«Ya no existe un Dios al que pedirle cuentas»

© José Andrés Rojo

Slavoj Žižek habla como una ametralladora. Y gesticula y se sumerge en la conversación como si le fuera la vida en ello. Nació en Liubliana (Eslovenia) en 1949 y es filósofo. Ha escrito de todo (la guerra de Irak, el cristianismo, el psicoanálisis, el 11-S, el ciberespacio, el cine), ha dado conferencias en La Sorbona, Harvard, Columbia, Princeton, Georgetown y trabaja como investigador en el Instituto de Estudios Sociales de su país. Vive un tercio del año en Buenos Aires (está casado en segundas nupcias con una argentina), otro tercio lo pasa en los aviones, y el resto en la ciudad donde nació, y donde aprendió a amar la filosofía de la mano de Heidegger en plena época comunista. A las nueve y media de la mañana, Žižek ya ha desayunado un par de veces, primero en su habitación y luego en el comedor, así que se toma una coca-cola y dice que es un tipo compulsivo que no deja de trabajar: «Si no lo hago, me siento culpable». Todavía defiende la lucidez de Marx para analizar el capitalismo, critica los mitos de la sociedad occidental (como el de la tolerancia) y reivindica la necesidad de mantener altas las espadas y luchar por la libertad. Ahora está con Hegel, «siempre ha sido uno de mis referentes», pero esta vez va en serio. «Siempre piensas que tienes que hacer el libro, y ya no puedo aplazarlo más, ya voy siendo mayor».
En la que va a ser su obra definitiva (Žižek publica con frecuencia y aborda temas muy distintos, como si luchara permanentemente en varios frentes), pretende poner en relación a Hegel con el cristianismo. «Para ellos, lo que ocurre de verdad es que Dios muere en la cruz y que nos ha dejado solos, y que por eso no queda más remedio que vivir en una comunidad igualitaria. Ya no existe un Dios en las alturas al que exigirle cuentas, vivimos ya en el desorden y lo que vaya a pasar es asunto nuestro».
Por si las cosas fueran a tergiversarse, Žižek se confiesa de inmediato ateo y reniega de un Papa, como Juan Pablo II, al que le gustaban los numeritos paganos de «una Virgen ascendiendo a las alturas y cosas por el estilo». Y añade: «El ateísmo hoy pasa por los caminos del cristianismo. No por ese ateísmo hedonista que se ha convertido en una obligación».
Žižek tuvo que vivir cinco años de la traducción cuando terminó sus estudios porque no caía bien a las autoridades comunistas y le impidieron enseñar en la universidad. En 1990 se presentó a las elecciones presidenciales de Eslovenia en una candidatura colectiva. «Fue en parte un juego, pero tenía que estar ahí apoyando una candidatura laica de izquierda frente al pavoroso ascenso de las ideologías nacionalistas», dice. Es un tipo que ha escrito mucho de cine porque cree que son las películas «las que de verdad atrapan la ideología de una época». Su sueño secreto: dirigir una ópera. «A ser posible, el Parsifal de Wagner en Bayreuth».
Žižek estuvo recientemente en Madrid camino de Valladolid, donde recibió uno de los premios, el de Humanidades y Pensamiento, de la Fundación Cristóbal Gabarrón. Dio una conferencia en el Círculo de Bellas Artes, y llenó. Habló de Platón. Ideas e ideas como proyectiles: «Estamos en una situación complicada, y por eso me acuerdo de T. S. Eliot, que decía que a veces hay que elegir entre la muerte y la herejía. Quizá ha llegado el tiempo en Europa de ser de nuevo heréticos, de reinventarnos».

Vía: El País de Madrid.

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