AGORA E HIPATIA: "CREO EN LA FILOSOFÍA"





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Creo que era en la película Cara de acelga, dirigida por José Sacristán, donde el personaje que interpretaba Paco Algora (uno de esos grandes secundarios del cine español), le espetaba al de Sacristán un "¡qué cabrón!" que le dejaba a éste patidifuso. A continuación aclaraba que el cabrón era Brahms, una de cuyas obras estaba escuchando por los auriculares. Algo así es lo que me sale como expresión de mi profundo juicio estético ante el último estreno de mi amado Amenábar: "¡qué cabrón!".
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Agora es toda una experiencia cinematográfica, y el hecho de que gran parte de la sala se haya puesto a aplaudir al final de la cinta (que termina, por cierto, en un anticlímax de estos que te dejan sin ganas de moverte), es una prueba del enorme talento de este chavalillo, el único director español que se merece un hueco en la historia del cine desde Buñuel (bueno, y Sáez de Heredia, nuestro Leni Riefenstahl).
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La cinta es, cuando menos, todo lo fiel a la historia que se puede pedir de una obra de arte; de hecho, es muchísimo más respetuosa con la verdad histórica que la inmensa mayoría de las películas "de época". Resulta cómico que le critiquen por falsear la historia precisamente quienes se distinguen por venerar un libro en el que las patrañas, invenciones y manipulaciones de los acontecimientos son, y nunca mejor dicho, el pan nuestro de cada día, y cuya literatura y filmografía hagiográficas son, por lo general, cursis y empalagosas hasta lo vomitivo. Por ejemplo, es ridículo que le acusen de presentar a una Hipatia joven y hermosa quienes han sublimado hasta el ridículo la belleza de la madre de su jefe.
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Seguro que la doña Jimena de carne y hueso no era un bombón tan extraordinario como Sofía Loren en El Cid, ni Marco Antonio tampoco sería un tipo tan atractivo como Richard Burton (al contrario, era más bien brutote), ni Moisés tenía el careto wasp de presidente de la Asociación Nacional del Rifle (aunque el de Miguelángel si que se le da un aire, la verdad), pero no nos vamos a quejar por eso: vamos a cine a contemplar belleza, entre otras cosas.
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La historia que relata Amenábar está perfectamente medida en la escalada de odios y venganzas que constituye el hilo principal de la trama (digna del mejor cine sobre la mafia), y en todo caso queda claro para el espectador no fanatizado que los contenidos de las creencias defendidas por cada facción no son presentados por el filme como los responsables de que algunos de sus defensores utilicen esas creencias para masacrar a los que se les oponen.
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Contra lo que la Hipatia de Amenábar ejerce su "resistencia pasiva" es contra el uso de la violencia y la restricción a la libertad de pensamiento; que de hecho la Hipatia histórica (de la cual cabe en cuatro líneas todo lo que sabemos) fuese una especie de Ghandi avant la lettre es tan dudoso como que de su cabeza surgieran con más de un milenio de adelanto las ideas con las que Galileo y Kepler revolucionaron la física. ¿Y qué? Me encanta ver que en una película del gusto del gran público se hable con total naturalidad, y sin demasiados errores conceptuales (creo que pillé alguno, pero ¿a quién le importa ahora?), de los modelos astronómicos de Ptolomeo y Aristarco, de las órbitas elípticas, del principio de inercia, y con demostraciones audiovisuales propias del mejor documental (el saco cayendo en el mástil, los diagramas dibujados en la arena, el tosco pero eficaz planetario construido por el esclavo Davo...).
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No sabemos si San Cirilo (a quien debemos en gran parte lo de "Santa María, madre de Dios") fue verdaderamente el instigador de la muerte de Hipatia. Lo que sí sabemos es que con la llegada al poder de los cristianos en el mundo mediterráneo, la luz de la filosofía (o sea, de lo que ahora llamamos ciencia, como investigación racional sobre el mundo, sin la tutela de ninguna fe religiosa, esa filosofía que, en el pasaje más trascendental de la película, Rachel Weisz, perdón, Hipatia afirma ser en lo único que cree), la luz de la filosofía, digo, se apagó por casi un milenio, salvo algún que otro rescoldo aislado y más bien chapucero.
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Y, en fin, para cerrar el círculo, hemos de recordar que el actor del que empezamos hablando, Paco Algora, es posiblemente el mejor ejemplo de fusión entre cine y astronomía: no en balde es el único actor del mundo -que se sepa- que ha tenido la suerte de nacer en un observatorio astronómico.
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P.D.: en cumplimiento de una promesa:
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De cuerpo tan perfecto como una estatua griega,
igual que el mejor vino de la mejor bodega,
en este nuevo filme de Alejandro nos llega
una Hipatia magnífica, que a la razón se entrega.
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Enrólate en el Otto Neurath

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