Aunque he dedicado mucho tiempo a buscar las razones que justifiquen las normas morales existentes en relación al sexo, no he podido encontrar ni un solo argumento a favor y sà muchos en contra. Las preguntas esenciales aquà son muchas y de variada Ãndole y, lo que lo hace aún más complejo, terminan derivando a áreas anexas y extendiéndose por prácticamente todos los aspectos sociales. Esto nos dice que la raÃz del problema es mucho más profunda de lo que podemos imaginar y que toda esta vigorosa estratagema se ha convertido en una especie de cáncer maligno que ha infestado todo el organismo social y humano. Sin embargo, como es imposible exponer todos los aspectos en este sencillo trabajo, nos abocaremos exclusivamente a los referentes al tema, aunque sin duda cada cual podrá descubrir sus extensiones.
¿Qué tiene de malo el sexo? Esta es la pregunta inicial y la respuesta es, sin
duda, nada. Entonces, ¿por qué la “moral†lo ha anatematizado en forma tan
profunda y sistemática? Las razones no se encuentran en la sexualidad
propiamente tal, sino que hay que buscarlas en otras áreas, las cuales, veremos, no tienen ninguna relación directa con la sociedad, sino con aspectos intelectuales y filosóficos especÃficos y que, por provenir de individuos, no debieron haber tenido jamás un carácter universal.
Siempre han existido normas reguladoras de la actividad sexual en sociedad, las que no iban en contra de los instintos sino que los encauzaban de forma que no produjeran un daño y, de ser posible, colaboraran con el desarrollo armónico general. Estas normas se regulaban bajo un principio fundamental respetado en todo tiempo y que dice relación con nuestro derecho al cuerpo y a la intimidad del mismo. Por esa razón la homosexualidad no fue combatida, aunque el “afeminamiento†de los hombres era motivo de burla y desprecio por razones que nada tenÃan que ver con el sexo, sino con una condición natural del hombre para la guerra, además de la discrepancia que produce en el carácter del género. Nadie se extrañaba, en la antigüedad, que Sócrates “sirviera de mujer a Periclesâ€, que Julio César consiguiera su primer mando militar gracias a una felación que le hiciera a su tÃo Mario, o que Alejandro Magno compartiera su lecho con sus amigos(1). AlcibÃades no fue censurado por su tendencia al libertinaje sino por haber mutilado las estatuas de los dioses. En Grecia, las hetairas (prostitutas) no eran despreciadas sino que, por el contrario, se les tenÃa aprecio y consideración, en especial cuando, como Aspasia, Tais o Friné, poseÃan además de gran belleza y artes sexuales, cultura y refinamiento. Solo se desconfiaba de ellas por ser, en su mayorÃa, “extranjerasâ€. Se hacÃa, eso sÃ, distinción profunda entre la esposa y la cortesana, no por razones morales, sino sociales y familiares, y que estaban en relación con el patrimonio, por la misma razón que lo hacÃan los sumerios quienes otorgaban a la mujer soltera derechos aún mayores de los que goza la mujer actual, prohibiéndoseles el matrimonio si se dedicaban a los negocios, aunque gozaban de entera libertad sexual. Los espartanos, soldados por excelencia, practicaban el homosexualismo en forma habitual. ExistÃan entre los griegos normas legales que regulaban el homosexualismo y que establecÃan que un hombre podÃa tener relaciones sexuales con su mismo género, siempre que su pareja fuera mayor de doce años y menor de dieciocho. Si era menor de lo mÃnimo expuesto era considerado violación y penado fuertemente; si era mayor de 18, era considerado una impudicia. En todas las culturas antiguas el adulterio(2) era condenado pero no por motivos morales sino, como dijimos, por temor a crear conflicto en el patrimonio familiar, razón por la cual era común la práctica de la endogamia que, en muchos casos, llegaba al incesto(3).
Salvo pequeñas diferencias, las sociedades antiguas tenÃan regÃmenes sexuales similares, además de contar siempre con alternativas que permitieran, en forma controlada, la libertad en este aspecto. ExistÃan fiestas sexuales como las DionisÃacas(4), donde la orgÃa constituÃa la ceremonia principal, o las festividades dedicadas a la diosa Bona, en Roma, de carácter lésbico, etc.
Es con la aparición del cristianismo que se produce un cambio radical aunque paulatino. San Pablo es quien da a la concupiscencia el carácter del pecado más temido y peligroso(5). Se inicia un perÃodo en que se hace exaltación del ascetismo y la castidad como las virtudes principales, acusando a las mujeres de ser las culpables de las tentaciones. Clemente de AlejandrÃa llega a declarar que “toda mujer deberÃa enrojecer de vergüenza de sólo de pensar que es mujerâ€. La continencia absoluta es el máximo signo de perfección. Evagrio exclamaba: “más vale la extinción de la especie que seguir cometiendo pecado tan abominableâ€. Se propaga la virtud de la virginidad(6). Todos estos signos hacÃan del matrimonio un “mal necesarioâ€(7) pero recién en el siglo XI se logra imponer el celibato en el sacerdocio.
Todas estas atrocidades no fueron asumidas realmente por la sociedad, sino que dio origen a una hipocresÃa generalizada. En la Edad Media, época cúlmine del poder de la Iglesia Católica, las mujeres, especialmente las más pudientes, hacÃan de la infidelidad casi un deporte social(8). Esto llegó a tal extremo que en el siglo XII se establecieron en Francia los “tribunales del amorâ€, asambleas que fijaban las normas reguladoras de las relaciones entre los amantes. Se consideraba que la mujer reservaba su cuerpo para su marido, pero su alma para el amante, aunque nadie era tan ingenuo para pensar que los amantes fueran a conformarse con una relación tan ideal y platónica, como de hecho lo señala la historia. ExistÃan normas sobre cómo debÃan relacionarse las damas con sus amantes a través de un complicado sistema. A escala popular, la promiscuidad sexual era aún mayor y muchas veces implicaba una necesidad de orden económico o consecuencia de la ignorancia.
Debido a las estrictas normas sexuales establecidas por la Iglesia Católica, que atentaban directamente contra una necesidad natural, el matrimonio cayó en una profunda crisis de desprestigio. A partir de las cruzadas, la Iglesia se vio en la necesidad de admitir cierta tolerancia en lo sexual, dando origen a la prostitución como comercio legal y que fue muy floreciente, llegando a alcanzar dimensiones impresionantes, a la vez que importancia social. Nacieron asà las “casas de baño†para la burguesÃa, que derivaban normalmente en orgÃas. En Alemania era común que, en los banquetes oficiales, junto al alcalde del pueblo, se sentara el cura a su derecha y la dueña del principal prostÃbulo a su izquierda. Como la Iglesia no pudo perseguir las conductas sexuales pues significaba hacerse impopular, desvió su atención al pensamiento, atacando fieramente toda manifestación original que pusiera en mÃnimo peligro los dogmas. Sin embargo, durante toda la edad media, el gusto por la literatura obscena y satÃrica era común. Muchos obispos, cardenales y hasta Papas, no solo la gustaban y protegÃan a sus autores sino que, además, escribÃan sobre el tema.
El libertinaje que se genera entre los siglos XVII y XVIII deja definitivamente claro que la Iglesia no tenÃa ningún poder para controlar la situación sino que, además, la mentalidad sexual habÃa degenerado en una perversión malsana, acompañada de una hipocresÃa institucionalizada(9). El origen del libertinaje está dado por la pugna entre católicos y protestantes que se acusaban mutuamente de lujuriosos. Entonces nacen las primeras ideas que asimilan a Dios a la Naturaleza, algunos de cuyos promotores fueron condenados a la hoguera(10).
A pesar del puritanismo renaciente durante el siglo XIX, el avance de las Ciencias, especialmente de la biologÃa, destroza todos los argumentos religiosos respecto de la sexualidad. Durante este siglo se inicia el desprestigio definitivo de la Iglesia, a partir del advenimiento de Napoleón. En el siglo XX su posición se ve neutralizada, tanto en su aspecto moral como polÃtico y económico, una vez que Mussolini se niega a restituir los Estados Pontificios, pagando, a cambio, una alta indemnización. Las sociedades se inclinan por la democracia polÃtica y, como consecuencia, la libertad sexual.
Hasta cierto punto, nos estamos acercando a las ideas y comportamiento de la antigüedad al considerar que el hombre es dueño de su cuerpo. La Iglesia habÃa dado esa propiedad a Dios, pues asà ella, su representante en la Tierra, pasaba a ser su tutora oficial, una de las falacias más canalla de todos los tiempos. Pero, como es imposible ir en contra de los designios naturales, la sociedad comienza a tender hacia una nueva concepción, aún no definida, donde la libertad sexual no destruya el orden social. Allà radica la justificación de este trabajo, pues lo que aquà se plantea es, precisamente eso: el orden moral que ha de regir la sociedad futura ha de sustentarse ineludiblemente sobre la base del conocimiento de nuestra Naturaleza y no en contra de ella.
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1 Toda esta información se encuentra en las “Vidas Paralelas†de Plutarco y en otros autores que lo confirman.
2 Solo la mujer cometÃa adulterio. En Roma, un hombre podÃa tener relaciones con una mujer casada siempre que la «recompensara» económicamente. Si no lo hacÃa, el marido podÃa demandarlo.
3 Esta práctica, común en Egipto en toda la sociedad, se mantuvo en niveles aristocráticos hasta el siglo XIX.
4 Las mujeres transportaba en procesión los “falos†mientras entonaban himnos obscenos.
5 Este es un criterio estrictamente judÃo-oriental que entró en conflicto con las costumbres europeas, especialmente las del norte: germanas, escandinavas, eslavas.
6 Es necesario hacer aquà una aclaración importante referente a la supuesta virginidad de MarÃa, madre de Jesús. La palabra aramea utilizada para designarla como tal significa realmente “joven†y, por extensión, “virgenâ€, pero no en forma exclusiva ni perentoria.
7 San AgustÃn considera que las relaciones sexuales entre esposos constituye “pecado venialâ€.
8 Andrea Capellan:. De Amore.
9 Es quizás el Marqués de Sade el primero que hace notar esta situación y sus obras no son tanto un cúmulo de atrocidades, sino una manifestación preclara de la hipocresÃa reinante.
10 Lucilio Vanini, condenado en 1619, rechazó en la hoguera el crucifijo y el perdón de Dios, asegurando que no existÃa otra cosa que la Naturaleza.