AteÃsmo Catastrófico
Damon Linker
Hace sobre dos años escribà un ensayo para TNR en el que criticaba a los asà llamados nuevos ateos —principalmente Sam Harris, Daniel Dennett, Richard Dawkins y Christopher Hitchens—. Pocos meses después continué con una crÃtica al Religulous de Bill Maher. En ambos casos mi punto de vista era polÃtico. HabÃa, argumentaba yo, algo profundamente anti liberal en la intolerante hostilidad de los nuevos ateos hacia las creencias espirituales de sus ciudadanos hermanos. Lo sigo creyendo, algo que los lectores de mi nuevo libro descubrirán. Cuanto más leo y pondero los escritos de esos nuevos ateos, más me encuentro a mà mismo rechazándoles por motivos fundamentales.
Para explicár por qué, permÃtanme llevarles a un artÃculo reciente de Kevin Drum en respuesta a un poderoso ensayo del teólogo David B. Hart. Para saber más de mi complicada historia con Hart, siga leyendo. El ensayo de Hart despreciaba irritado a los nuevos ateos por dos defectos. El primero, parecen no tener intención de enfrentarse a, o incluso intentar entender, los serios argumentos filosóficos de la tradición teológica cristiana. Segundo, parecen no estar en absoluto atentos a todo lo que se ha ganado —culturalmente y moralmente— con la llegada del cristianismo y desprecian todo lo que se perderÃa —de nuevo cultural y moralmente— si desapareciera del mundo.
Como respuesta, Drum desprecia e incluso se burla del intento de Hart de trazar una adecuada y rigurosa toma en cuenta de Dios con la que tÃpicamente se enfrentan los nuevos ateos. Y eso lleva al corazón de mi problema con Drum y con el resto de los nuevos ateos. Hacia el final de su artÃculo Drum responde e los esfuerzos de Hart de resaltar la influencia positiva de la cristiandad escribiendo que «escribir someramente que el Cristianismo reconforta o es práctico —asumiendo que crees eso— es ya difÃcil, primero hay que demostrar que es cierto». Y sin embargo es exactamente lo que Hart está intentando hacer en los pasajes de su libro que Drum desprecia y de los que se burla. Pero dejemos eso de lado.
Lo decepcionante es cómo de corto se queda Drum a la hora de descubrir el punto culminante del ensayo de Hart, el cual para mà es este. Las sentencias «es cierto que Dios no existe» y «es bueno que Dios no exista» son proposiciones distintas. Y aún asà los nuevos ateos las mezclan indiscriminadamente. Pero hay una nueva forma de ateÃsmo posible, legÃtima y —en opinión de Hart— admirable. Llamemosla AteÃsmo Catastrófico, en honor a su primer y más grande campeón, Friedrich Nietzsche, quien escribió en un arrebatador pasaje de su GenealogÃa de la Moral que «el ateÃsmo honesto e incondicional es... la inspiradora catástrofe tras dos mil años entrenándonos en la búsqueda de la verdad, al final prohibiéndose a sà misma en la mentira de la creencia en Dios». Para el ateo catastrófico, la existencia de Dios es terrible por lo cierta.
Por supuesto Hart preferirÃa ese tipo de ateÃsmo catastrófico. En el fondo es un creyente. Pero el caso es que un gran numero de ateos han tomado una posición similar. Tómese como ejemplo al fÃsico Steven Weinberg. En su libro de 1977 sobre el origen del universo Los Primeros Tres Minutos, Weinberg se lanza a afirmar que «cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido parece tener». Cuando algunos de sus cosmólogos amigos objetaron la elección de estas palabras, acusándole de expresar, aunque sea implÃcitamente, una forma de nostalgia del mundo no cientÃfico, Weinberg admitió una forma de nostalgia, la «nostalgia de un mundo en el que los cielos declaran la gloria de Dios». Asociándose asà con el poeta del siglo XIX Matthew Arnold, a quien le gustaba retratar la fe religiosa en retirada ante el progreso cientÃfico como ante las olas del mar, y afirmaba detectar «una forma de tristeza» en esa «furia extensa y melancólica». Weinberg confesaba su propia pena al dudar de que los cientÃficos encuentren «en las leyes de la naturaleza un plan preparado por un creador siempre pendiente en las cuales el ser humano juega un papel especial». Cuando se trata de Dios, lo que Weinberg cree cierto y lo que desearÃa que fuese cierto simplemente no coinciden.
Nietzsche y Weinberg no son los únicos ateos catastróficos. El poeta Philip Larking rechazaba creer en Dios pero al tiempo reconocÃa que una vida vivida pensando en la extinción segura que nos aguarda es difÃcilmente soportable. El escritor Eugene O'Neill parece pensar que una vida despojadas de ilusiones, incluso las teológicas, serÃa insoportable y nos llevarÃa a la desesperación y a la locura. Y luego está el caso más bien extremo de Woody Allen.
El punto no es que el ateÃsmo invariablemente nos lleva a una visión trágica del mundo. Otro de los héroes ateos de Hart, David Hume, parecÃa pensar que es perfectamente posible vivir una vida feliz y decente como no creyente. Aún asà los nuevos ateos parecen desesperadamente opuestos a incluso considerar la posibilidad de que hay inconvenientes en romper con la visión teÃsta del mundo. En lugar de explorar los complejos y fascinantes desafÃos existenciales que implica intentar vivir sin Dios, los nuevos ateos maleducadamente insisten, normalmente sin argumentos, que el ateÃsmo es un glorioso y nada ambiguo beneficio para la humanidad, individual y colectivamente. No parece haber decepciones en las páginas de sus libros, luchas internas o el sentido de una pérdida. ¿Están ausentes porque los autores viven en un mundo espiritual distinto al de los ateos catastróficos? ¿O es la elección estratégica de ignorar las dificultades de no creer, o la quizás razonable asunción de que un un paÃs hambriento de motivaciones espirituales el único ateÃsmo viable es el que promete una vida tan plena como la del creyente? En cualquier caso, la estudiada insociabilidad de los nuevos ateos puede llegar a parecer casi cómicamente superficial y poco seria.
Asà que, por todos los medios, rechácese a Dios, pero no pretendase que la verdad de su no existencia implica necesariamente que ésta sea buena. Porque no lo es.
Visto en The New Republic.
Hace sobre dos años escribà un ensayo para TNR en el que criticaba a los asà llamados nuevos ateos —principalmente Sam Harris, Daniel Dennett, Richard Dawkins y Christopher Hitchens—. Pocos meses después continué con una crÃtica al Religulous de Bill Maher. En ambos casos mi punto de vista era polÃtico. HabÃa, argumentaba yo, algo profundamente anti liberal en la intolerante hostilidad de los nuevos ateos hacia las creencias espirituales de sus ciudadanos hermanos. Lo sigo creyendo, algo que los lectores de mi nuevo libro descubrirán. Cuanto más leo y pondero los escritos de esos nuevos ateos, más me encuentro a mà mismo rechazándoles por motivos fundamentales.
Para explicár por qué, permÃtanme llevarles a un artÃculo reciente de Kevin Drum en respuesta a un poderoso ensayo del teólogo David B. Hart. Para saber más de mi complicada historia con Hart, siga leyendo. El ensayo de Hart despreciaba irritado a los nuevos ateos por dos defectos. El primero, parecen no tener intención de enfrentarse a, o incluso intentar entender, los serios argumentos filosóficos de la tradición teológica cristiana. Segundo, parecen no estar en absoluto atentos a todo lo que se ha ganado —culturalmente y moralmente— con la llegada del cristianismo y desprecian todo lo que se perderÃa —de nuevo cultural y moralmente— si desapareciera del mundo.
Como respuesta, Drum desprecia e incluso se burla del intento de Hart de trazar una adecuada y rigurosa toma en cuenta de Dios con la que tÃpicamente se enfrentan los nuevos ateos. Y eso lleva al corazón de mi problema con Drum y con el resto de los nuevos ateos. Hacia el final de su artÃculo Drum responde e los esfuerzos de Hart de resaltar la influencia positiva de la cristiandad escribiendo que «escribir someramente que el Cristianismo reconforta o es práctico —asumiendo que crees eso— es ya difÃcil, primero hay que demostrar que es cierto». Y sin embargo es exactamente lo que Hart está intentando hacer en los pasajes de su libro que Drum desprecia y de los que se burla. Pero dejemos eso de lado.
Lo decepcionante es cómo de corto se queda Drum a la hora de descubrir el punto culminante del ensayo de Hart, el cual para mà es este. Las sentencias «es cierto que Dios no existe» y «es bueno que Dios no exista» son proposiciones distintas. Y aún asà los nuevos ateos las mezclan indiscriminadamente. Pero hay una nueva forma de ateÃsmo posible, legÃtima y —en opinión de Hart— admirable. Llamemosla AteÃsmo Catastrófico, en honor a su primer y más grande campeón, Friedrich Nietzsche, quien escribió en un arrebatador pasaje de su GenealogÃa de la Moral que «el ateÃsmo honesto e incondicional es... la inspiradora catástrofe tras dos mil años entrenándonos en la búsqueda de la verdad, al final prohibiéndose a sà misma en la mentira de la creencia en Dios». Para el ateo catastrófico, la existencia de Dios es terrible por lo cierta.
Por supuesto Hart preferirÃa ese tipo de ateÃsmo catastrófico. En el fondo es un creyente. Pero el caso es que un gran numero de ateos han tomado una posición similar. Tómese como ejemplo al fÃsico Steven Weinberg. En su libro de 1977 sobre el origen del universo Los Primeros Tres Minutos, Weinberg se lanza a afirmar que «cuanto más comprensible parece el universo, menos sentido parece tener». Cuando algunos de sus cosmólogos amigos objetaron la elección de estas palabras, acusándole de expresar, aunque sea implÃcitamente, una forma de nostalgia del mundo no cientÃfico, Weinberg admitió una forma de nostalgia, la «nostalgia de un mundo en el que los cielos declaran la gloria de Dios». Asociándose asà con el poeta del siglo XIX Matthew Arnold, a quien le gustaba retratar la fe religiosa en retirada ante el progreso cientÃfico como ante las olas del mar, y afirmaba detectar «una forma de tristeza» en esa «furia extensa y melancólica». Weinberg confesaba su propia pena al dudar de que los cientÃficos encuentren «en las leyes de la naturaleza un plan preparado por un creador siempre pendiente en las cuales el ser humano juega un papel especial». Cuando se trata de Dios, lo que Weinberg cree cierto y lo que desearÃa que fuese cierto simplemente no coinciden.
Nietzsche y Weinberg no son los únicos ateos catastróficos. El poeta Philip Larking rechazaba creer en Dios pero al tiempo reconocÃa que una vida vivida pensando en la extinción segura que nos aguarda es difÃcilmente soportable. El escritor Eugene O'Neill parece pensar que una vida despojadas de ilusiones, incluso las teológicas, serÃa insoportable y nos llevarÃa a la desesperación y a la locura. Y luego está el caso más bien extremo de Woody Allen.
El punto no es que el ateÃsmo invariablemente nos lleva a una visión trágica del mundo. Otro de los héroes ateos de Hart, David Hume, parecÃa pensar que es perfectamente posible vivir una vida feliz y decente como no creyente. Aún asà los nuevos ateos parecen desesperadamente opuestos a incluso considerar la posibilidad de que hay inconvenientes en romper con la visión teÃsta del mundo. En lugar de explorar los complejos y fascinantes desafÃos existenciales que implica intentar vivir sin Dios, los nuevos ateos maleducadamente insisten, normalmente sin argumentos, que el ateÃsmo es un glorioso y nada ambiguo beneficio para la humanidad, individual y colectivamente. No parece haber decepciones en las páginas de sus libros, luchas internas o el sentido de una pérdida. ¿Están ausentes porque los autores viven en un mundo espiritual distinto al de los ateos catastróficos? ¿O es la elección estratégica de ignorar las dificultades de no creer, o la quizás razonable asunción de que un un paÃs hambriento de motivaciones espirituales el único ateÃsmo viable es el que promete una vida tan plena como la del creyente? En cualquier caso, la estudiada insociabilidad de los nuevos ateos puede llegar a parecer casi cómicamente superficial y poco seria.
Asà que, por todos los medios, rechácese a Dios, pero no pretendase que la verdad de su no existencia implica necesariamente que ésta sea buena. Porque no lo es.
Visto en The New Republic.