Acerca del anticlericalismo




Manuel Llanes (*)


Los escándalos de pedofilia en la Iglesia Católica han hecho proliferar las críticas en la prensa relativista de nuestros días. De entrada, hay que decir claramente que la pedofilia debe castigarse con toda la dureza de la ley, sin matices ni excepciones, pero esos casos no deben hacernos olvidar que la Iglesia Católica cumple un papel fundamental en la Comunidad Hispánica, que va más allá de las obsesiones incendiarias de los anticlericales. De no existir la Iglesia Católica, de no tener tanta presencia entre la población mexicana, por ejemplo, habría un vacío ideológico que bien podría ser ocupado por creencias delirantes como el Islam (en el cual los matrimonios con menores sí constituyen una institución), el protestantismo («la razón es la mayor de las putas que tiene el diablo», escribió Lutero), la cienciología o el new age. En la mismísima Guadalajara, en México, un bastión del catolicismo nacional, las iglesias conviven con los despachos para la «sanación», la lectura de los «chakras» y las flores de Bach.
Frente a las supersticiones aberrantes, en sintonía con la Pachamama, a cuyos fieles se les puede endilgar el dudoso milagro del proyecto de disolución del estado boliviano, no cabe retroceder. ¿Y qué decir de la lucha de los grupos abortistas, que se dicen dueños de su cuerpo? Andan por ahí con sus apologías del esclavismo mientras la Iglesia, que sabe que los niños no se dan en los árboles y que sin ellos no hay ciudadanos ni creyentes, combate ese mito oscurantista.
De ahí que sea tan peligroso que el bolivariano Hugo Chávez, quien así comete la peor de sus imprudencias, se acerque ingenua y amistosamente al gobierno de Irán, cegado por su antinorteamericanismo. ¿Acaso no sabe la fuerza de cohesión que la Iglesia Católica tiene en Hispanoamérica? ¿La palabra «yihad» no le dice nada? Comer curas no es de revolucionarios.
Por más que los anticlericales pretendan meter a todas las religiones en el mismo saco, lo cierto es que no cualquiera de ellas puede afirmar con contundencia que posee una teología, como es el caso de la Iglesia Católica. ¿Dónde está el Santo Tomás, el San Agustín de quienes se inmolan en nombre de una piedra? Habría que preguntarle a las personas que llevan a cabo ritos paganos, envueltas en el mito de la naturaleza, cuál es su equivalente frente a la escolástica. Probablemente la respuesta será: los bailes en la llanura y las invocaciones a la Madre Tierra, sustancializada y benevolente, con todo y nuestras emisiones de CO2.
Difícilmente la crítica que la Iglesia necesita provendrá de un anticlerical, capaz de decir «probablemente Dios no existe»; «probablemente», nos dicen. Ni siquiera un erudito como Bertrand Russell se salvó de las simplificaciones en los ensayos de Por qué no soy cristiano. Con frecuencia el supuesto ateo es un devoto del funcionalismo democrático o liberal, cuando no un corifeo de la postmodernidad. Quienes nos cuentan de la supuesta crisis del estado-nación con frecuencia reivindican la metafísica, sin darse cuenta.
No deja de ser una ironía que autonombrados militantes de izquierdas despotriquen continuamente en contra de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que pretenden ser los representantes de los intereses del pueblo. En la Ciudad de México, cada 12 de diciembre, aproximadamente seis millones de peregrinos acuden para celebrar a la Virgen de Guadalupe, toda una institución de origen hispano. Bajo la óptica de la autonombrada izquierda anticlerical, habría que interpretar esa devoción como el resultado de los oscuros planes de la curia, como si El código Da Vinci fuera un documento fidedigno. La explicación, en realidad, es mucho más sencilla: esos «líderes» no conocen a su gente y tampoco saben de historia: hay que ver lo que le pasó al presidente Plutarco Elías Calles cuando prohibió el culto religioso en México.
¿Que la iglesia es el opio del pueblo? En la España socialdemócrata actual, los divos de la canción están aliados con el gobierno, que se aprovecha de su popularidad y los usa para adornar los mítines del PSOE con el sepulcro blanqueado del mito de la cultura, a cambio de los abundantes réditos del canon digital.
En resumen, antes de pretender que la malvada Iglesia desaparezca, sin más, de la faz de la tierra, habrá que entender su rol social, su capacidad de cohesión y su tradición filosófica. O simplemente su insistencia en las buenas obras. Y la forma idónea de convivir con la Iglesia no es por medio del anticlericalismo, que tanto se parece a la rabia, sino desde el ateísmo negativo esencial total en un contexto cultural católico.

(*) Publicado en Izquierda Hispánica
Un espacio para dudar. Ateos, agnósticos, escépticos. Reflexión, ensayo, debate. Arte y literatura. Humanismo secular.

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