Cómo se fabrica un mito

Si algún provecho habremos de sacar de esa mediocre basura literaria que es El Código DaVinci, será el hecho de que ya no estemos tomando tan en serio las fábulas que nos cuentan los curas. Por un lado, perdimos el miedo a contradecir a la Iglesia Católica. No puedo imaginar un comienzo más saludable para este siglo. Pero por el otro lado, y más importante aún, ya no nos parecen tan creíbles los cuentos de hadas sobre Jesús y su fantástica vida. La prueba está en que últimamente ha venido apareciendo una multitud de comentarios, artículos y libros que cuestionan las verdades aceptadas sobre el susodicho y toman ya por ciertas las especulaciones acerca de María la Magdalena y demás intimidades. La verdad cruda y fría es que no hay más razón para creer que la Magdalena y Jesús se acostaron que para creer que María y José no lo hicieron, pero resulta interesante esta oportunidad de ver el proceso de fabricación de mitos en acción.
Cuando se estudian las vidas de los héroes griegos, ve uno distintas versiones según los autores. En una leyenda la doncella muere trágicamente (¿qué tenían los griegos que no fuera trágico?), en otra es rescatada y puesta a salvo, y en otra más enloquece de rabia y venga sangrientamente su desgracia. A veces seguir la trama de los mitos griegos se parece a tratar de entender los mundos paralelos de Marvel Comics. Ahora se añade a tan digna tradición la múltiple y multiplicada historia de Jesús apodado el Cristo.
Lejos de mí la blasfemia de equiparar los evangelios a los poemas homéricos (Zeus me libre), pero lo que está sucediendo, no tanto con el relato acerca de Jesús sino con la percepción pública sobre ese relato, ilustra un hecho común a todos los mitos sagrados: una religión es lo que sus fieles hacen de ella. Horus comenzó siendo hijo de Isis; en algunas narraciones ya era su esposo o se llamaba Serapis. Todos hemos oído a los fanáticos de la Nueva Era inventar historias sobre Jesús estudiando hechicería en Egipto o la India, o el Jesús extraterrestre, o el Jesús de ciencia-ficción de Caballo de Troya. Somos testigos del mismo cambio: sin el menor recato ya se habla de María la Magdalena como la esposa de Jesús, y a la vez que se disipan las protestas por la herejía que ello implica empezamos a oír el asombro de aquellos, sean revisionistas históricos, escritores oportunistas, feministas furiosas (perdón por la redundancia) o más fanáticos de la Nueva Era, que se preguntan cómo no nos habíamos dado cuenta. Con la mayor naturalidad del mundo, el mito está cambiando ante nuestros ojos.
Ya ha pasado antes: el primer Jesús era un simple milagrero de provincia, de los que en la Palestina ocupada nacían y morían a centavo la docena. Es san Pablo quien lo convierte en hijo de Dios, y luego san Juan le confiere facultades místicas. No será Dios mismo hasta el siglo cuarto. Más tarde el Corán lo bajaría de la diestra del Padre y lo empacaría en la misma bolsa con el resto de los profetas. Hay un Jesús para cada gusto. Los testigos de Jehová dicen que el arcángel Miguel es Jesús. José Luis Miranda dice que él es Jesús. Dado que ese Jesús no es más que un personaje mitológico sin más realidad que las historias que de él se cuentan, habremos de aceptar ahora que estuvo casado y hasta tuvo hijos. Los dioses son como sus fieles los imaginan. Así funcionan las religiones.

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