Ãngel del infierno
El solo nombre de la Madre Teresa de Calcuta, nacida en Skopje (Yugoslavia) de origen albanés como Agnes Gonxha Bojaxhiu (1910-1997), es desde hace mucho tiempo sinónimo de la «compasión por los más pobres entre los pobres». En 1950, la Madre Teresa creó la congregación de las Misioneras de la Caridad. En 1975 recibió la Medalla Ceres de la FAO (Organización de la Agricultura y la Salud de la ONU), y en 1979 el Premio Nobel de la Paz. Después de su muerte, entró en la «vÃa rápida» hacia la beatificación gracias a las gestiones del Papa Juan Pablo II. Sin embargo, no es bondad todo lo que reluce.
En 1995, el periodista británico Christopher Hitchens produjo un documental sobre a Madre Teresa que él quiso titular Sacred Cow (Vaca Sagrada), pero salió al aire como Hell’s Angel (se trata de un juego de palabras: Hell Angels o “Ãngeles del Infierno†es el nombre de una legendaria pandilla de motorizados; Hell’s Angel significa “El Ãngel del Infiernoâ€). Ese mismo año, Hitchens publicó el libro The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice (Verso, 1995). Sus investigaciones mostraron una realidad muy distinta a la imagen idÃlica de la Madre Teresa y su orden.
Una entrevista a Hitchens apareció en Free Inquiry (16:4, Otoño de 1996). Debido a su longitud, a continuación se sintetizan los aspectos más relevantes. Más abajo aparece la traducción de un artÃculo de Susan Shields, ex-monja de las Misioneras de la Caridad, quien habla de sus ideales y su desengaño.
Puntos más importantes de la entrevista a Christopher Hitchens, autor de The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice. Tomado de Free Inquiry (16:4), Otoño de 1996 (publicación del Council for Secular Humanism, New York) -
Hitchens afirma que los recursos amasados por las Misioneras de la Caridad son gigantescos, pero nunca han sido auditados. Sus cuentas bancarias están todas fuera de la India, pues las leyes de ese paÃs exigen información sobre los fondos de las organizaciones misioneras extranjeras. Tan sólo en una de estas cuentas habrÃa más de 50 millones de dólares. - Sin embargo, estos fondos no tienen efecto alguno en la atención a los “pobres entre los pobresâ€.
El propósito fundamental de este dinero, proveniente de donaciones, es incrementar el tamaño y poder dogmático de la orden en el mundo: tiene conventos en 120 paÃses. La Madre Teresa aceptó más de un millón de dólares donados por el estafador de la entidad Lincoln Savings and Loans, conociendo perfectamente su origen fraudulento.
Las condiciones en los «hogares» de la orden son extremadamente primitivas. No se permite aliviar el dolor, ya que «el sufrimiento de los pobres es bueno a los ojos de Dios». Aunque los «pacientes» van en busca de alivio, la Madre Teresa nunca proclamó que el objetivo fuese curar.
Sin embargo, ella y sus sucesoras siempre han estado conscientes de que casi todas las donaciones que reciben están motivadas por esa falsa impresión. El propósito de los hospicios de las Misioneras de la Caridad es ayudar a «bien morir»: se busca activamente la autorización de los agonizantes para bautizarlos.
A pesar de que «Dios ve con buenos ojos el sufrimiento», la Madre Teresa siempre se atendió en los mejores hospitales de tipo occidental y recibió los tratamientos (y anestesias) más modernos.
La Madre Teresa apoyó a la familia del dictador Duvalier de HaitÃ, cuando visitó ese paÃs; afirmó que los Duvalier «amaban a los pobres». También alabó al tirano comunista de Albania, Enver Hoxha. En palabras de Hitchens, «preferÃa lamer los pies de los ricos en lugar de lavar los pies de los pobres».
La Madre Teresa trabajó incansablemente para propagar las versiones más extremas del conservadurismo católico.
Intervino en el referendo sobre el divorcio en Irlanda para que este no fuese permitido... Pero aprobó el divorcio de la princesa Diana de Gales, con quien se encontró varias veces (declaró a la revista Ladie’s Home Journal que asà “iba a ser más felizâ€). Según Hitchens, «si una mujer quiere divorciarse de un alcohólico que abusa sexualmente de sus propios hijos, no hay perdón en esta vida ni en la otra. Pero una princesa está por encima de todo esto».
Los puntos de vista de la Madre Teresa, tÃpicos del siglo IX, la convirtieron en una figura incómoda para el Vaticano; pero fue rápidamente «adoptada» como poster girl (palabras de Hitchens) cuando se hizo popular durante los años ’70. A pesar de esto, ella se opuso durante toda su vida a la reconsideración de la doctrina católica emanada del Concilio Vaticano II (1962-65).
En Calcuta deploran la imagen de su ciudad proyectada por la orden de la Madre Teresa. Si bien existe mucha pobreza, como en todo el mundo subdesarrollado, se trata de una metrópoli dinámica y cosmopolita, con una activa vida económica y cultural.
Cuando el documental Hell’s Angel se trasmitió en el Reino Unido muchas personas llamaron para protestar, empleando casi siempre los mismos argumentos e incluso las mismas palabras, lo que hizo evidente que se trataba de una campaña bien orquestada. Sin embargo, un número récord de personas llamó para alabar el programa.
Ninguno de los que atacaron el documental, incluyendo crÃticos de prensa, se refirió a lo fidedigno de su contenido. En otras palabras, lo que se reprochaba a Hitchens no era la realidad de lo señalado en el programa, sino el hecho mismo de atreverse a demoler un mito muy estimado. Incluso personas no afectas a la religión adoptaron esta postura.
Hell’s Angel jamás ha sido proyectado en los Estados Unidos. Ningún canal se atreve a hacerlo.
La casa de ilusiones de la Madre TeresaPor Susan Shields
Traducido de Free Inquiry (18:1), Invierno 1997-98 (publicación del Council for Secular Humanism, New York)
Algunos años después de que me convertà en católica, me unà a la congregación de la Madre Teresa, las Misioneras de la Caridad. Fui una de sus hermanas durante nueve años y medio, viviendo en el Bronx (Nueva York), Roma y San Francisco, hasta que me desilusioné y me retiré en mayo de 1989. Mientras me reintegraba al mundo, comencé a desenredar lentamente la maraña de mentiras en la que habÃa vivido. Me preguntaba cómo las podÃa haber creÃdo durante tanto tiempo.
Tres de las enseñanzas de la Madre Teresa que son fundamentales para su congregación religiosa son igual de peligrosas, por ser creÃdas tan sinceramente por sus hermanas.
La más básica es la creencia de que mientras una hermana obedece, está cumpliendo la voluntad de Dios.
Otra es que las hermanas tienen alguna ventaja frente a Dios por haber escogido sufrir. Su sufrimiento hace a Dios muy feliz; entonces, Él dispensa más gracias a la Humanidad.
La tercera es el credo de que cualquier atadura a los seres humanos, incluso a los pobres que están siendo servidos, supuestamente interfiere con el amor a Dios y debe ser activamente evitada o inmediatamente extirpada. Los esfuerzos para prevenir todo vÃnculo producen un continuo caos y confusión, movimiento y cambio en la congregación.
La Madre Teresa no inventó esas creencias –estas prevalecÃan en las órdenes religiosas antes del Concilio Vaticano II–, pero ella hizo todo lo que cabÃa en su poder (el cual era inmenso) para aplicarlas.
Una vez que una hermana acepta estas falacias, será capaz de hacer casi cualquier cosa.
Permitirá que su salud se destruya, descuidará a aquellos a quienes ha jurado servir, y sofocará sus sentimientos y pensamientos independientes. Podrá hacerse de la vista gorda al sufrimiento, dar información sobre sus compañeras, decir mentiras con facilidad, e ignorar las leyes y regulaciones públicas.
Mujeres de muchos paÃses se unieron a la Madre Teresa con la expectativa de que podrÃan ayudar a los pobres y acercarse más a Dios. Cuando me fui habÃa más de 3.000 hermanas en aproximadamente 400 hogares regados por todo el mundo. Muchas de esas hermanas, que confiaban en la guÃa de la Madre Teresa, se han convertido en personas destruidas. Ante la abrumadora evidencia, algunas han admitido finalmente que su confianza ha sido traicionada, que Dios no podrÃa dar las órdenes que reciben. La decisión de irse es difÃcil para ellas–su autoconfianza ha sido abatida, y no tienen educación más allá de la que trajeron cuando se unieron al grupo. Yo fui una de las afortunadas que reunieron suficiente coraje para marcharse.
Es con la esperanza de que otras vean la falsedad de su presunto camino a la santidad que cuento algo de lo que sé. Aunque hay relativamente pocas personas tentadas a ingresar en la hermandad de la Madre Teresa, hay muchos que han apoyado generosamente su trabajo porque no están al tanto de cómo sus torcidas premisas ahogan los esfuerzos por aliviar la miseria. Inadvertidos de que muchas de las donaciones permanecen sin uso en cuentas bancarias, ellos también son defraudados al pensar que están ayudando a los pobres. Como Misionera de la Caridad se me asignó registrar las donaciones y escribir las respectivas cartas de agradecimiento. El dinero llegaba a una velocidad frenética. Usualmente, el correo traÃa las cartas en sacos. Con regularidad extendÃamos recibos por cheques de 50.000 dólares y más. Algunas veces un donante llamaba para preguntar si habÃamos recibido su cheque, esperando que lo recordáramos fácilmente a causa de su elevado monto. ¿Cómo decirle que no podÃamos recordarlo, porque habÃamos recibido tantos que eran aún más grandes? Cuando la Madre Teresa hablaba públicamente nunca pedÃa dinero, pero ella alentaba a la gente a hacer sacrificios por los pobres, «dar hasta que doliera».
Muchos lo hicieron –y se lo dieron a ella. Recibimos cartas conmovedoras de personas, aparentemente pobres ellas mismas, que estaban haciendo sacrificios por enviarnos un poco de dinero para la gente que pasaba hambruna en Ãfrica, las vÃctimas de las inundaciones en Bangladesh, o los niños pobres de la India. Casi todo ese dinero se quedó en nuestras cuentas bancarias. El aluvión de donaciones se consideraba una señal de la aprobación de Dios hacia la congregación de la Madre Teresa. Nuestros superiores nos decÃan que recibÃamos más dádivas que otros grupos religiosos porque Dios estaba complacido con la Madre, y porque las Misioneras de la Caridad eran las hermanas más fieles al verdadero espÃritu de la vida religiosa. La mayorÃa de las hermanas no tenÃa idea de cuánto dinero estaba amasando la congregación. Después de todo, se nos decÃa que no debÃamos guardar nada. Un verano, las hermanas que vivÃan en las afueras de Roma recibieron más cajas de tomates de lo que podÃan distribuir. Ninguno de sus vecinos los querÃan, porque la cosecha habÃa sido muy abundante ese año. Las hermanas decidieron enlatar los tomates en lugar de dejarlos pudrir, pero cuando la Madre se enteró de lo que habÃan hecho se disgustó mucho. Almacenar cosas mostraba falta de confianza en la Divina Providencia. Las donaciones llegaban y eran depositadas en el banco, pero no tenÃan efecto alguno en nuestras ascéticas vidas y muy poco efecto en las vidas de los pobres a quienes tratábamos de ayudar. VivÃamos existencias simples, desprovistas de todo lo superfluo. TenÃamos tres juegos de vestidos, que remendábamos hasta que el material estaba demasiado dañado para colocarle más parches. Lavábamos la ropa a mano. También las interminables pilas de sábanas y paños de nuestro refugio nocturno para la gente sin hogar. Nuestro aseo se hacÃa con un solo cubo de agua. Los chequeos médicos y dentales eran considerados un lujo innecesario. A la Madre le preocupaba mucho que preserváramos nuestro espÃritu de pobreza. Gastar dinero habrÃa destruido esa pobreza. Ella parecÃa obsesionada con el hecho de usar sólo los medios más simples para nuestro trabajo. ¿Iba esto en el mejor interés de la gente a la que estábamos tratando de ayudar, o estábamos de hecho utilizándolos a ellos como una herramienta para elevar nuestra propia «santidad»?
En HaitÃ, con el fin de mantener el espÃritu de pobreza, las hermanas reutilizaban las agujas hipodérmicas hasta que se volvÃan romas. Viendo el dolor que causaban estas agujas gastadas algunos de los voluntarios ofrecieron conseguir otras nuevas, pero las hermanas se negaron. Mendigábamos comida y suministros a los comerciantes locales como si no tuviésemos recursos. En una de las raras ocasiones en que se nos acabó el pan donado, fuimos a mendigar a la panaderÃa local. Cuando la solicitud fue negada, nuestra superiora resolvió que el dispensario podrÃa funcionar sin pan por ese dÃa. No era sólo a los comerciantes a quienes se ofrecÃa la oportunidad de ser generosos. A las aerolÃneas se les solicitaba que trasladaran hermanas y carga sin costo. Se esperaba que hospitales y doctores absorbieran el importe de los tratamientos médicos de las hermanas, o que los cubrieran con fondos dispuestos para instituciones religiosas. Se inducÃa a los trabajadores a laborar sin pago o con tarifas reducidas. DependÃamos fuertemente de voluntarios que se afanaban largas horas en nuestros comedores, refugios y campamentos. Un granjero que trabajaba muy duro dedicó muchas de sus horas de vigilia a colectar y distribuir alimentos para nuestros comedores y refugios. «Si yo no vengo, ¿qué comerán ustedes?», preguntaba. Nuestra ordenanza nos prohibÃa pedir más de lo que necesitábamos, pero cuando se trataba de pedir, los millones de dólares que se acumulaban en el banco eran tratados como si no existieran. Durante años tuve que escribir miles de cartas a donantes, diciéndoles que toda su dádiva serÃa empleada para llevar el compasivo amor de Dios a los más pobres entre los pobres. Fui capaz de mantener a raya las quejas de mi conciencia porque se nos enseñó que el EspÃritu Santo estaba guiando a la Madre. Dudar de ella era un signo de falta de confianza y, aún peor, nos hacÃa culpables del pecado de orgullo. Guardé mis objeciones y esperaba que algún dÃa entenderÃa por qué la Madre querÃa amontonar tanto dinero, cuando ella misma nos habÃa enseñado que incluso guardar salsa de tomate mostraba falta de fe en la Divina Providencia.
VÃa: Herencia Cristiana.
Ver además: intento de contradecir la investigación de Hitchens.