No es suficiente que los hombres tengan un surtido diferente de las cualidades evidentes en los demás animales, con más de algunos rasgos y menos de otros. El hombre necesita, anhela, busca una diferencia radical de tipo y no una diferencia de grado de contornos borrosos.
La mayorÃa de filósofos considerados grandes en la historia del pensamiento occidental sostuvieron que los hombres son fundamentalmente diferentes de los demás animales. Platón, Aristóteles, Marco Aurelio, EpÃcteto, AgustÃn, Tomás de Aquino, Descartes, Spinoza, Pascal, Locke, Leibniz, Rousseau, Kant y Hegel sostuvieron siempre "la idea de que el hombre era de un tipo radicalmente diferente de [todas] las demás cosas"; con excepción de Rousseau, todos ellos consideraron que la distinción esencial humana era "nuestra razón, intelecto, pensamiento o comprensión". Casi todos ellos creyeron que nuestra distinción deriva de algo que no está compuesto de materia ni de energÃa y que reside en los cuerpos de los hombres, pero de ningún otro ser de la Tierra. No se ha suministrado nunca ninguna prueba cientÃfica de la existencia de este "algo". Sólo unos pocos de los grandes filósofos de Occidente --David Hume, por ejemplo-- afirmaron, como hizo Darwin, que las diferencias entre nosotros y las demás especies son únicamente de grado."
(...)
"Aunque no nos sintamos escandalizados personalmente por la idea de que tenemos por parientes próximos a otros animales, aunque nuestra época se haya acomodado a esta idea, la apasionada resistencia de muchos de nosotros, en tantas épocas y culturas, y por parte de estudiosos tan distinguidos, debe de estar revelando algo importante sobre nosotros. ¿Qué podemos aprender sobre nosotros a partir de un error aparente tan difundido, propagado por tantos filósofos y cientÃficos eminentes, antiguos y modernos, y con tal seguridad y satisfacción?
Una respuesta posible: Es esencial que exista una distinción clara entre hombres y "animales" para poder doblegarlos a nuestra voluntad, conseguir que trabajen para nosotros, llevarlos puestos, comerlos, sin ningún sentimiento inquietante de culpa o de pena. Con nuestras conciencias tranquilas podemos extinguir especies enteras en nombre de un beneficio imaginado a corto plazo, o incluso por simple descuido. Su pérdida tiene poca importancia: estos seres, podemos decir, no son como nosotros. Un abismo insalvable ha desempeñado asà una función práctica, aparte de halagar simplemente los egos humanos. La formulación que Darwin dio a esta respuesta fue: "No deseamos considerar iguales a nosotros a unos animales que convertimos en esclavos nuestros".
(...)
"Los hombres, que esclavizan y castran a otros animales, hacen experimentos con ellos y los convierten en filetes, tienen una tendencia comprensible a imaginar que los animales no sienten dolor. El filósofo Jeremy Bentham al discutir si debÃamos conceder un mÃnimo de derechos a los demás animales subrayó que la cuestión no consistÃa en saber lo listos que eran sino cuánto dolor podÃan sufrir. Darwin estuvo obsesionado por este tema:
«Se ha visto a perros acariciar a su amo en la agonÃa de la muerte, y todos han oÃdo la historia del perro que mientras sufrÃa la vivisección lamÃa la mano del operador; este hombre tuvo que sentir remordimientos hasta el último momento de su vida, a no ser que la operación estuviera plenamente justificada por un aumento de nuestros conocimientos o que él tuviera un corazón de piedra.»
Todos los criterios de que disponemos, la angustia bien visible de los gritos de animales heridos, por ejemplo, incluidos los de quienes normalmente apenas emiten ningún sonido [Nota al pie: Por ejemplo, los búfalos de agua del Sudeste de Asia, a los que se suele castrar aplastándoles los testÃculos entre dos piedras.], permiten dar por saldada la cuestión. El sistema lÃmbico del cerebro humano, que según se sabe es el responsable de gran parte de la riqueza de nuestra vida emocional, figura de modo prominente en todos los mamÃferos. Los mismos fármacos que alivian el sufrimiento en el hombre mitigan los gritos y otros signos de dolor de muchos animales. Es indigno pretender que sólo el hombre puede sufrir cuando nosotros mismos nos comportamos frecuentemente con tanta insensibilidad con los demás animales."
(...)
"Llegamos a la conclusión de que ninguno de estos rasgos sexuales y sociales parece servir como caracterÃstica definidora de la especie humana. El comportamiento de otros animales, especialmente de los chimpancés y de los bonobos convierte en falsas estas pretensiones. Estos animales son simplemente demasiado parecidos a nosotros.
Las pautas de conocimiento y de comportamiento que no están innatas en nuestro material genético, y que se aprenden y se transmiten dentro de un grupo dado de generación en generación, se llaman cultura. ¿PodrÃa ser la cultura la marca definidora de la humanidad?"
(...)
"Es evidente que los chimpancés tienen por lo menos los rudimentos de la cultura. En selvas diferentes tienen que tratar con geografias y ecologÃas diferentes. Recuerdan después de semanas, quizá después de años, los termiteros, los árboles de tambor o según un estudio, el lugar de un combate notable. Estos detalles son de conocimiento general. Cada grupo , con su propio terreno y su propia secuencia de acontecimientos históricos, tiene su propia historia en miniatura. Los grupos mutuamente aislados de chimpancés tienen convenciones diferentes para pescar termitas y hormigas dorilinas, para utilizar hojas como esponjas y recoger agua potable, para cogerse mutuamente cuando cuidan del pelaje, para algunos aspectos del lenguaje gestual del cortejo y para los protocolos de la caza. Y gracias a Imo, la macaco genio que descubrió la manera de separar el trigo de la arena, tenemos incluso alguna idea sobre la emergencia y difusión de nuevos descubrimientos y nuevas instituciones culturales de los primates."
(...)
"Ningún simio antropomorfo ha mostrado nunca capacidades lingüÃsticas comparables a las de un niño normal que entra en el jardÃn de infancia. Sin embargo parece que tienen una capacidad definida, pero elemental, de utilizar el lenguaje. Muchos de nosotros aceptarÃamos que un niño de dos o tres años con un vocabulario y una destreza verbal comparables a la de los chimpancés o bonobos más hábiles, por evidentes que fueran sus deficiencias de gramática y sintaxis, posee el lenguaje. Una noción convencional de las ciencias sociales es que la cultura presupone el lenguaje y el lenguaje presupone una noción de sà mismo. Tanto si esto es cierto como si no, los chimpancés y los bonobos poseen de modo evidente, por lo menos en forma rudimentaria, los tres elementos: conciencia, lenguaje y cultura. Quizá están mucho menos reprimidos que nosotros y no son tan inteligentes, pero también ellos pueden pensar."
(...)
"Nuestros sentimientos están presentes antes de que puedan reducirse a limpios paquetes gramaticales para luego tratarlos y someterlos. En estas sensaciones y asociaciones vagamente recordadas podemos vislumbrar algún elemento de la conciencia y de las vidas emocionales de los chimpancés, de los bonobos y de nuestros inmediatos antepasados prehumanos."
(...)
"Hemos salvado ya o flanqueado muchas de las barreras, fosos y campos de minas excavados penosamente para separarnos de los demás animales. Quienes creen que deben preservar para nosotros alguna caracterÃstica única, clara y definidora sienten la tentación de cambiar de nuevo las definiciones y erigir una lÃnea final de defensa alrededor de nuestros pensamientos. Si el lenguaje de los chimpancés y de los bonobos es limitado, no podemos decir muchas cosas sobre lo que ellos piensan o sienten, qué significado dan a sus vidas, si le dan alguno. Ellos no han escrito autobiografÃas, por lo menos hasta ahora, ni ensayos de reflexión, confesiones, análisis personales o memorias filosóficas. Si podemos escoger ideas y sentimientos particulares para definirnos a nosotros mismos, ningún chimpancé puede contradecirnos. Por ejemplo, podrÃamos aducir nuestro conocimiento de que todos moriremos algún dÃa o de que las relaciones sexuales son la causa de los bebés, cuestiones que los hombres comprenden ampliamente, aunque a veces nieguen. Quizá ningún simio ha vislumbrado estas verdades importantes. Quizá algunos sÃ. No lo sabemos. Pero quedarse en estas cimas homiléticas es una victoria vacua para la especie humana. Estos conocimientos ocasionales son cuestions de poca monta comparadas con las tan cacareadas distinciones de la humanidad, que se han reducido a polvo a medida que hemos aprendido más cosas sobre los demás animales. En un nivel de detalle tan fino, los motivos de quienes desearÃan definirnos por esa o aquella idea parecen sospechosos, y el chauvinismo humano evidente."
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"Es evidente que no podrÃamos haber inventado la civilización sin inteligencia y tecnologÃa. Pero serÃa injusto considerar la civilización como la caracterÃstica definidora de nuestra especie, o la que determina el nivel de inteligencia y de destreza manual necesario para nuestra definición, especialmente porque el hombre pasó el primer 99% de su vida en la tierra en un estado no civilizado. Éramos hombres ya entonces, como lo somos ahora, pero no habÃamos ni siquiera soñado con la civilización. Sin embargo los restos fósiles de los primeros hombres y homÃnidos conocidos, que se remontan no a centenares de miles de años, sino a millones de años, aparecen a menudo acompañados por herramientas de piedra. TenÃamos el talento necesario, por lo menos de modo parcial. SucedÃa únicamente que no habÃamos descubierto la civilización."
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"El estilo con que los chimpancés enseñan a los jóvenes a cascar nueces y pescar termitas es tranquilo, con ejemplo y no maquinalmente. El alumno juega con las herramientas e intenta varios enfoques, en lugar de copiar al pie de la letra todos los movimientos de la mano del instructor. Las técnicas mejoran gradualmente. Se ha criticado por este motivo a los chimpancés, diciendo que no tienen cultura. (Es sorprendente que un grupo de cientÃficos niegue el lenguaje a los chimpancés porque, como hemos explicado, los consideran demasiado imitadores, mientras que otro grupo de cientÃficos niegue la cultura de los chimpancés porque dicen que no son lo bastante imitadores.)"
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"El progreso de la tecnologÃa humana es un continuo, y escoger como criterio de nuestra humanidad un punto especialmente importante, por ejemplo la domesticación del fuego o la invención del arco y las flechas, la agricultura, los canales, la metalurgia, las ciudades, los libros, el vapor, la electricidad, las armas nucleares o el vuelo espacial no sólo serÃa arbitrario, sino que excluirÃa de la humanidad a todos nuestros antepasados que vivieron antes de que tuviera lugar la invención o el descubrimiento en cuestión. No hay una tecnologÃa determinada que nos haga hombres; como máximo podrÃa ser únicamente la tecnologÃa en general o una propensión a la tecnologÃa. Pero esto lo compartimos con otros.
Al igual que nosotros, los primates no humanos no son todos iguales. Sus intereses varÃan de individuo a individuo y de grupo en grupo. Algunos, como Imo, son genios tecnológicos. Otros, como los machos de macaco obsesionados por la jerarquÃa están totalmente anticuados y atascados en sus maneras. Una población de chimpancés casca nueces, otra no. Algunas pescan termitas, otras sólo hormigas. Algunas utilizan tallos de hierba y trozos de enredadera para atraer y pescar insectos, otras palos y ramitas. Las hembras usan preferentemente martillos y yunques, los machos tiran preferentemente piedras. Ninguna de ellas, por lo que sabemos, ha utilizado nunca un palo para excavar una raÃz o un tubérculo nutritivo, si bien este acto deberÃa ser posible y adaptativo. Algunos individuos juzgan la tecnologÃa demasiado desagradable o demasiado exigente intelectualmente y nunca la utilizan, a pesar de las ventajas evidentes que confiere a otros miembros del grupo que se sienten cómodos con ella. Algunos grupos grandes no tienen ninguna tecnologÃa. «No me gusta decirlo --confÃa un observador de una comunidad de chimpancés de Uganda--, pero los chimpancés de Kibale parecen los patanes del mundo de los chimpancés.» El autor especula que la vida es demasiado fácil y la comida demasiado abundante en Kibale para que el desavÃo de las privaciones provoque la respuesta de la tecnologÃa."
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"¡De qué manera más decisiva han borrado chimpancés y bonobos la lista de supuestas distinciones humanas: conciencia de sÃ, lenguaje, ideas y su asociación, razón, comercio, juego, eleccion, valentÃa, amor y altruismo, risa, ovulación oculta, besos, relación sexual cara a cara, orgasmo femenino, división del trabajo, canibalismo, arte, música, polÃtica y bipedismo sin plumas, además de utilizar herramientas, fabricar herramientas y muchas cosas más! Filósofos y cientÃficos ofrecen ingenuamente rasgos que suponen exclusivos del hombre y que los simios derriban como si nada acabando con la pretensión de que los hombres constituyen una especie de aristocracia biológica entre los seres de la Tierra. Actuamos más bien como nuevos ricos que no acaban de adaptarse a su reciente posición elevada, que se sienten inseguros sobre su identidad y que intentan poner la mayor distancia posible entre ellos y sus humildes orÃgenes. Es como si nuestros parientes más cercanos refutaran con su misma existencia todas nuestras explicaciones y justificaciones. Es, por lo tanto, muy conveniente que haya todavÃa simios en la Tierra y que contrarresten nuestra arrogancia y orgullo humanos.
Gran parte del comportamiento de los chimpancés y los bonobos se ha descubierto en los últimos tiempos. Sin duda tienen otros talentos que hasta ahora no hemos captado."
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"¿No cabrÃa esperar que las diferencias fueran de grado y no de Ãndole, especialmente con nuestros parientes más próximos? ¿No es ésta la lección de la evolución? Si queremos ser los únicos que poseen herramientas, cultura, lenguaje, comercio, arte, danza, música, religión o inteligencia conceptual, no podremos comprender quiénes somos. En cambio, podremos conseguir algunos progresos si estamos dispuestos a admitir que lo que nos distingue de los demás animales es tener más de una propensión y menos de otra. Luego, si asà lo deseamos, podremos enorgullecernos de que las aptitudes de los primates hayan florecido de modo más completo en nuestra especie."
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"Quizá nuestro carácter único no es más que esto, o sólo algo más que esto: un mejoramiento del talento preexistente y ya bien establecido para la invención, la previsión, el lenguaje y la inteligencia general, lo bastante para cruzar un umbral en nuestra capacidad, para comprender y cambiar el mundo.
De todos modos, unas capacidades mayores de razonamiento no necesariamente y en todas las circunstancias serán adaptativas y podrán mejorar la supervivencia, según sean los demás factores con los que están relacionadas. «El hombre es razón más que otra cosa», dijo Aristóteles. Mark Twain replicó:
«Creo que esto podrÃa discutirse... El argumento más fuerte contra la inteligencia [del hombre] es que con los antecedentes [históricos] que arrastra pretenda tranquilamente nombrarse el animal principal.»
Si imaginamos que somos simplemente o incluso principalmente seres racionales, no nos conoceremos nunca.
Somos demasiado débiles para destruir o poner en peligro seriamente el planeta o para extinguir toda vida en la Tierra. Esta tarea supera en mucho nuestra capacidad. Pero lo que podemos destruir es nuestra civilización mundial y es posible que podamos alterar el medio ambiente de modo que nuestra especie, y un gran número de otras especies, se extinga. Nuestra tecnologÃa nos ha dado poderes asombrosos incluso a niveles muy inferiores a los que pueden causar nuestra extinción y que nuestros antepasados habrÃan considerado divinos. Se trata de una simple declaración objetiva. No es una reconvención y no pretende definirnos, pero plantea de nuevo saber si tenemos capacidad de elección en la materia, o si hay alguna parte de nuestra naturaleza, profundamente arraigada en nosotros que, a pesar de la inteligencia relativa y de las promesas que ofrece nuestra especie, arreglará las cosas pronto o temprano de la peor manera posible."
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"El peligro parece demasiado obvio. Es evidente que dentro de nosotros hay algo profundamente asentado, autónomo, y que en ocasiones puede escapar de nuestro control consciente, algo que puede hacer daño a pesar de las mejores intenciones que podamos tener y comprender: «El bien que quisiera hacer y el mal que no quisiera, pero que hago»."
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"Quizá lo que tememos encontrar si miramos con demasiado detenimiento es alguna malevolencia decidida que está al acecho en el corazón humano, algún egoÃsmo y sed de sangre insaciables; que en lo hondo de todo seamos sin excepción máquinas de matar insensibles, como cocodrilos. Es una imagen de nosotros poco lisonjera y si estuviera muy difundida ayudarÃa a socavar la confianza del hombre en sà mismo. En una era en que tenemos la capacidad de arruinar el medio ambiente mundial, ésta no es una idea muy optimista sobre nuestras perspectivas futuras.
Lo extraño sobre este punto de vista --aparte de la idea de que criminales y sociópatas están entusiasmados con el descubrimiento cientÃfico de que el hombre evolucionó de otros animales--, es la selectividad con que toca los datos sobre los animales y, en especial, sobre nuestros parientes más próximos, los primates. En ellos podemos encontrar también amistad, altruismo, amor, fidelidad, valentÃa, inteligencia, invención, curiosidad, previsión y una multitud de caracterÃsticas más que podrÃan satisfacer a los hombres si los tuvieran en mayor medida. Quienes niegan o rebajan nuestras naturalezas «animales» subvaloran lo que estas naturalezas son. ¿No hay mucho de que sentirse orgulloso, además de avergonzado, en las vidas de monnos y simios antropomorfos? (...) ¿No podrÃamos tener una visión más optimista del futuro humano si estuviéramos seguros de que nuestra ética está a la altura de sus normas?"
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"Matar a un enemigo con dientes y manos desnudas es emocionalmente mucho más exigente que apretar un gatillo o un botón. Al inventar herramientas y armas, al crear la civilización hemos desinhibido los controles, a veces de modo inconsciente e irreflexivo, pero otras veces con frÃa premeditación. Si los animales que son nuestros parientes más próximos se hubieran dedicado desenfrenadamente al incesto y a los asesinatos en masa se habrÃan extinguido a sà mismos. Si lo hubieran hecho nuestros antepasados no humanos, no estarÃamos nosotros aquÃ. Sólo podemos culparnos a nosotros mismos y a nuestro arte de gobernar de las deficiencias de la condición humana, no a las «bestias salvajes» ni a nuestros antepasados lejanos que no pueden defenderse contra nuestras acusaciones interesadas.
No hay motivos para sentir en todo esto desesperación o timidez. Lo que deberÃa avergonzarnos son los consejos para que evitemos toda duda sobre nosotros, incluso a costa de ocultarnos nuestra propia naturaleza. Sólo podremos resolver nuestros problemas si sabemos con quién estamos tratando, Hay un conocimiento que puede equilibrar todas las tendencias peligrosas que percibimos en nosotros mismos: que en nuestros antepasados y parientes próximos la violencia está inhibida, controlada y, por lo menos en los encuentros dentro de la especie, encaminada principalmente a fines simbólicos; que estamos bien dotados para establecer alianzas y hacer amistades, que la polÃtica es lo nuestro, que podemos conocernos a nosotros mismos y crear nuevas formas de organización social; y que podemos, mejor que cualquier especie que haya vivido jamás en la Tierra, resolver problemas y construir cosas que no existieron nunca. Incluso en los restos fósiles de las formas de vida más primitivas, hay datos inequÃvocos sobre disposiciones de vida en común y cooperación mutua. (...) Si nuestra mayor inteligencia es la nota distintiva de nuestra especie, deberÃamos utilizarla como utilizan todos los demás seres sus ventajas distintivas: para ayudar a prosperar su progenie y transmitir su herencia. Debemos procurar entender que algunas predilecciones nuestras, que son restos de nuestra historia evolutiva, combinadas con nuestra inteligencia, especialmente con la inteligencia en una función subordinada, pueden amenazar nuestro futuro. Nuestra inteligencia es imperfecta, desde luego, y de reciente creación; es inquietante la facilidad con que las demás propensiones innatas, a veces disfrazadas como la luz frÃa de la razón, pueden convencerla, abrumarla o subvertirla. Pero si la inteligencia es nuestra única ventaja debemos aprender a utilizarla mejor, a aguzarla, a comprender sus limitaciones y deficiencias, a utilizarla como los gatos utilizan el sigilo, como los insectos de palo utilizan su camuflaje, para convertirla en un instrumento de nuestra supervivencia."
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"Hace 3.000 millones de años, la vida habÃa cambiado el color de los mares interiores; hace 2.000 millones de años, la composición general de la atmósfera; hace 1.000 millones de años, el tiempo atmosférico y el clima; hace un tercio de 1.000 millones de años, la geologia del suelo; y en los últimos centenares de millones de años, el aspecto detallado del planeta. Estos cambios profundos, causados todos por formas de vida que tendemos a considerar «primitivas» y desde luego por procesos que calificamos de naturales, dejan en ridÃculo los temores de quienes piensan que los hombres, con su tecnologÃa, han conseguido ahora «el fin de la naturaleza». Estamos extinguiendo muchas especies; quizá incluso consigamos destruirnos a nosotros mismos. Pero esto no es nada nuevo en la Tierra. Los hombres serán entonces únicamente los últimos de una larga secuencia de especies advenedizas que aparecen en escena, introducen algunas modificaciones en ella, matan a algunos miembros del reparto y luego abandonan la escena para siempre. Nuevos protagonistas aparecen en el acto siguiente. La Tierra continúa. Ya vio cosas semejantes."
(...)
"Es insondable, pero podrÃa acercarse a 100.000 millones, el número de geenraciones que nos vinculan a través de nuestros antepasados primates no humanos, mamÃferos, reptiles, anfibios, peces y otros todavÃa anteriores con los microbios del mar primigenio, el número de generaciones que hubo antes de las primeras moléculas orgánicas que empezaron a fabricar copias bastas de sà mismas. (...)
Muchos han considerado nuestro claro parentesco con los demás animales como una afrenta a la dignidad humana. Pero cualquiera de nosotros está mucho más estrechamente relacionado con Einstein y Stalin, con Gandhi y Hitler que con cualquier otro miembro de otra especie. ¿Hemos de tener una opinión mejor o peor de nosotros a consecuencia de ello? El descubrimiento de una relación profunda entre la naturaleza humana, entre toda la naturaleza humana y los demás seres vivos de la Tierra no ha llegado demasiado pronto, ni mucho menos. Nos sirve de ayuda para conocernos.
Al reconocer nuestras relaciones de parentesco nos vemos obligados a reconsiderar la moralidad (y la prudencia) de nuestra conducta: eliminar una especie a intervalos de unos pocos minutos, de dÃa y de noche en todo el planeta. (...) Hemos sido herederos infieles, hemos derrochado la herencia familiar sin pensar en las generaciones venideras.
Debemos dejar de aparentar que somos lo que no somos. Entre la antropomorfización romántica y poco crÃtica de los animales y una negativa angustiada y tenaz a reconocer nuestro parentesco con ellos --negativa que se expresa de modo revelador y claro en el concepto tan difundido todavÃa de creación «especial»--, entre estos dos extremos debe de haber un lugar intermedio que podamos ocupar los hombres."
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"Alcanzamos cierta medida de madurez cuando reconocemos a nuestros parientes por lo que realmente son, sin sentimentalizar ni mitificar, pero también sin echarles la culpa injustamente por nuestras imperfecciones. La madurez supone estar dispuesto a mirar cara a cara los lugares largos y oscuros, las sombras temibles, por penosos y duro que esto pueda ser. En este acto de recuerdo y aceptación ancestrales podremos encontrar una luz que permitirá llevar a salvo a casa a nuestros hijos."





























