Borges y San Anselmo

Decía San Anselmo en Prosologion (Cap II):

“Así, pues, ¡oh Señor! , tú que das la inteligencia de la fe, concédeme, en cuanto este conocimiento me puede ser útil, el comprender que tú existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Creemos que encima de ti no se puede concebir nada por el pensamiento. Se trata, por consiguiente, de saber si tal Ser existe, porque el insensato ha dicho en su corazón: No hay Dios. Pero cuando me oye decir que hay un ser por encima del cual no se puede imaginar nada mayor, este mismo insensato comprende lo que digo; el pensamiento está en su inteligencia, aunque no crea que existe el objeto de este pensamiento. Porque una cosa es tener la idea de un objeto cualquiera y otra creer en su existencia. Porque cuando el pintor piensa de antemano en el cuadro que va a hacer, lo posee ciertamente en su inteligencia, pero sabe que no existe aún. ya que todavía no lo ha ejecutado. Cuando, por el contrario, lo tiene pintado, no solamente lo tiene en el espíritu, pero sabe también que lo ha hecho. El insensato tiene que convenir en que tiene en el espíritu la idea de un ser por encima del cual no se puede imaginar ninguna otra cosa mayor, porque cuando oye enunciar este pensamiento, lo comprende, y todo lo que se comprende está en la inteligencia: y sin duda ninguna este objeto por encima del cual no se puede concebir nada mayor, no existe en la inteligencia solamente, porque, si así fuera, se podría suponer, por lo menos, que existe también en la realidad, nueva condición que haría a un ser mayor que aquel que no tiene existencia más que en el puro y simple pensamiento. Por consiguiente, si este objeto por encima del cual no hay nada mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin embargo, tal que habría algo por encima de él, conclusión que no sería legítima. Existe, por consiguiente, de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en el pensamiento ni en la realidad.”

El argumento ontológico pretendía demostrar la existencia de Dios sin necesidad de apoyarse en teorías ni en experiencias, sino simplemente utilizando la razón. Leerlo por primera vez me impresionó, al punto de leerlo un par de veces más para tratar de entender “que estaba mal”. Gaunilon hizo un intento por refutarlo, lo cual me preocupó más, porque la refutación no me gustó, y terminé estando más de acuerdo con un argumento en favor de la existencia de Dios, que con su refutación.

La idea es: Si se puede definir algo como “lo máximo” (lo cual sería Dios), su existencia no podría limitarse solo al pensamiento, porque, de existir en la realidad, lo superaría. Entonces, “lo máximo” tiene necesariamente que existir para ser verdaderamente “lo máximo”. Ahora bien, lo máximo existe en el pensamiento (de hecho Dios es una idea) por lo tanto, Dios tiene que existir en la realidad.

Los problemas del argumento son varios, a saber:

No está claro que es “lo máximo”, o como lo plantea Anselmo “aquello mayor que lo cual nada pueda pensarse”. Mucho menos claro está lo que significa el “perfecto” que utilizó Descartes en un argumento similar. Parece que tendemos a asociar “máximo” con “bueno”, como si no se pudiera ser “el mayor sínico”, el “más mentiroso” o incluso un “perfecto imbécil”. Imagino que no son cualidades que los creyentes adjudiquen a su Dios en un grado máximo, por lo que en todo caso quedaría seleccionar en que cosas Dios es lo máximo imaginable y en cuales no.

El segundo punto es que ese razonamiento supone la existencia de una cota superior en alguna cualidad. Es decir, requiere que exista un máximo “finito” para determinadas cualidades (por ejemplo un máximo en bondad). De otra manera no se podría hablar de lo “máximo imaginable” siendo que no hay un máximo. Pero asumiendo la bondad como algo absoluto, no queda claro que exista un límite máximo de bondad posible. Se podrá argumentar que cuando hablamos de lo máximo imaginable estamos hablando de algo de magnitud infinita, pero si esto es así, agregarle la el atributo de existencia a algo de atributos infinitos no lo mejora porque no aumenta su grado de infinitud. Infinito más uno sigue siendo infinito. No ganamos nada.

En tercer lugar, como mencionamos recién, se debe asumir la existencia de algunas magnitudes absolutas relacionadas con, por ejemplo, cuestiones éticas y morales. Dicho de otra manera, tenemos que aceptar la existencia de una escala sobre la que se pueda decir que alguien es más que otro: más bueno, más lindo, más generoso, más talentoso, más inteligente. Esto, por supuesto, no es una premisa que “insensatos” como yo estemos dispuestos a aceptar.

Pero lo más gracioso es que lo que terminó de mostrarme el problema en el razonamiento de Anselmo, es el mismo ejemplo que él usó para justificarlo: La historia del pintor y de su obra, que es mayor una vez terminada que cuando solo estaba en el pensamiento. Tal afirmación (la de que algo es mayor, mejor, o “más perfecto” si existe que si no lo hace) es cuanto menos injustificada, pero tuvo la gran virtud de recordarme un texto de Borges, con el que me gustaría cerrar esta entrada.

The Unending Gift

Un pintor nos prometió un cuadro.
Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí como otras veces, la tristeza y
la sorpresa de comprender que somos como un sueño. Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos.

(Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.)
Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará.
Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo una cosa más, una
cosa, una de las vanidades o hábitos de mi casa; ahora es ilimitada, incesante,
capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno.

Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música, y estará
Conmigo hasta el fin. Gracias, Jorge Larco.

(También los hombres pueden prometer, porque en la promesa hay algo inmortal.)

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