A propósito del viaje del papa a Alemania

Sábado 24 de septiembre del 2011.


ARMANDO MAYA CASTRO 


El papa Benedicto XVI se encuentra de visita en Alemania, su tierra natal. Su presencia en ese país europeo
nos hace recordar sus años juveniles, cuando llegó a formar parte de las Juventudes Hitlerianas, cuyos miembros debían rendir el siguiente juramento:“En presencia de esta bandera de sangre, que representa a nuestro Führer, prometo dedicar todas mis energías y mi fuerza al salvador de nuestro país: Adolfo Hitler. Estoy dispuesto y listo para dar mi vida por Ã©l, con la ayuda de Dios” (Jackson J. Spielvogel, “Historia Universal. Civilización de Occidente”, p. 756). Para este autor, el juramento “demuestra la dedicación que se esperaba de la juventud en el Estado nazi”.


Federico Lombardi ha negado en varias ocasiones la militancia de Ratzinger en las Juventudes Hitlerianas. El portavoz del Vaticano contradice las declaraciones del papa al periodista alemán Peter Seewald, autor del libro â€œUna vida para la Iglesia”, al que declaró la forma en que fue vinculado a dicho movimiento: “Para empezar nosotros (él y su hermano Georg) no fuimos miembros. Pero, cuando se impuso una obligación general de entrar en ellas, mi hermano fue obligado a alistarse. Yo era todavía demasiado joven, pero más tarde, mientras estaba en el seminario menor, fui alistado en las juventudes hitlerianas”.


Los miembros de la organización juvenil a la que perteneció el actual papa fueron educados en el racismo antijudío, es decir, en el antisemitismo. En su libro, “La Gestapo y la sociedad alemana: la política racial nazi (1933-1945)”, Robert Gellately señala a las organizaciones del Partido Nazi (las SA o las SS) como las principales instigadoras de las acciones antijudías afirmando que “con frecuencia, las Juventudes hitlerianas también se hallaban implicadas, en especial como agitadores locales”.


Para Simón Wiesenthal, autor de “El Libro de la Memoria Judía”, Juan Crisóstomo fue el inventor de la noción que culpabiliza a la nación judía de la muerte de Jesús, respecto al término â€œdeicida” (asesino de Dios), el citado autor, conocido también como â€œEl Cazador de Nazis”, explica: “En esa época, el concepto teológico fatal concerniente a los ‘judíos deicidas’ fue utilizado sobre todo por la Iglesia romana”.

La bula “Cum nimis absurdum”, publicada por el papa Pablo IV el 17 julio de 1555, constituye una prueba irrefutable del antisemitismo papal. El edicto señala: “los asesinos de Cristo, los judíos, eran esclavos por naturaleza y debían ser tratados como tales”. No hace ni 50 años que el Concilio Vaticano II resolvió que cesara de responsabilizarse a los judíos por la muerte del Señor Jesús, y que dejará de emplearse el término â€œdeicida”, generador de un clima hostil, como el que se vivió la llamada noche de los cristales rotos.

El 7 de noviembre de 1938, el joven judío Hershl Grynszpan, enfurecido por la expulsión de su familia de la
Alemania nazi, disparó una arma de fuego contra Ernst vom Rath, tercer secretario de la embajada alemana en París. Tras la muerte de éste, Alemania fue escenario de una violencia antijudía con consecuencias altamente desastrosas para los judíos radicados en esa nación. En una sola noche fueron destruidas más de un millar de sinagogas, saqueadas miles de tiendas y hogares judíos, capturados más de 30 mil judíos que fueron conducidos luego a los campos de concentración. El suceso era “un siniestro anuncio del Holocausto que habría de venir a continuación”.

Esa noche, “muchos miembros de las Juventudes Hitlerianas andaban por allí, vitoreando y chillando ‘Raus
mit den Juden’ (Fuera los judíos)”.Pero no todo quedó en gritos y alaridos. Martin Gilbert, autor del libro
“La Noche de los Cristales Rotos”, presenta en dicha obra los pormenores de aquel pogromo, enumerando
las brutales acciones desplegadas por los miembros de las Juventudes Hitlerianas: arrojaban estiércol y
piedras a la cabeza y cuerpo de los judíos, destrozaban y prendían fuego a las sinagogas, arrojaban los libros y las Toras de los judíos a los arroyos, allanaban las casas y negocios de los judíos y demolían todo su mobiliario, además de insultarlos y apalearlos. Cerca de cien judíos murieron a manos de las turbas enardecidas, decenas de ellos se suicidaron y miles más huyeron aterrados de aquel infierno.

Además de las vejaciones a las que fueron sometidos por los nazis, los judíos fueron declarados culpables
de los destrozos de aquellos días. El periódico “Angriff”, dirigido por el doctor Goebbels, declaraba: “La culpa del asesinato [de Ernst vom Rath] recae sobre todos los judíos. Cada individuo ha de rendirnos cuentas por cada dolor, cada crimen, cada acto malvado que esta raza criminal ha perpetrado contra los alemanes; cada judío individual es responsable sin misericordia. El judaísmo mundial desea combatirnos. Que lo haga pues en sus propios términos: ojo por ojo, diente por diente”.

Al aseverar que Ratzinger no simpatizó con el nazismo, Jorge Blaschke omite el hecho de que los judíos fueron hostilizados por más de 18 siglos por un sistema rígido que tiene sus raíces en el catolicismo imperial.
Blaschke tampoco tomó en cuenta los señalamientos de diversos historiadores que acusan al papa Pío XII de
haber permanecido en silencio frente al Holocausto nazi.


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